Virginia Hall

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Virginia Hall, la “espía coja” que enloqueció a Klaus Barbie y fue la primera mujer en trabajar para la CIA

Virginia Hall nació en Estados Unidos y fue un ícono para la resistencia francesa. Jugó un papel decisivo en el complejo plan que culminó con el desembarco en Normandía. Finalizada la guerra, se convirtió en la primera mujer que integró la CIA
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09 de septiembre de 2022 a las 05:02

Por Daniel Cecchini

Una mañana de mayo de 1942, los habitantes de Lyon, en la Francia ocupada por los nazis, encontraron las paredes de la ciudad “decoradas” con el retrato –en realidad un identikit muy elaborado– de una mujer.

Los carteles que reproducían su supuesto rostro habían sido impresos y pegados por orden de la Gestapo local -en sintonía con el gobierno colaboracionista de Vichy-, como recurso desesperado para atrapar a una espía muy singular. Debajo del retrato se leía: “Esta mujer que cojea es una de las más peligrosas agentes de los aliados en Francia, y debemos encontrarla y destruirla”.

La llamaban “Germaine”, pero su verdadero nombre –que nadie conocía en Francia y solo dos personas en el Servicio de Operaciones Especiales (SOE) británico– era Virginia Hall.

Para la fecha en que la Gestapo imprimió los carteles con su identikit ya se había convertido en una leyenda: era la primera mujer espía enviada por los británicos a un territorio ocupado, había armado una red de agentes locales que era un dolor de cabeza para los nazis y montado un equipo radial móvil que enviaba casi diariamente información a Londres sin que lo detectaran.

En los meses siguientes y hasta el final de la guerra, “Germaine” sería protagonista de otras hazañas: rompería el cerco en que ya la creían atrapada, cruzaría –con su pierna de madera– los Pirineos en pleno invierno para llegar a España, y retornaría a Londres sólo para volver a Francia y colaborar con la preparación del terreno para el Día “D”.

Virginia Hall

También cambiaría muchas veces de alias: "Marie Monin", "Diane", "Marie of Lyon", "Camille", e incluso "Nicolas".​

Pese a trabajar para el espionaje inglés, Hall no era británica sino norteamericana y se había convertido en espía casi por casualidad porque su verdadera vocación, la de ser diplomática estadounidense, se había visto frustrada por dos razones: su condición de mujer y la cojera que le provocaba su pierna de madera, que al parecer no era bien vista para la función.

Un accidente de caza

Nacida el 6 de abril de 1906 en Baltimore, Estados Unidos, Virginia Hall Goilott creció sabiendo que por mandato familiar estaba destinada a grandes cosas y fue preparada para lograrlas. Estudió en el Radcliffe College, facultad para mujeres de la Universidad de Harvard; en el Barnard College, la facultad femenina de la Universidad de Columbia, y realizó también un posgrado en la Universidad Americana de Washington D. C., donde aprendió francés, italiano y alemán. Viajó por Europa y estudió en la Escuela de Ciencias Políticas de París, en la Konsularakademie de Viena y en Alemania.

Al terminar estos estudios de posgrado, aceptó un puesto de secretaria en la Embajada de Estados Unidos en Varsovia y desde allí fue trasladada a Esmirna, en Turquía. Parecía el inicio de una prometedora carrera diplomática, porque Virginia Hall consideraba ese puesto de secretaria como el primer escalón hacia lo más alto de cuerpo exterior de los Estados Unidos.

Sin embargo, en Turquía, un hecho desgraciado le puso por delante un obstáculo casi insalvable para sus pretensiones.

Cuando participaba de una partida de caza en la península de Anatolia, tropezó y se disparó accidentalmente con la escopeta en la rodilla. La herida no era grave en sí, pero demoraron en atenderla, la pierna se le gangrenó y debieron amputársela para salvarle la vida.

Desde entonces utilizó una pierna ortopédica –la de mejor calidad que podía conseguirse en esos tiempos– que le permitía caminar pero que no impedía que lo hiciera con una leve cojera. Virginia llamó “Cuthbert” a esa pierna y hablaba de ella como si se tratara de una persona.

La maldición de ser mujer

Ese accidente le cambió la vida. Si ser mujer ya era un obstáculo para avanzar en la carrera diplomática, la discapacidad se transformó en un impedimento real. El Departamento de Estado rechazó su ingreso a la carrera diplomática. Podría seguir siendo una empleada administrativa de confianza, pero no avanzar más allá.

Una reciente investigación sobre la vida de Hall dejó en claro, sin embargo, que lo de la pierna fue una excusa utilizada por el Departamento de Estado para impedirle seguir la carrera diplomática.

En Una mujer sin importancia, una biografía de Hall publicada en 2020, la historiadora Sonia Purnell sostiene que “ser mujer fue un obstáculo en su carrera, porque no se comportaba como se suponía que debían hacerlo las mujeres en aquel entonces, y su coraje, su ambición, hizo que muchos hombres se sintieran amenazados”.

Y aporta una prueba: “Aparentemente la rechazaron porque le había sido amputada una pierna, pero sé de al menos otro hombre que había perdido ambas piernas en la Primera Guerra Mundial y que, justo en la misma época, no tuvo problemas para unirse” al servicio diplomático estadounidense.

Seguir adelante con “Cuthbert”

Luego del rechazo, Hall decidió abandonar su puesto de secretaria administrativa y buscar destinos más interesantes. Durante meses perfeccionó su manera de caminar con “Cuthbert” hasta que logró que su cojera pasara casi inadvertida –podía, incluso, correr con cierta dificultad– y también aprendió a andar en bicicleta usando la pierna ortopédica.

Para entonces, el fascismo y el nazismo avanzaban en Europa y Hall decidió aportar lo suyo para detenerlos. Viajó a Francia y se incorporó al servicio de ambulancias como voluntaria, pero el avance de las tropas alemanas ya era incontenible. Cuando Francia capituló, escapó en bicicleta hasta la costa y pudo embarcarse en uno de los últimos ferries que zarparon hacia Gran Bretaña.

Su llegada a Londres pareció al principio un paso atrás en su vida. Sin recursos, se presentó en la Embajada de los Estados Unidos y consiguió –dados sus antecedentes en Varsovia y Esmirna– que la volvieran a emplear como secretaria.

Sin embargo, ese aparente retroceso le abrió una puerta que cambiaría para siempre su vida. En uno de los tantos eventos sociales del cuerpo diplomático conoció a una mujer tan postergada como ella –en este caso también por su género y por su condición de extranjera en Londres– pero con el poder suficiente como para abrirle una nueva puerta: la del mundo del espionaje.

Vera Atkins, formadora de espías

La mujer se presentaba como Vera Atkins, pero su verdadero nombre era Vera May Rosenberg, nacida en Rumania en 1908, hija de la ciudadana británica Hilda Atkins y del ciudadano alemán –de origen judío- Max Rosenberg.

Vera había estudiado francés en la Sorbona hasta que la invasión alemana a Francia la llevó también a ella a Londres. Por contactos familiares pudo ingresar, pese a ser extranjera, a la Sección F, o Sección Francesa, de la Dirección de Operaciones Especiales (SOE), una organización secreta creada por Winston Churchill.

Virginia Hall

En los papeles, allí Vera Atkins era la secretaria del coronel Maurice Buckmaster, quien rápidamente descubrió sus aptitudes como organizadora y –pese a que por su condición de extranjera siguió con el cargo de secretaria– la hizo su asistente personal, la capacitó personalmente en el trabajo de inteligencia y le dio la tarea de reclutar mujeres para que cumplieran misiones detrás de las líneas enemigas como mensajeras y operadoras de radio.

Cuando conoció a Virginia Hall, Vera Atkins supo que había descubierto una verdadera pieza de oro para la inteligencia británica. Hall hablaba alemán, italiano y francés muy correctamente, pero, y sobre todo, su inglés norteamericano – cuando los Estados Unidos aún no habían entrado en la guerra – le permitía encarnar a la perfección el personaje de cobertura de buscaba: la de corresponsal de un diario estadounidense en la Francia ocupada. Su cojera, además, en lugar de jugarle en contra, reforzaba su cobertura mostrándola como “inofensiva”.

Atkins y el coronel Buckmaster se ocuparon personalmente de entrenar a Virginia como espía y operadora de radio, manejo de armas y colocación de explosivos.

Su último entrenamiento fue como paracaidista. Para principios de 1941 ya estaba lista para su primera misión.

“Germaine” en Francia

Con documentos de identidad y una credencial de prensa falsos, Virgina Hall se lanzó en paracaídas en la Francia ocupada, en las cercanías de Lyon, donde la esperaba un contacto de la Resistencia Francesa.

Su principal objetivo era garantizar organizar la repatriación segura –mediante vuelos clandestinos– de los pilotos británicos cuyos aviones habían sido derribados sobre suelo francés y servir de apoyo a otros agentes del SOE, que la conocían solo por su nombre en clave, “Germaine”.

Pero su cobertura como periodista y su discapacidad que la mostraba como inofensiva le permitieron también conseguir información incluso de fuentes enemigas, entrevistando a altos mandos militares en Lyon.

Con esa cobertura, además, pudo armar una red de agentes locales bajo el nombre de “Heckler”, con lo que consiguió casas seguras para operar y a los que también capacitó para operaciones de sabotaje con explosivos.

Durante más de un año pudo trabajar sin ser descubierta, pero a mediados de 1942 debió dejar su papel de corresponsal extranjera porque esa cobertura no resistía más. Los rumores sobre la existencia de “una espía coja” que trabajaba con la Resistencia habían llegado a oídos de la Gestapo y su jefe, Klaus Barbie, “El Carnicero de Lyon”.

Siguió trabajando en la más completa clandestinidad.

Huida a través de los Pirineos

Para noviembre de 1942 estaba prácticamente acorralada. Para fortalecer a la Gestapo local el Tercer Reich había mandado a una figura importante, Klaus Barbie, quien torturaba personalmente a los prisioneros y, a poco llegar, se ganó el nombre de “el Carnicero de Lyon”. Barbie había logrado infiltrar a un agente en la Resistencia y los agentes de la red de Hall empezaron a caer uno tras otro. El agente llamaba Abbe Ackuin, utilizaba el nombre en clave de “Bishop” (“Obispo”, en inglés), y su principal misión era detectar y capturar a la ya legendaria “dama coja”.

El Servicio de Operaciones Especiales británico le ordenó que saliera de Lyon y tratara de volver a Londres. Le dijeron también que era imposible sacarla en un vuelo clandestino, ya que la infiltración en la Resistencia los hacía imposibles, y que encontrar cómo salir por sus propios medios.

Virginia huyó de Lyon en bicicleta y logró atravesar el cerco que se había montado para capturarla. Gracias a sus contactos locales de mayor confianza pudo organizar su salida de Francia por una ruta que parecía imposible para una mujer con su discapacidad: atravesando los Pirineos con la ayuda de un guía.

Sin embargo lo logró, aunque llegar a territorio español no terminó con sus dificultades. Fue detenida cerca de la frontera por la Guardia Civil por entrar al país sin visa y encarcelada en Figueres durante seis semanas.

Su condición de ciudadana norteamericana la salvó de ser devuelta a Francia y entregada a los nazis hasta que, finalmente, las presiones de la Embajada estadounidense sobre Francisco Franco hicieron que fuera liberada y pudiera viajar a Inglaterra.

Su carrera como espía en territorio enemigo parecía terminada.

La preparación del “Día D”

En el segundo semestre de 1943, Vera Atkins y el coronel Buckmaster le pidieron que, pese a los riesgos, aceptara una nueva misión. Cuando les preguntó de qué se trataba, solo le dijeron que se iría enterando paso a paso. No podían decirle que se trataba de apoyar una misión de desembarco. Virginal Hall aceptó.

En esta ocasión se lanzó sobre territorio francés junto con otras mujeres del SOE - Diana Rowden, Violette Szabo y Lilian Rolfe – que sabían tanto como ella de la misión que deberían cumplir.

En Francia, Virginia adoptó una cobertura completamente diferente a la anterior. Ya no era una periodista norteamericana sino una anciana francesa de nombre Marcelle Montagne, que trabajaba en el pueblito de Crozant, apenas un punto en el mapa del centro del país, en la granja de un campesino francés cuidando vacas y haciendo quesos.

Desde allí recopilaba información sobre los movimientos de las tropas alemanas y coordinaba con la Resistencia las acciones de sabotaje para impedir su avance.

Esa cobertura le duró poco, los nazis capturaron y torturaron a una decena de campesinos franceses sospechosos de pertenecer a la Resistencia y uno de ellos reveló la existencia de la agente inglesa disfrazada de anciana.

“Los lobos están en la puerta”, transmitió Virginia por última vez desde la granja de Crozant y huyó hacia Cosne, donde retomó el contacto y recibió una nueva misión; organizar grupos operativos de resistentes franceses que se encargaran de volar vías ferroviarias, puentes, rutas e instalaciones del ejército alemán para demorar su avance hacia Normandía para resistir el desembarco aliado.

Su participación fue considerada “vital” por la inteligencia aliada en los pasos que faltaban dar para el complejo “Día D”, cuyo eje requería alto grado de secreto porque el lugar exacto del desembarco en Normandía no podía llegar a oídos de la Wehrmatch, a la cual la resistencia debía hostigar para restarle capacidad a las fuerzas empeñadas en hacer frente a la legión anglonorteamericana que significaría un duro golpe a Hitler, quien ya retrocedía en el frente oriental.

La primera mujer de la CIA

Con la liberación de Francia, Virginia Hall fue destinada a Paris para cumplir sus últimas misiones hasta su vuelta a Londres, donde fue recibida como una “heroína de guerra” y recibió varias condecoraciones.

Poco después, el gobierno de los Estados Unidos –el mismo que le había cerrado las puertas de una carrera diplomática– la distinguió con una oferta que no pudo ni quiso rechazar: ser la primera mujer en incorporase a la flamante Central Intelligence Agency (CIA).

Su amiga, reclutadora y mentora Vera Atkins también logró un tardío reconocimiento por su labor en la guerra: le concedieron la ciudadanía británica que le habían negado durante años y le dieron el otorgaron un de oficial de inteligencia que merecía desde hacía mucho tiempo.

Virginia Hall se jubiló en la CIA y murió el 8 de julio de 1982, envuelta en un halo de leyenda de los servicios de inteligencia. Tanto que en 2019, el Museo Internacional del Espionaje, en Washington, montó una exposición permanente sobre “la espía coja”, donde se pueden ver muchas de sus pertenencias, la identificación falsa que usó como corresponsal norteamericana en Francia y una de las valijas con radiotransmisor que utilizo en sus misiones.

Su vida también fue contada –con muchas licencias de ficción– ese mismo año por la película A Call to Spy, protagonizada por Sarah Megan Thomas como Hall, Stana Katic como Atkins y Linus Roache como el coronel Buckmaster.

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