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La hora final de Alberto

Vaciado de poder, aislado y derrotado por Cristina Kirchner en la interna oficialista, el presidente argentino debe estar pensando seriamente en renunciar al cargo
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08 de julio de 2022 a las 05:00

Alberto Fernández camina solo por los pasillos de la Casa Rosada, atraviesa medio escorado y cabizbajo el “Salón de los Bustos” hasta el hall de entrada, pasa como un sonámbulo frente a los guardias de Granaderos y sale por la puerta.

El presidente argentino se ha convertido en un espectro dentro del palacio de gobierno, un fantasma de sí mismo. Desde que el sábado le renunció en forma extemporánea el ministro de Economía Martín Guzmán –en lo que fue el último zarpazo a su poder por parte de la vicepresidenta Cristina Kirchner–, Fernández parece deambular sin rumbo, su gobierno totalmente vaciado de autoridad, y da la sensación de que podría renunciar en cualquier momento.

Ese parece ser precisamente el deseo de la señora de Kirchner. No solo lo piden algunos de los periodistas de C5Nmás allegados al entorno de la vicepresidenta–en unos audios supuestamente privados pero sospechosamente bien editados–, sino que cada vez que ella pronuncia un discurso en público, la militancia entona el “Presidenta… Cristina presidenta…”.

Últimamente también, tras cada uno de esos discursos, había caído un jerarca o funcionario importante dentro del esquema de resistencia del presidente en la interna oficialista. Guzmán parece haber sido efectivamente el último(porque el canciller Cafiero, que vendría a ser en rigor el último mohicano, no tiene la gravitación suficiente); y si hay uno que ha de seguirle al economista, me temo que solo puede ser el propio Alberto.

De hecho, Cristina anunció el miércoles que el viernes hablará de nuevo; esta vez desde El Calafate. Y ya dejó filtrar que será un discurso “muy crítico”. Leído en clave de la vicepresidenta, que nada lo hace por casualidad, parece haberle dado unas horas al presidente para que reflexione y presente la renuncia. Cuando el fruto está lo bastante maduro, no hace falta ni tocarlo; cae solo. Y ese parece ser el trance en que se debate Alberto Fernández en esta hora aciaga.

De todos modos, habrá que ver. Capaz que decide quedarse un año y medio como mascarón de proa de la Casa Rosada.

Lo que se viene

En lo económico, ninguna de las salidas políticas posibles parece buena para una Argentina con la inflación en el 60% anual, el dólar paralelo a 270 pesos, sin acceso al crédito y sin reservas en el Banco Central. Aunque el propio Guzmán cerró en marzo un acuerdo con el Fondo Monetario que pondría al país otra vez en la senda de cumplir con sus obligaciones y volver a los mercados, fue precisamente ese acuerdo lo que detonó la crisis política e hizo saltar por los aires a la coalición de gobierno. Cristina se opuso ferozmente al convenio por lo que significa en términos fiscales y de reducción del gasto y aumento de tarifas; y ahí se terminó de romper lo que ya venía bastante cascoteado por un año largo.

Ahí empezó una guerra interna sin cuartel, con Guzmán haciendo malabares para utilizar los instrumentos de la economía y cumplir con las metas del Fondo Monetario, y Cristina resistiendo con los funcionarios que responden a ella en cada ministerio y/o secretaría. Fue el caso de la Secretaría de Energía, que depende del Ministerio de Economía pero cuya cúpula está integrada por cristinistas y camporistas. Durante un año, estos le habían hecho la vida imposible a Guzmán. Y la semana pasada, cuando por enésima vez le hicieron una jugada aviesa para seguir posponiendo el aumento de tarifas, el ministro le dijo a Alberto que los tenía que destituir de inmediato. Según trascendió, el presidente le pidió tiempo. Guzmán esperó un par de días. Y el sábado, mientras Cristina pronunciaba uno de sus temibles discursos, el economista tiró la bomba renunciando por Twitter. Nunca se había visto nada igual en la historia política argentina, y hasta me animaría decir, sudamericana, desde la renuncia por fax de Alberto Fujimori a la presidencia de Perú.

Una pena, porque en una coyuntura internacional que se presenta muy favorable, con el acuerdo del FMI y un poco de estabilidad política, Argentina hubiera salido sin mayores problemas de esta crisis económica. En realidad, es la crisis política lo que provoca la crisis económica. A un año del ciclo electoral, Cristina no quiso subir las tarifas y que se hiciera el ajuste. Tal vez no podía darse ese lujo. Para ella, perder el poder es perderlo todo en este momento, acaso también la libertad.En resumen, el país entero está siendo rehén de sus problemas con la Justicia.

La nueva ministra de economía, Silvina Batakis, que asumió a principios de semana, supuestamente tiene el beneplácito de la vicepresidenta.Pero por otro lado también ha dicho que seguirá con la política de Martín Guzmán. Supongo que lo dirá para tranquilizar a los mercados y al FMI(de hecho, al cierrede esta edición, cuatro días después de asumir, Batakisaún no había nombrado a su equipo ni presentado ningún plan) y después se entenderá con Cristina.

No lo podemos saber. En el agujero negro que se ha convertido hoy la política argentina, que se traga a todo aquel con una iniciativa, nadie quiere mostrar todas sus cartas hasta que no se estabilice un poco la situación.

El único que parece haber echado el resto y perdido sin remedio es Alberto Fernández. Todo a su alrededor cargacon la pesada atmósfera del final de ciclo, la melancolía pesarosa del fin de fiesta, cuando se prende la luz y pasan la versión española del Feliz Cumpleaños para que todo el mundo se vaya, el sabor amargo de la hora final.

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