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7 de marzo 2022 - 23:27hs

¿Quién nos contó la historia? Los libros, los medios y las investigaciones estuvieron históricamente en las manos, las voces y las miradas masculinas. Los hombres contaron la historia. Pero es momento de que escuchemos otras voces.

Como toda adolescente curiosa, y víctima de un enamoramiento perdido por la fotografía, traté de encontrar referentes en libros y documentales. Pero los fotógrafos, aquellos que se llevaban el reconocimiento por las imágenes más famosas de la historia, parecían ser todos hombres. Había que buscar en profundidad para que empezaran a aparecer los nombres de aquellas mujeres impresionantes en la historia de la fotografía que contaron la vida con sus ojos: Dorothea Lange, Diane Arbus, Gerda Taro.

Siempre hay pioneras. Y en Uruguay también. En los últimos 40 años las mujeres fueron reclamando su espacio y publicando fotografías que pasan a contar la otra historia que estamos viviendo. Esa que no han contado los libros.

“Rompí muchos esquemas”, dice Nancy Urrutia desde el living de su casa y deja salir una sonrisa tímida. Se convirtió en “la fotógrafa” de los medios de prensa en los años 80. Y detrás de ella llegaron otras.

En 1975 empezó a trabajar como fotógrafa en eventos sociales. Pero tenía una intuición: ella podría ser fotógrafa de prensa. La primera cobertura que hizo fue, ni más ni menos, en el acto del 27 de noviembre de 1983 cuando, a los pies del Obelisco de los Constituyentes, corrió un río de libertad. “Sentí que esa intuición que tenía era correcta, me dio más fortaleza y, como se dice ahora, me empoderé”.

La primera publicación que le dio un lugar fue la revista semanal de Acción Sindical Uruguaya, pero luego pasó a sacar fotos para el semanario Las bases y Brecha, donde trabajó durante 11 años. “No había mujeres. Puedo decir que soy pionera de estas épocas. Al principio costó, pero fui hablando con los colegas, explicando que íbamos a ser compañeros y que no me hicieran la vida difícil”, recuerda.

Considera que tuvo suerte, pero que siempre hay “casos aislados”.

Tiene una anécdota que pinta el contexto de finales de 1980. Cuenta que el primer medio en el que intentó trabajar fue en El País, cuando consiguió una entrevista laboral con el jefe de fotografía a través de un colega. Llegó con una carpeta donde había guardado una selección de sus fotografías, pero que nunca fue abierta. “Mirá gurisa, acá no tomamos mujeres porque nosotros revelamos en el cuarto oscuro, y cuando hace calor revelamos en calzoncillos”, recuerda que fue la respuesta. Ella, que además de fotógrafa era laboratorista, se sintió frustrada. “Me quería morir, salí angustiada porque no me dio oportunidad a mostrar mi trabajo ni a ver cómo era mi forma de trabajar, que viera que podía tener cierto nivel o que podía ir aprendiendo. Era el hecho de ser mujer”.

Roberto Fernández Ibañez Nancy Urrutia Reportera Gráfica.

Una vez que entró a trabajar en Brecha se convirtió en “la fotógrafa” de la prensa local. Y a pesar de su timidez, explica que al tener una cámara en frente sentía que se le habilitaban otros espacios para avanzar. “No tuve grandes dificultades. Siempre traté de ser respetuosa, no pasar por encima de alguien e ir presentándome como la fotógrafa del medio, eso parece que no, pero es una carta de presentación”. Logró algunas de las fotografías más importantes de la restauración democrática, tuvo imágenes exclusivas, como el primer retrato de Raúl Sendic cuando salió de la cárcel, y mostró un Montevideo que volvía latir.

“Di muchos exámenes porque el hecho de que no hubiera otras mujeres era difícil. Después me pasó que me encontré en lugares donde me conocían porque veían mis fotos, he tenido grandes satisfacciones con eso. Que alguien me dijera que veía mis fotos y me pidiera un abrazo era muy emotivo”, recuerda.

En 1991, El Observador se preparaba para salir a la calle. Eran meses de armar equipos y proyectar el nuevo diario. Magela Ferrero tenía 23 años, un entusiasmo juvenil por la fotografía, y las ganas y la necesidad de trabajar. Había tenido una experiencia en La Gaceta Universitaria, una pequeña revista donde había hecho varias coberturas, cuando un amigo le avisó que se estaba formando un nuevo medio de prensa. Le dio su tarjeta, él se la llevó a Félix Carreras, y se ubicó en una larga fila de fotógrafos aspirantes. Finalmente fue contratada y pasó a ser la primera fotógrafa del diario. “Cualquier cosa que te pueda decir es algo que hago desde el presente, con una perspectiva que en el momento en que las cosas ocurren simplemente vas viviendo. No estás pensando qué significa lo que estás haciendo, simplemente te tomás el ómnibus y vas a trabajar”, aclara desde el comienzo Ferrero desde su casa, donde recibió a El Observador.

Aún entonces, que una mujer trabajara como fotógrafa en un medio de prensa era “excepcional”. 

“Creo que en ese momento no era nada común. De hecho las únicas fotógrafas que habían trabajado en prensa eran Nancy Urrutia y Diana Mines, que estaba trabajando en la fotografía con un trabajo teórico y estaba haciendo crítica”. 

Ferrero entró a trabajar en un momento de nuevos comienzos. Eran tiempos de creación para los artistas y la cultura. “En ese momento en el que empecé a trabajar estaba todo ahí para construir y cualquier cosa que ocurría era visible. Una mujer joven trabajando en la prensa y en El Observador, que tuvo mucha visibilidad, porque apostó a la imagen, tuvo enseguida notoriedad. La fotografía tenía mucho destaque y había una mujer”.

Ferrero, que también trabajó en revista Tres y Riesgopaís, recuerda que la competitividad por conseguir “la foto” la fue alejando del trabajo periodístico. “Soy una persona un poco romántica. Tengo varias amigas fotógrafas, y también fotógrafos, que son muy buenas personas y compartimos este espíritu. Las mujeres tenemos un poco -en la estadística de hombres y mujeres que conozco- incorporada esta visión un poco más panorámica de los procesos de lo que hacemos. No tenemos tan sesgado eso de que se te va la vida en esta foto. También quizás por el rol que nos ha tocado desempeñar, tenemos una manera de componer las circunstancias que es un poco más abarcativa”.

Pero ser una mujer joven entrando a un medio de hombres no es fácil. Sobre todo cuando se llega tan cerca a personas con poder e impunidad. Cuenta que enfrentó casos de acoso en el ejercicio de su trabajo durante sus primeros años. “Entre el modo que yo tenía de trabajar cuando entré a trabajar en El Observador y como ocurren las cosas hoy no pasaron 20 o 30 años, pasaron 100 años. Porque más allá de que sigue pasando todo, la gran diferencia es que ahora lo sabemos día a día. Las redes están inundadas de testimonios de mujeres. Y yo les creo a todas”.

Ferrero encontró una escuela en las redacciones, y en el acierto y el error es la autora de algunas de las fotos que pasan al acervo de los años 90.

Pablo La Rosa

Natalia Rovira se acerca a una biblioteca y regresa sosteniendo dos fotografías que guarda cerca como un mantra al que recurrir cuando duda. La primera es una foto de su primera cobertura, la segunda es la primera foto que publicó en un medio de prensa.

Una nena vestida de blanco, con las manos abiertas hacia el cielo, está parada ante el grupo de Mujeres de Negro que reclaman sus derechos. Los propios y los de ella, que apenas si habrá aprendido a caminar. Esa fue su primera cobertura. Todavía no trabajaba en un medio de prensa, pero fue allí cuando descubrió lo que quería. “Todas esas cosas que sentía las podía transmitir a través de la foto, la gente lo recibía de buena forma y estaba en un lugar donde me sentía cómoda también. Es medio en soledad, pero me sentía cómoda”.

Empezó a hacer fotos en teatro, en toques de bandas, en carnaval, en cualquier lugar que pudiera abrirle una puerta, por más pequeña que sea, al mundo de los medios. En paralelo, iba a cada marcha feminista: “En algún momento alguien lo iba a ver o iba a tener la oportunidad de entrar en algún medio. Todo lo que fuera marchas feministas, a todas iba y en todas sacaba. Y así llegué a La diaria”.

“Es totalmente diferente la visión de una mujer fotógrafa a la de un hombre fotógrafo, por más sensibilidad que tenga. Porque yo admiro a los compañeros con los que trabajo, pero no es lo mismo. A veces puedo ver una foto que tiene una belleza técnica espectacular y no tanto otra que pueda hacer una mujer, y me sensibiliza más”, sostiene la fotógrafa y extiende esa mirada hacia las decisiones editoriales: ¿por qué se elige una foto y no otra? ¿La foto de una mujer amamantando puede ser la tapa de un diario? 

Natalia Rovira

Rovira es una mujer que busca el trabajo. Como busca la foto, busca la oportunidad. Y siempre levanta la mano cuando se necesita una fotógrafa para salir a la calle. “No me quiero encasillar solamente en lo que sea ‘de mujer’, porque me parece que también se necesitan miradas de mujeres en los ambientes de hombres. Creo que eso lo va a enriquecer. A las mujeres las están poniendo mucho para el lado de hacer cosas de mujeres, y en algún momento la brecha capaz que va a ser más fuerte. No quiero ir a cubrir solamente el 8M, quiero ir a cubrir Uruguay - Argentina en el Centenario por ejemplo”.

Mariana Greif sintió desde muy pequeña una conexión con la fotografía, con aquello que le permitía plasmar situaciones que la sorprendían y dejar un registro de lo que vivía. Empezó a estudiar a los 14 años y cuando terminó la secundaria consiguió un beca en Estados Unidos para profundizar su conocimiento en fotografía de prensa y documental. La imagen empezó a ser su manera de acercarse a las cosas que le interesaban, aprender sobre ellas y contárselo a los demás. “Era una entrada a mundos en los que no pertenecía y era una excusa para conocer otras cosas”.

Cuando empezó a trabajar, fue para la agencia Bloomberg en Colombia. “Era la única mujer y empecé a trabajar bastante joven, muchas veces me sentía como con el síndrome del impostor porque estaba ahí haciendo eso cuando todo mi contexto decía que tenés que ser hombre, adulto y con experiencia e historias potentes. Fue muy difícil sentir que tenía la confianza en mí misma de decir que estoy ahí y valgo por lo que cuento y como lo cuento. Sigue siendo un proceso. Con más experiencia me he sentido más cómoda, también en los lugares donde trabajo siento que tengo un espacio importante”, explica.

Actualmente trabaja para la agencia Reuters y es colaboradora en La diaria, donde además le ha tocado tomar decisiones en algunas oportunidades. “Nunca soñé ser editora, me siento más cómoda estando en la calle haciendo fotos. Pero también he sentido que ha sido una oportunidad re linda para revisar eso y lo que puede cambiar tener una mirada feminista dentro de la edición. Para elegir quién va a fotografiar qué y dentro de la cobertura qué fotos elegimos para contar qué”, señala. Dentro del medio también hay otras mujeres editoras, como es el caso de Magdalena Gutiérrez en Brecha o Inés Guimaraens en El Observador

“Me siento feminista y eso repercute en todo lo que hago en mi vida. En mi trabajo también. Eso es algo que siempre tengo en la cabeza, no es que lo esté pensando activamente pero está ahí y es parte de mi personalidad. Creo que también ha sido un proceso. Desde que el feminismo está creciendo en mi vida lo veo en todos lados y me parece importante visibilizarlo también en todos lados”, indica. La fotografía de prensa, para Greif, no puede ser objetiva: es el resultado de quién ella es y de sus experiencias.

Mujeres retratan mujeres

A partir de la reapertura democrática, los movimientos feministas tomaron un nuevo impulso. Mujeres de diferentes edades se organizaron y salieron a las calles para sacar la lucha del espacio doméstico y llevarla al ámbito público. “La mujer que se rebela, ni le gritan ni le pegan”, se lee en la página 9 de la edición del semanario Brecha publicado el 16 de marzo de 1990. La consigna aparece junto a una fotografía de Nancy Urrutia en un recuadro sobre una manifestación por el asesinato de Flor Rodríguez, víctima de lo que la legislación actual tipificaría como un femicidio. “El miedo individual se ha convertido en un coraje colectivo”, decía parte de la proclama recogida por la hemeroteca del Museo Histórico Nacional.

Inés Guimaraens

Urrutia retrató la efervescencia de los movimientos feministas. Hoy reconoce que las manifestaciones de mujeres son cada vez más grandes y se alegra cuando las ve marchando con hijas e hijos que incorporan esa lucha desde pequeños.

Desde 2017 la ola feminista tomó otro nivel. El Paro internacional de Mujeres y la marcha del 8M llevaron a las calles del Uruguay una marea que año a año se moviliza y no tiene reparos en denunciar las desigualdades y las violencias cotidianas. ¿Las mujeres tienen otra mirada para retratar los movimientos feministas? De lo que no cabe dudas es que las experiencias les han pasado por el cuerpo. El mismo que ponen para contar cada historia. 

El día de una marcha, Rovira se siente como una futbolista antes de un partido y reconoce que empatiza rápidamente con la emoción de las demás. Señala además que en las marchas del 8M, el 25 de noviembre (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer) o las alertas feministas, las voces de las mujeres que quieren ver otras mujeres trabajando en esos ambientes son las que lo reclaman. “Eso ha ido presionando también para que los diarios tomen las decisiones de mandar mujeres. Es un trabajo de todas”, sostiene.

Ferrero prefiere marchar. “Prefiero estar poniendo mi energía en componer esa marcha, acompañarse y mirar estos temas sin que entre mi cuerpo y mi mirada esté mediando un dispositivo. Un poco me angustia el mar de dispositivos, el mar de teléfonos registrando. Querría caminar con las manos más libres o usarlas más para estar al alcance de otras manos”. Recuerda que cuando comenzó a trabajar las manifestaciones de mujeres no tenían el mismo peso en los medios de prensa que tienen ahora.

“Las mujeres no hemos tenido la posibilidad de ser escuchadas y respetados nuestros relatos hasta hace dos minutos. Es como cuando no pudiste hablar por siglos, y de repente no te alcanza la boca para que salgan todas las palabras que tenés para decir”, considera la fotógrafa y artista visual. 

I.Guimaraens

Greif considera que el trabajo en las marchas es muy movilizante. “Es estar muy acompañada de otras mujeres que sienten y que piensan de una forma similar a mí y lo podemos compartir. Muchas veces es como un duelo. La gran mayoría de las veces lo es, y también es desde el enojo, pero tiene su lado de sentirse acompañada”. En este sentido, es un ejercicio de cuestionamiento: ¿qué mensaje está transmitiendo cada foto?

“Es una de mis cosas favoritas de cubrir pero a la vez es un trabajo duro. Antes intento parar a pensar cómo me imagino, qué quiero fotografiar, cómo lo quiero contar. Cuando estoy ahí cuidar algunas compañeras y si hay niñes tener la autorización de su madre. Tener cuidado. También creo que las mujeres hemos sido muy victimizadas y nos muestran como víctimas también. En este último tiempo pensaba mucho en eso, en no caer en eso y crear otra imagen y otra perspectiva de lo que es ser mujer. La resiliencia de las mujeres. Ir a fotografiar una marcha no es sacar fotos de lo que veo sino buscar cosas. Ir con cosas en mente y buscarlas”, considera Grief.

Natalia Rovira Natalia Rovira encontró en las marchas feministas un lugar para retratar las luchas de otras mujeres y la suya propia

“El fotoperiodismo tiene el rol histórico de plasmar lo que estamos viviendo de acá al futuro. Los hechos, pero también cómo lo vivimos. Me parece que las mujeres y disidencias lo vivimos de otra manera. Y eso pasa porque estamos en una sociedad muy patriarcal que nos discrimina, no solamente por ser mujeres, sino por todo lo que nos rodea. Está bueno que de acá al futuro esa manera sea considerada”, señala Grief.

Urrutia se reconoce una pionera ahora pero cuenta que se fue dando cuenta del impacto que tuvo con el correr del tiempo. 

“Me tocó a mí en este caso salir adelante. Nunca antes me lo había propuesto, cuando pienso digo cuánto camino recorrí y cuánto por recorrer. Me parece maravilloso que otras compañeras puedan empezar a caminar hacia una profesión que es muy linda y que no tiene por qué ser solo de hombres. No sé por qué es así, nunca tuve una explicación. Es como manejar un bisturí, y un bisturí lo agarra tanto un hombre como una mujer. Una cámara es igual”, concluye. 

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