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La salida de Merkel

La canciller de Alemania anunció su retiro de la política en un momento de gran prosperidad del país, pero que los ciudadanos no reconocen
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04 de noviembre de 2018 a las 05:00

Philip Stephens

Financial Times

 

Nunca te ha ido tan bien. Esta famosa observación de Harold Macmillan suele ser incorrectamente recordada. El alarde del entonces primer ministro británico en referencia a una economía británica en auge durante los últimos años de la década de 1950 era limitado: “Seamos francos al respecto. A la mayoría de nuestra gente nunca le ha ido tan bien”. Pero luego vino la a menudo olvidada advertencia: “Lo que está empezando a preocupar a algunos de nosotros es ‘¿Es demasiado bueno para ser verdad?’ o tal vez debería decir: ‘¿Es demasiado bueno para durar?’”. 

Demasiado bueno para durar. Un éxito cargado de dudas. Macmillan habría reconocido el temperamento actual de Alemania. El otro día escuché a un estadista veterano decir que el país nunca había sido tan próspero. Y aun así, la coalición de la canciller Angela Merkel es impopular, el estado de ánimo del público es displicente, y la política se está fragmentando. Los alemanes están teniendo dificultades reconociendo su buena fortuna. 

Los líderes empresariales revelan una ambivalencia similar. Alemania tiene un enorme superávit en cuenta corriente. Elabora productos de alta calidad que generan precios superiores. En ciudades como Stuttgart, la riqueza que esto genera es obvia. Sin embargo, los jefes corporativos temen que una cultura cautelosa reprime la innovación y la toma de riesgos. El exceso de regulación tiene el mismo efecto. El futuro pertenece a los mundos digitales del aprendizaje automático y de la inteligencia artificial. Esos mundos pronto pudieran ser propiedad exclusiva de EEUU y de China.

Como todos en Berlín ya lo han sabido durante un tiempo, Merkel se encuentra en el crepúsculo de su cancillería. Ahora ella ha trazado un camino para su partida. Las grandes pérdidas sufridas por su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU, por sus siglas en alemán), en las elecciones estatales en Hesse fueron los más recientes golpes en una serie. El partido hermano de la CDU, la Unión Social Cristiana (CSU, por sus siglas en alemán), ya había tenido serios tropiezos en su bastión de Baviera. Sus parlamentarios habían rechazado la elección de la canciller para liderarlos en el “Bundestag” (parlamento federal). 

Las cosas terminan mal cuando los políticos se quedan en sus cargos demasiado tiempo. Eso les sucedió a los predecesores  de Merkel, Konrad Adenauer y Helmut Kohl. Su decisión de renunciar al liderazgo del partido en diciembre es una admisión de que 13 años como canciller ha representado un período demasiado largo, así como un esfuerzo por partir con dignidad. Su intención de permanecer como canciller hasta 2021 parece una de esas cosas que los líderes sienten que tienen que decir, pero que realmente no creen. Si la CDU y la CSU de centroderecha han recibido una paliza, el apoyo a sus socios del Partido Socialdemócrata (SPD, por sus siglas en inglés) en la gran coalición está en caída libre.

El ascenso de los populistas xenófobos de Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en inglés), particularmente entre los descontentos ‘olvidados’ del este del país, ha atraído la atención internacional.

Pero el partido que ha avanzado su posición ha sido el Partido Verde. Atrayendo tanto a los conservadores moderados preocupados por el medio ambiente como a los liberales de tendencia izquierdista que favorecen la inmigración abierta, Los Verdes tienen la oportunidad de desplazar al SPD como el segundo partido. 

Curiosamente, Merkel sigue siendo el personaje político más popular. Ella se sitúa casi en el punto central del espectro político nacional. Para algunos, ése es el problema. Su decisión en 2015 de abrir las fronteras a un millón de refugiados enfureció a la derecha de su partido y le abrió un espacio a la AfD. Sin embargo, también le proporcionó apoyo a Merkel personalmente de la centroizquierda.

Existe una teoría entre los expertos políticos veteranos en Berlín de que, una vez que  Merkel se haya ido, la política nacional volverá a una cómoda normalidad. La CDU se desplazará hacia la derecha, al mismo tiempo atrayendo apoyo de la AfD y dejando espacio para que el SPD vuelva a ocupar más de la centroizquierda. Este anhelo de ‘normalidad’ le suena a alguien ajeno al gobierno como la ilusión de una clase dirigente que tiene la cabeza enterrada en la arena.

El panorama político ha sido redibujado. La política solía ser un juego entre tres partidos (cuatro si se cuenta a la CDU y a la CSU separadamente). Los liberales del pequeño Partido Democrático Libre (FDP, por sus siglas en inglés) dieron el voto decisivo en la formación de coaliciones. Esos días ya se acabaron. Actualmente, seis (o siete) partidos se encuentran representados en el “Bundestag”. Incluso si los índices en las recientes encuestas de un 20 % o más exageran su apoyo nacional, Los Verdes han unificado coaliciones de gobierno en más de media docena de estados. Su ‘argumento de venta’ está dirigido a los profesionales adinerados con conciencia social. 

“Die Linke”, el partido de la extrema izquierda, tiene seguidores sólidamente leales en el este, donde la nostalgia por el antiguo orden comunista — llamada “Ostalgia” — es un recordatorio de cuán corta es la memoria política. La AfD obtiene el apoyo de los neonazis, así como de los afligidos por el temor a los refugiados.

Queda sin explicar por qué una economía a la que le está yendo tan bien ha perdido tan obviamente su equilibrio político. Parte de la explicación debe ser que las riquezas están compartidas de manera desigual. Y a pesar de que el gobierno está inundado de dinero, a los políticos les resulta curiosamente difícil restaurar una infraestructura nacional que se está desmoronando. Los puentes y las carreteras no se han reparado, y los aeropuertos necesarios no se han construido. Nadie debe esperar obtener una conexión WiFi decente o una señal de teléfono móvil.

En su mayoría, sin embargo, los alemanes parecen estar haciéndole eco a Macmillan: “¿Es demasiado bueno para durar?”. La respuesta puede ser que sí. El antiguo orden se está desmoronando. En Donald Trump, EEUU — el cual alguna vez fuera el protector vital de Alemania — ahora tiene un presidente que representa todo a lo que los alemanes se oponen: el burdo nacionalismo, la primacía del poder y el desprecio por el estado de derecho.

Europa, ha dicho ocasionalmente Merkel, debe responsabilizarse de su propia defensa. La gente asienta con la cabeza y luego no muestra entusiasmo alguno por la causa. La canciller nunca ha sido una europea apasionada al estilo de Kohl. Ella sí sabe que la prosperidad alemana depende de la seguridad y de la estabilidad de Europa. ¿Pero quién cuidará ahora la paz del continente?
 

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