Detrás de remeras, las tazas y los gorros con motivos personalizados estaba Fabiana, en su primer día como comerciante. La pandemia del coronavirus la dejó prácticamente fuera del sistema porque su trabajo como limpiadora se redujo al mínimo, su hijo fue despedido de su empleo como sonidista y el carnaval –una zafra clave para ambos– fue suspendido. Tenían que buscar una salida y, con algunos ahorros, compraron una impresora textil y comenzaron a vender por internet.