Me encuentro en estos días en Buenos Aires y contemplo el paso de personas de todas las edades que van camino de sus ocupaciones habituales y permitidas a lo largo de la cuarentena que comenzó el 19 de marzo. Es sin duda, la exteriorización de la vida cotidiana serena, tranquila. No hay niños por las calles y los mayores circulamos con algunas restricciones.
Pero no deseo describir una crónica de guerra sino sobre la amable actitud de mujeres y hombres ante la adversidad. Los días transcurren y pronto la cuarentena pasará mejor destino.
Es fácil reconocer a otros connacionales. En el aeropuerto una médica vestida con túnica blanca revisó los documentos y preguntó amablemente. En los taxis se huele a alcohol, un desinfectante bien conocido. El uso del barbijo da una pincelada de color en los rostros de todos. En otros transportes públicos, la densidad de pasajeros es baja. Hay normas para los ómnibus y subterráneos y hay también muchos que caminan a paso rápido y con barbijo. Conozco a una profesional que camina cincuenta minutos a diario antes de utilizar un transporte público.
La pandemia ha producido grandes cambios y los porteños pueden pedir desde sus propios domicilios algunas comidas que son enviadas diligentemente. Pero todo no es perfecto cuando se está en guerra contra la pandemia. Las jornadas transcurrirán rápidamente y ha recomenzado la atención médica y odontológica en los consultorios. Como es lógico la petición de turnos facilita la vida.
Los porteños están en sus casas y muchos padres y madres se han convertido en maestros. Los niños, los chicos o los pibes reciben clases por internet. Las hay para todos los gustos y los universitarios tienen acceso a aulas virtuales. En las mismas los profesores exponen y pueden también intercambiar conversaciones con los alumnos. Por mi parte significa toda una revolución didáctica. Su gran ayuda colabora y nos hace recordar cuando como estudiantes libres de Derecho nos presentábamos a examen: “Saque bolilla, señorita. Saque bolilla, señor...”. En España, un catedrático universitario, dirá: ”Saca bola”.
Hay refranes que repetimos sin esfuerzo en la vida cotidiana. Pero Don Quijote nos regaña a veces. Dirigiéndose a su fiel escudero no duda en decirle: “Paréceme, Sancho que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas”.
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