Diego Battiste

Las becas Gallinal (rastro y moraleja)

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07 de marzo de 2021 a las 05:00

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Leo en El Observador: “Gobierno cede y pide a ANII abrir el presupuesto y buscar financiamiento para evitar recortes”. Es una excelente noticia que demuestra que el año 2020, con todo lo malo que trajo, dejó un legado conceptual extraordinariamente positivo: una mayor valoración de la importancia del desarrollo científico en nuestro país.  De todos modos, se cometería una injusticia flagrante si se concluyera que recién ahora nuestra sociedad descubre la importancia de la ciencia. En otros momentos, en este mismo espacio, evoqué los orígenes del PEDECIBA, de la Facultad de Ciencias y del Instituto Pasteur. Ahora quiero contar una historia todavía más olvidada: la de las “becas Gallinal”.

Como en otros países de la región, durante el siglo XIX la elite intentó que sus hijos se formaran en Europa. Barrán y Nahum mencionan, por ejemplo, que Baltasar Brum, Juan Paullier, Batlle y Ordóñez y Juan Alberto Capurro viajaron a estudiar con el apoyo de sus respectivas familias. Mientras tanto, otros, como Francisco Soca, lo hicieron gracias a becas otorgadas por el gobierno.1 El avance del positivismo durante el último cuarto del siglo XIX favoreció que el progreso empezara a ser pensado, especialmente por el batllismo, en clave de desarrollo científico. A comienzos del siglo XX, gracias a la “superación del positivismo” liderada por Carlos Vaz Ferreira y José Enrique Rodó, el énfasis en la importancia del conocimiento se mantuvo, pero se extendió a otras manifestaciones del “espíritu”. El desarrollo de las artes pasó a ser tan valioso como el de la ciencia.

Este contexto ayuda a entender cómo fue posible que, en 1929, se creara una ambiciosa política de becas orientada a promover estancias de investigación en el exterior. A instancias de Gustavo Gallinal, rodoniano y legislador del Partido Nacional (del “nacionalismo independiente”), se aprobó la ley 8609. Esta norma creó un fondo que debía gastarse cada dos años en “en pensiones de estudios en el extranjero”. Podrían aspirar a esta beca “todos los miembros del Cuerpo docente sin excepción alguna que estén en condiciones de realizar trabajos que representen un esfuerzo de estudio o de investigación original”. Las becas, no podían ser otorgadas para “viajes de mera información o de solo perfeccionamiento profesional”. Serían otorgadas por cada una de las instituciones educativas, a partir de los méritos y del plan de trabajo presentado por el docente interesado en ella. Además de la “pensión”, durante el período de su viaje, el docente disfrutaría de licencia con goce de sueldo.

Es cierto. Uruguay festejaba el centenario de la República en un clima de optimismo envidiable. No había llegado, todavía, el shock de la crisis del 29. De todos modos, a la distancia, asombra la lucidez de Gustavo Gallinal y del parlamento que acompañó su iniciativa: favorecer el contacto del cuerpo docente con los centros académicos más avanzados e incentivar decididamente la creación de conocimiento original. Aprobaron una ley de avanzada: apostaron al conocimiento antes de la sociedad del conocimiento.

El sistema de gestión establecido en la ley no podía ocultar su origen blanco: era perfectamente descentralizado. No se previó la creación de una oficina que registrara becarios, destinos, trabajos realizados. Esto hace que sea realmente muy difícil reconstruir la información sobre el impacto de la beca. No obstante, con la ayuda de colegas y amigos, he podido reconstruir al menos cuatro casos emblemáticos de profesores de renombre que viajaron con la beca Gallinal: José Pedro Díaz, Juan Eduardo Azzini, Aldo Solari y Arturo Ardao.

José Pedro Díaz obtuvo la beca en 1949. El Consejo de Educación Secundaria le recomendó asistir a distintos cursos de literatura y “continuar sus estudios y lecturas a fin de concluir el trabajo Poesía y Magia”. Acompañado por su esposa, Amanda Berenguer, se instaló en Europa entre 1950 y 1952. 2 Juan Eduardo Azzini, Catedrático de Finanzas Públicas en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración, gracias a la beca Gallinal, viajó al viejo continente en 1952. Además de visitar institutos de finanzas públicas en Bélgica, Francia e Italia, estudió en la Universidad de Bolonia.3 En 1956 se concedió la beca Gallinal a Aldo Solari. De acuerdo a su plan de trabajo visitaría Francia, Italia e Inglaterra con la finalidad de realizar “estudios teóricos y aplicación práctica de las técnicas de investigación en Sociología y Ciencias Sociales” y “estudios teóricos en Ciencia Política”.4 También en 1956, nuestro recordado Arturo Ardao se embarcó España y Francia.
Durante dos años se consagró a la investigación publicada más tarde en su libro Lógica y Metafísica en Feijóo.5

Todos ellos viajaron en la segunda posguerra, cuando Europa renacía de sus ruinas y el peso uruguayo todavía no se había hecho cenizas. La inversión realizada en la época valió la pena, como el dinero que hoy se invierta en la ANII.

1 Barrán, José Pedro y Benjamín. 1982. Batlle, los estancieros y el imperio británico, EBO, tomo 3, p. 107.

2 Debo este dato a la curiosidad insaciable de Connie Hugues. Ver: Alzugarat, Alfredo. 2011. Diario de José Pedro Díaz. Biblioteca Nacional – EBO, p. 25 y 34.

3 Pascale, Graziano. 2008. Azzini. Fin de Siglo, pp. 79-80. Agradezco muy especialmente el testimonio de su hijo, Daniel Azzini.

4 Agradezco esta información al colega Lucas D’Avenia.

5 Debo este dato a la familia Ardao.

 

 

 

 

Adolfo Garcé es doctor
en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad
de Ciencias Sociales,
Universidad de la República

adolfogarce@gmail.com

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