Leonardo Pereyra

Leonardo Pereyra

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Las elecciones excitaron a los ya excitados tuiteros

Durante la campaña, políticos y periodistas se exhibieron como nunca en las redes sociales
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29 de noviembre de 2019 a las 05:04

Se conoce que la manera más cómoda de librarse de la tentación es caer en ella y, por estos días de pasión electoral, hemos visto en las redes sociales cómo las mínimas multitudes se dejaban seducir más que nunca por la fascinación de su propio ego. Entre otras cosas porque, como dijo uno de cuyo nombre no me acuerdo, la gente prefiere hablar mal de sí misma antes que permanecer callada, y la ocasión se prestaba para las pequeñas campañas, las perecederas opiniones y los consabidos insultos y alcahueterías.

En esos arrabales del efímero Twitter y del mastodóntico Facebook, el deseo de decir algo por más ínfimo, solemne o sencillamente guarango parece inevitable. Es una tentación que está a mano y que se sacia con unos pocos dedazos.

Aquello que lleva a los tuiteros a perder la vergüenza en la tribuna módica de las redes sociales no parece merecer la pena y tiene toda la pinta de estar movido por un ego desbocado. ¿Qué otra cosa puede llevar a un periodista a suicidar, a la vista de quien se le presente, su credibilidad o su independencia con una ametralladora de tuits a favor o en contra de un candidato? ¿con qué necesidad se exhiben públicamente esas preferencias? Esto ha sucedido con alarmante frecuencia en la pasada campaña electoral. Y se trata de personas que ejercen un oficio que no suele ser demasiado valorado en la sociedad uruguaya. El Twitter también ha llevado a connotados políticos a cometer toda clase de excesos e incluso el candidato frenteamplista Daniel Martínez eligió este medio para reconocer la victoria que antes le había negado a Luis Lacalle Pou. (Dicho sea de paso: ni periodistas ni políticos están en condiciones de seguir jugueteando con su ya deteriorada credibilidad. Según los últimos datos del Latinobarómetro, el 49% de los uruguayos confía en los medios de comunicación y solo un 21% recogen los partidos políticos. Muy por debajo de las Fuerzas Armadas que con una casi inexistente presencia en las redes sociales disfrutan de un 62% de las miradas positivas de los uruguayos pese a haber participado durante 12 años de una terrible dictadura).

Pero, volviendo al tuiteo compulsivo, busque la palabra ego en el diccionario y encontrara como segunda acepción que se trata, en la teoría del psicoanálisis de Freud, de la “parte parcialmente consciente de la personalidad humana que controla la motilidad y media entre los instintos del ello, los ideales del superego y la realidad del mundo exterior”.

No se moleste en entender o, mejor, hágalo pero no pierda de vista la primera definición del mataburro para esa palabra: “Valoración excesiva de uno mismo”.

En las redes, la multitud de enanos que se piensan gigantes abruma. Las actitudes tontas que revelan algunas personas que uno sabe inteligentes, apena. El narcisismo los lleva a gritar por las redes sociales intimidades modestas que les daría vergüenza propalar a través de un megáfono en la Plaza Independencia.

Y ahí están también los que amenazan con “bloqueos” como si la advertencia le importara a alguien más que a aquellos que comparten su mismo tedio. Y están  los que se justifican diciendo que aquello que escriben en el tuiter no debería ser tomado en serio y que solo es un juego. Pero se equivocan. Un juego, para aquel que no es un niño, es algo que sucede con cierta periodicidad, con el suficiente tiempo entre divertimento y divertimento para que no aburra con la recurrencia.

En cambio, los jugadores del tuiter son como los drogadictos que dicen que se la dan solo de vez en cuando pero viven narigueteando o, en este caso, mirando atentamente la pantalla del celular cada 15 minutos a ver qué y quiénes le responden a sus nimiedades.

Además, en las redes sociales es improbable aprender alguna destreza, particularmente en el uso de la lengua. Fuera de la pantalla, el idioma, los códigos que manejan dos personas, o un grupo de amigos, suele ser, sino inteligente, casi siempre entrañable y, cuando se pierde, desaparece algo desoladoramente único. Sin embargo, los códigos que uno se encuentra en los usuarios del Twitter son, casi invariablemente, penosos y descartables.

Los adjetivos posesivos desaparecen inexplicablemente y para decir “mi madre cree” se apela a un “madre cree”. Lo destacable se convierte en “todo lo que está bien” y para ratificar una opinión se utiliza esta fórmula: “¿es usted un tarado? Es usted un tarado”.

Y así hasta la náusea porque más vale aprovechar lo que el resto usa y tira antes que construir un lenguaje propio. Hablame de pereza.

Posdata: si los dioses de las redes quieren, esta Historia Mínima será compartido, como no, en su Facebook o en su Twitter amigo.

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