Los episodios del pasado domingo 8 en Brasil, cuando una multitud de manifestantes bolsonaristas tomaron las sedes de los Tres Poderes, son sin duda inquietantes

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Las grietas se agrandan

Son las tempestades que se cosechan cuando se siembran los vientos de desconocer el resultado electoral, de afirmar que hubo fraude, de introducir sospechas sobre los métodos de conteo
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15 de enero de 2023 a las 05:00

Los episodios del pasado domingo 8 en Brasil, cuando una multitud de manifestantes bolsonaristas tomaron las sedes de los Tres Poderes, son sin duda inquietantes. Se asemejan, en cierto modo, a lo ocurrido el 6 de enero de 2021 en Washington D.C cuando una turba entró al Capitolio e intentó impedir la ratificación final del resultado electoral que correspondía realizar ese día.

Son las tempestades que se cosechan cuando se siembran los vientos de desconocer el resultado electoral, de afirmar que hubo fraude, de introducir sospechas sobre los métodos de conteo. Y, sobre todo, cuando el presidente saliente se escabulle de la entrega del mando al presidente entrante.

Lo hizo Bolsonaro al marcharse a Estados Unidos dos días antes de la asunción de Lula. Lo hizo también, en 2015, Cristina Kirchner al dejar el bastón presidencial en la Casa Rosada para evitar entregárselo a Mauricio Macri, el presidente entrante. Afortunadamente en aquel momento no se llegó a la asonada quizá porque nadie había rechazado el resultado de las urnas. Hoy es otra la polarización en Argentina y no sería de extrañar que si en octubre próximo gana Juntos para el Cambio se cuestione la legitimidad del resultado. 

No sería para nada de extrañar toda vez que el gobierno de Alberto Fernández ha decidido una jugada sumamente audaz al iniciar juicio político a los miembros de la Corte Suprema argentina por el solo hecho de haber fallado a favor de la Ciudad de Buenos Aires en una contienda por reparto de impuestos. Motivo: el fallo revocó una medida del gobierno nacional que le quitaba recursos a la Ciudad. Y como el resultado del juicio no le gustó al presidente ni al kirchnerismo resolvieron hacer juicio político a los miembros la Corte, a las que ya tenían en la mira por diversos fallos adversos a la vicepresidente en cuestiones personales. Por supuesto no tienen los votos para juzgarlos, pero todo sirve para embarrar la cancha

Es un embarre muy similar al que hicieron los bolsonaristas en Brasilia. Solo que este atropello institucional no levanta grandes titulares en los medios ni genera condenas internacionales. Pero es igualmente grave o peor porque es un ataque más sutil a las instituciones aunque sin la espectacularidad de ver manifestantes corriendo y asolando los edificios públicos.

Embarrar la cancha es jugar con fuego en estas épocas de grietas y polarización. Créase o no las grietas políticas se van ampliando y se van extendiendo a países que se consideraban inmunes.   

Un estudio de la consultora LLYC, llamado “The Hydden Drug” (La droga oculta) citado por el periodista Juan Iramain en un artículo publicado en la web RedAcción esta semana, sostiene que Brasil es el país más polarizado de Iberoamerica. Y efectivamente la creciente polarización del discurso público e incluso de la accion política es una nueva droga que corrompe los procesos democráticos. Usando técnicas de Big Data e Inteligencia Artificial, el informe ha analizado la conversación de los últimos cinco años, procesando más de 600 millones de mensajes en redes sociales, recogidos entre septiembre de 2017 y agosto de 2022 en Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Estados Unidos, España, México, Panamá, Perú, Portugal y República Dominicana. Y el resultado es que la polarización, medida con diversos parámetros -libertad de expresión, cambio climático, inmigración, racismo, identidad sexual,  etc- ha crecido un 40% en ese período.

Los resultados están a la vista. Lo que hasta no hace mucho era una contienda electoral entre adversarios y luego una transición pacífica de poder, hoy se ha convertido en una batalla campal entre enemigos previa a las elecciones y en una transición traumática, con abundantes denuncias de fraude, negación del resultado de las urnas y la incapacidad de dialogar entre el gobierno entrante y el saliente. 

Basta repasar sucintamente lo ocurrido en los últimos dos años en Estados Unidos, Brasil, Argentina, Chile, Perú, España. Países con tradición democrática hoy se han convertido en lugares donde se da una lucha a muerte entre tribus que rompen el consenso básico de una sociedad democrática. Consenso que, además de evitar la agresión verbal constante, podría definirse en el acuerdo sobre tres puntos. Uno, aceptar el resultado electoral y propiciar la transición del mando no solo en su fondo sino también en sus formas (basta recordar el abrazo que Tabaré Vázquez dio a Lacalle Pou al pasarle la banda presidencial y el desplante de Cristina a Macri y de Bolsonaro a Lula). Dos, el respeto a la Constitución por encima de todos como ley común y precedente. Tres, el respeto al Poder Judicial, en el fondo y en las formas como garante de la aplicación de la ley y de la solución de controversias.

Deteriorados estos consensos, todo lo demás se reduce a la ley del más fuerte. Y allí todo vale. Desde el uso indiscriminado y ponzoñoso  de las redes sociales para captar adeptos o quitar adeptos al rival hasta deslegitimar la elección o embarrar la cancha sembrando dudas y hasta movilizar partidarios para que pasen a la acción como ocurrió el pasado 8 de enero en Brasil.

En todo caso, los regímenes democráticos están siendo sometidos a tensiones pocas veces vistas. Se mantienen las formas democráticas, pero se altera la sustancia y se genera un clima que dificulta enormemente la tarea de gobierno y la de control de la oposición. Se destruyen los pesos y contrapesos propios de una república y, por tanto, se puede llegar a situaciones tan lamentables como las que predominan en Venezuela y Nicaragua.

Uruguay tiene un sistema electoral fuerte, que cuesta poner en tela de juicio,  y una Justicia respetada por todos más allá de ciertos matices, pero debe cuidar mucho el discurso político para no generar una grieta de la que luego sea difícil volver atrás. Y además debe ser capaz de generar consensos en temas importantes para llevar a cabo reformas cosa imposible de lograr si a toda propuesta hay una rotunda oposición. La experiencia de los últimos años muestran que no hay consensos para políticas de estado como la reforma educativa, la inserción internacional, la reforma de la seguridad social, entre otras. Y esto si es peligroso a mediano plazo.

    

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