Algunos venden lechones o leña, otros producen zapallos o boniatos, hay quienes prestan servicios para empresas forestales, otros hacen apicultura y con esa variedad como marco todos tienen algo en común: producen sandías y durante ocho o nueve de los 12 meses del año tienen que ingeniárselas para vivir de otra cosa.
Durante muchos años Jorge Fabeiro produjo sandías en el área núcleo del rubro en el país, en Tranqueras (Rivera), pero ahora lo hace lejos de allí, en Piriápolis y Pan de Azúcar (Maldonado) y con volúmenes menores.
“Ya no es una actividad como para vivir solo de ella”, lamentó. Igual la sigue desarrollando, porque es lo que sabe hacer y le apasiona, y para mantener el abasto a clientes que le siguen demandando el producto y con los que tiene un vínculo extenso, como el Grupo Disco y Tienda Inglesa, pero también le pasa con otros clientes, “de los chicos”.
“Lo hago con la idea de que me deje algo de dinero”, admitió, pero sobre todo “por amor propio” e incluso por curiosidad: es el creador de las sandías con la forma del mapa de Uruguay, innovación que ha procurado fuera registrada por el libro Guinness.
Esa actividad productiva la complementa con otras relacionadas con la compra y venta de terrenos y arreglos de predios.
“Si el productor de sandía se saca la lotería y tiene una zafra positiva hace unos pesos que le permiten pasar tranquilo el año, pero si le va mal –y eso sucede bastante– la pasa mal”, contó.
Por eso, en Rivera, donde está del 80 al 90% de la producción de este rubro frutícola, la mayoría de los productores de sandía hace otra cosa. Son “muy pocos” los que solo se dedican a la sandía. Lo normal es combinar esa labor con la cría de vacunos u ovinos, muchos trabajan en áreas forestadas haciendo limpieza de montes, podas o sacando la leña que sobra, alguno tiene algún camión y hace fletes... “hay de todo”.
Andrés Latour es mayorista en la Unidad Agroalimentaria Metropolitana (UAM). Un productor de gran porte en Rivera le entrega la mercadería a consignación y el comercializa a vendedores del segmento final de la cadena, como puesteros o almaceneros.
Ese productor –uno de los de gran tamaño– además del rubro sandía es ganadero y posee tres máquinas forestales con las que presta servicios a forestadores.
Los productores pequeños, que son la gran mayoría, “algunos tienen campo, pero casi todos arriendan, por lo tanto no solo tienen que cubrir con la sandía el costo de producción y cubrir el sustento familiar, también deben pagar la renta”, comentó.
Eso se ha dificultado mucho por el valor del arrendamiento –puede demandar más de US$ 500 por hectárea– y para el productor de sandía es muy complicado competir con otros oferentes por los campos, como las compañías forestales por ejemplo.
Sobre cómo subsisten en el resto del año quienes tienen ingresos por la sandía de diciembre a marzo, dijo que hay algunos que producen boniato o zapallo, que es lo que mejor funciona en esos suelos, hay quienes se dedican a la apicultura y otros a la ganadería.
Un problema, admitió, es la inestabilidad del ingreso. Este último año en promedio la sandía logró de $ 11 a $ 12 por kilo, un buen valor, pero un año antes el promedio fue de $ 4 a $ 6 por kilo y eso lejos está de cubrir los costos.
Cuando no hay un margen el productor tiene un año adverso, porque además de cubrir todo lo que la familia necesita tiene la necesidad de volver a invertir para seguir produciendo.
Un tema clave, pero que no lo puede manejar el productor, es que lo ideal es que el tiempo acompañe para que la producción sea de calidad, pero no excesiva, porque justamente la abundancia de oferta en un mercado acotado genera una caída en los valores que castiga a quienes están en el inicio de la cadena productiva.
Mario Rodríguez, otro de los consultados sobre esta realidad, dijo que cuando se corta el ingreso por la venta de sandías, al cierre de cada zafra, en su caso vende leña “para ir batallando en el resto del año, mandamos para Montevideo astillas de eucaliptos blanco y colorado, pero eso también está complicado, cada vez cuesta más conseguir leña”.
En su caso suele comenzar a cosechar sandías y vender el 5 o 6 de diciembre y extiende eso –“cuando hay un poco de suerte”– hasta el inicio de marzo.
Produce en Parada Medina, en Cuchilla Tres Cerros. Trabaja en un campo arrendado, con su señora y tres hijos. Le vende a Grupo Disco todo lo que le pidan y el resto de la sandía la lleva a la UAM.
El verano pasado le fue bien, vendió de $ 14 a $ 16 el kilo, pero ya surgió un problema para las cuentas de la nueva campaña: se disparó el precio del fertilizante, que de un año a otro, remarcó, pasó de US$ 500 a US$ 1.500 la tonelada. También subió mucho el gasoil, agregó.
Cuando cierra cada zafra, hay que pagar costos y reservar dinero para los gastos que vendrán. Para las siembras de agosto comprar la semilla, que se importa el 100% (desde Brasil, Chile, Perú y hasta Japón), es cada año una inversión ineludible.
Como barato, indicó, el costo productivo se puede ubicar en $ 8 por kilo de sandía. En el ciclo reciente le fue bien, pero en el anterior muy mal: recibió $ 4 por kilo en promedio porque hubo una oferta que superó largamente la demanda y el precio se deprimió.
Que le vaya bien al productor no solo es valioso para él, también para la gente que contrata. En el caso de Mario, durante la siembra precisa contratar, también para labores de limpieza y fertilización, al igual que en la cosecha. En 30 hectáreas a veces tiene de 10 a 20 empleados, dependiendo el momento del ciclo del cultivo.
Claudia Cuebas es un ejemplo ideal de pequeña productora. Produce en un predio de siete hectáreas, donde una o dos hectáreas las cultiva con sandía que vende directamente en su puesto de la ruta 5, a la altura del km 469, a poco más de 20 km de Rivera.
Desde la primera semana de diciembre hasta que se dan las últimas cosechas en marzo está allí cada día. En el resto del año, hace mermeladas con mercadería que guarda y cría cerdos para la venta de lechones.
“Es un trabajo familiar, somos muy chicos, ahora estaba justo armando un potrero para encerrar dos chanchas que llegan de la cría”, contó.
Detalló que cuando se termina la zafra de sandía se las ingenia para hacer de todo un poco: “Sigo haciendo huerta con otras frutas y verduras, hago dulces como mermelada de sandía, produzco semillas criollas y crío chanchitos”.
En su casa son cuatro y todo gasto extra, para arreglar algo o para lo que precisen sus dos hijos, “sale de la sandía”, admitió.
Claudia recordó con amargura que la zafra del verano de 2021 fue muy mala, “no me quedó ni para el suspiro, más vale olvidarla”.
La del verano reciente “fue mejor, los precios se conservaron más, porque a veces hay años que la zafra avanza y el precio lo van volteando tanto que ni vale la pena sacar la sandía de la chacra”.
En el verano de 2022 arrancó vendiendo a $ 16 el kilo cuando abrió el puesto el 3 de diciembre y fue bajando hasta plantarse en $ 4,5 el kilo o $ 3 cuando la compra era de muchos kilos.
El puesto que en el verano abre todos los días, después funciona en días puntuales, porque debe trabajar en la chacra y conviene abrir solo si hay perspectivas de buenas ventas.
La mermelada de sandía la vende a $ 200 el frasco de 600 gramos. El kilo de lechón faenado a $ 250, sobre todo a fin de año, pero también tiene lechoncitos cuando le piden durante el resto del año. “Hago de todo, lo hago sola y con mucho orgullo, pero mi ganapan (sic) es la venta de sandías en el puestito de la ruta y la venta de chanchitos”, concluyó.
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