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Lejos del arco y la flecha

Entre el trauma del Uruguay genocida y la idea extendida de la garra charrúa existen una cantidad de construcciones identitarias y simbólicas respecto a los indígenas
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07 de noviembre de 2015 a las 05:00
El tema de los charrúas en Uruguay, que ha regresado hace días a las bocas de algunos luego de la derrota de autodenominados representantes en la categoría "arco y flecha" en unos juegos olímpicos indígenas en Brasil, tiene ribetes identitarios y simbólicos a los que no es ocioso volver.
Dentro del amplio abanico de elementos de la mentalidad nacional, toca varios puntos que dejan aflorar tras la fachada mesocrática de los uruguayos, un par de emergentes dignos de resaltar.

La primera impresión es visual. Genera cierta gracia y sorna ver a los competidores compatriotas y muchas de las reacciones de patetismo que se han escuchado en las jornadas pasadas tienen ese trasfondo, llamémosle, "estético". Pensar en algunos vecinos que se embarcaron hacia Brasil con vinchas y plumas de ocasión que recuerdan a Charoná, enfundados en camisetas celestes con el termo y el mate bajo el brazo, para competir con otras etnias precolombinas, más y mejor entrenadas, genera cierta tristeza en un pueblo al que no le gusta perder ni a la bolita. (Vaya a saber si esto se conecta con nuestra pequeñez geográfica o numérica en habitantes, el orgullo del petiso que no lleva bien su complejo.)

Al pasar a un plano un poco más teórico y de perspectiva histórica y antropológica, a estos sentimientos de ridículo y de derrota (¿deportiva?) en seguida se les conecta el de la culpa. Uruguay, el país más europeo de América. Uruguay, el país sin indios. Uruguay, el país de espaldas a las raíces del continente que exterminó a sus nativos. Los dos Rivera, Salsipuedes, genocidio, etnocidio. El país batllista y rodoniano que miraba primera a Francia, luego a la marmórea Grecia, a los espíritus del aire y la gracia (con toda la singularidad occidental que eso supuso para la Tacita del Plata), pero cuya mirada rara vez sobrepasaba el arroyo Miguelete.

Porque allí viene la constatación de la realidad. Basta repasar con cierta presteza el paisaje humano nacional para advertir al instante que sí corre sangre indígena por nuestras venas. Pero, específicamente, ¿de quiénes? ¿A cuáles de las tribus aprendidas en listas y mapas en la escuela de túnica y moña corresponde ese ADN?

Este es el momento en que saltan a la cancha los criterios de verdad, la ciencia con su amalgama de argumentos. Se consulta al venerable de la tribu, el chamán más añejo de todos, el que ha recorrido todos los caminos de la patria a lomo de caballo criollo y el que ha sobrevolado todos los estadios de la percepción en vuelos alucinógenos: Daniel Vidart, estudioso renacentista de todos los vericuetos de la trama de la identidad nacional. Vidart, genial vasco porfiado que se precia de sí y asumido descendiente de indígenas, le baja el pulgar a los charruístas.

Aparecen en escena los guaraníes, que luego de la destrucción de las Misiones a mediados del siglo XVIII "bajaron" a la Banda Oriental, legaron sus genes a lo que Vidart llama las "miradas de yacaré" en las caras de muchos uruguayos y muchos de los nombres de nuestra toponimia. Hasta ahí se anima a llegar la ciencia.

Contra todas las hipótesis probadas de la ciencia, bajo la manga todavía se guarece lo metafórico. Lo charrúa sobrevuela el inconsciente colectivo. El historiador Gerardo Caetano constató que lo charrúa referido al carácter aguerrido de aquella tribu se trocó en elemento deportivo unido y superpuesto al británico football nacional. La expresión "garra charrúa", que se comenzó a utilizar en la prensa en las décadas de 1910 y 1920 para reflejar los triunfos futbolísticos de la selección, es una construcción cultural para referirse a equipos compuestos casi exclusivamente por hijos de españoles y de italianos. (Algo similar sucede con el haka bailado por los All Blacks y recitado por rubios barbudos de ojos celestes).

A esta altura, la interpretación simbólica parecería el signo más digno para recordar a quienes hace mucho tiempo poblaron algunos sectores de lo que hoy es la República Oriental y cuya sangre, por más mínima que sea, todavía esté saltando en alguna recóndita vena. Pero lejos del arco y la flecha.

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