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Liberalismo y materialismo

Según Yuval Noah Harari, el proyecto político liberal es un engaño
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01 de mayo de 2023 a las 05:00

Comentaré el artículo Los cerebros ‘hackeados’ votan del historiador y filósofo materialista israelí Yuval Noah Harari1. El tema del artículo es la amenaza que el avance científico y tecnológico plantea a la democracia liberal.

El autor se pregunta qué significa el liberalismo y dice: “¿Cree que la gente debe elegir a su Gobierno en lugar de obedecer ciegamente a un monarca? ¿Cree que una persona debe elegir su profesión en lugar de pertenecer por nacimiento a una casta? ¿Cree que una persona debe elegir a su cónyuge en lugar de casarse con quien hayan decidido sus padres? Si responde sí a las tres preguntas, enhorabuena, es usted liberal.”

Ésta es una mala definición del liberalismo. Si fuera verdadera, todo cristiano sería liberal, porque el cristiano no acepta la obediencia ciega ni la existencia de castas, y porque la libertad del mutuo consentimiento es un requisito para la validez del matrimonio cristiano.

El autor sostiene: “A diferencia de las ratas y los monos, el Homo sapiens, en teoría, tiene libre albedrío. (…) Por desgracia, el libre albedrío no es una realidad científica. Es un mito que el liberalismo heredó de la teología cristiana. Los teólogos elaboraron la idea del libre albedrío para explicar por qué Dios hace bien cuando castiga a los pecadores por sus malas decisiones y recompensa a los santos por las decisiones acertadas.”

Esto contradice la historia de la filosofía y de la teología. Si el libre albedrío es un mito elaborado por los teólogos cristianos, ¿cómo es que filósofos paganos anteriores a Cristo, como Sócrates, Platón, Aristóteles y otros, sostuvieron el libre albedrío?

El autor afirma: “Los seres humanos, sin duda, tienen voluntad, pero no es libre. Yo no puedo decidir qué deseos tengo. No decido ser introvertido o extrovertido, tranquilo o inquieto, gay o heterosexual. Los seres humanos toman decisiones, pero nunca son decisiones independientes. Cada una de ellas depende de unas condiciones biológicas y sociales que escapan a mi control. Puedo decidir qué comer, con quién casarme y a quién votar, pero esas decisiones dependen de mis genes, mi bioquímica, mi sexo, mi origen familiar, mi cultura nacional, etcétera (…) Si observa con atención su mente, se dará cuenta de que tiene poco control sobre lo que ocurre en ella y que no decide libremente qué pensar, qué sentir, ni qué querer.”

Harari confunde pensamientos, decisiones, pasiones, emociones y sentimientos. Reconocer el libre albedrío no implica negar el influjo de los múltiples factores biológicos, psicológicos, sociológicos u otros que inciden sobre la mente humana, sino negar que esos factores anulen totalmente la libertad humana. Mi libertad puede estar más o menos condicionada, pero no por eso deja de existir. Además, esos influjos pueden ser positivos o negativos. Una buena educación ayuda a ejercer bien la libertad. En cambio, vivir en un ambiente lleno de ladrones fortalece la tentación de robar. Uno siempre va a ser libre de no robar; pero, si se dedica al robo, su libertad de no robar va a ser cada vez menor: el vicio esclaviza y la virtud libera.

El libre albedrío tampoco implica el control total del flujo de la conciencia. Somos responsables de lo que hacemos con nuestros pensamientos o deseos. Por ejemplo, un mal pensamiento espontáneo no es un acto moralmente malo si no es consentido. 

En el centro del artículo, el autor dice: “Si los Gobiernos y las empresas logran hackear o piratear el sistema operativo humano, las personas más fáciles de manipular serán aquellas que creen en el libre albedrío. Para conseguir piratear a los seres humanos, hacen falta tres cosas: sólidos conocimientos de biología, muchos datos y una gran capacidad informática. (…) Es posible que tanto las empresas como los Gobiernos cuenten pronto con todo ello y, cuando logren piratearnos, no sólo podrán predecir nuestras decisiones, sino también manipular nuestros sentimientos.”

Es verdad (y es preocupante) que las nuevas tecnologías permiten formas más eficaces de manipular a las personas; pero no es verdad que la creencia en el libre albedrío nos vuelve más indefensos contra la manipulación. Al contrario, nos da la certeza de que hay un ámbito inviolable en el que nuestra libertad subsistirá siempre, por lo que vale la pena resistir el mal. Si no, ¿para qué esforzarme por resistir el mal, si mi mismo intento de resistencia no es más que un automatismo bioquímico sin valor moral alguno? Muchos presos de conciencia se han sentido libres en la cárcel porque entendieron que, una vez que les habían quitado casi todo, sólo les quedaba aquello que nada ni nadie les podía quitar: su libertad interior.

El autor concluye: “Si nuestras decisiones y opiniones no son reflejo de nuestro libre albedrío, ¿para qué sirve la política? Durante 300 años, los ideales liberales inspiraron un proyecto político que pretendía dar al mayor número posible de gente la capacidad de perseguir sus sueños y de hacer realidad sus deseos. Estamos cada vez más cerca de alcanzar ese objetivo, pero también de darnos cuenta de que, en realidad, es un engaño. (…) ¿Qué hacer? (…) Debemos defender la democracia liberal (…). Pero, al mismo tiempo, debemos poner en tela de juicio las hipótesis tradicionales del liberalismo y desarrollar un nuevo proyecto político más acorde con las realidades científicas y las capacidades tecnológicas del siglo XXI.”

Aquí Harari se aproxima a una mejor definición del liberalismo, una doctrina emparentada con el individualismo y el subjetivismo. Empero, incurre en un error fatal: si el proyecto político liberal es en realidad un engaño, ¿para qué defenderlo? Lo que Harari demuestra sin querer es que, desde una perspectiva materialista, la democracia liberal queda desprovista de su fundamento.

Ese artículo de Harari se puede encontrar aquí: https://mensuarioidentidad.com.uy/?p=1992

 

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