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Lo mejor del año en televisión

La serie alemana Dark, estrenada recientemente en Netflix, es una obra maestra
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17 de diciembre de 2017 a las 05:00
La cadena CBS planea hacer una nueva versión de Dimensión desconocida, la serie que inventó la televisión moderna y que se emitió en EEUU entre 1959 y 1964. Por su carácter pionero en tantos aspectos puede verse su influencia directa en Lost, The Walking Dead, Black Mirror, Stranger Things y ahora también en Dark, recién llegada a Netflix, la cual se convierte no solo en homenaje incondicional a Dimensión desconocida, sino asimismo en el más destacado estreno televisivo de 2017. Es una de las mejores cosas que se han visto en la historia de la televisión. A decir verdad, en gran medida resulta injusto e inexacto afirmar que Dark es un derivado de lujo de Dimensión desconocida, pues la serie alemana se sostiene y brilla por sus propios méritos, que son un montón, todos inapelables.

Que la filosofía, la física cuántica, la religión y la poesía se conviertan en entretenimiento no es mérito menor. Es algo que la televisión exhibe muy raras veces. Dark tiene un epígrafe de Albert Einstein: "La distinción entre pasado, presente y futuro es solo una ilusión obstinadamente persistente", y su trama sucede en momentos temporales separados por ciclos de 33 años. La respuesta a la simbología en cuestión la van a encontrar en algún punto del relato, aunque no es una respuesta conclusiva, pues todo en esta vida (que son varias vidas a la vez, tal como la serie insiste en reiterarlo), es una suma apabullante de afirmaciones incompletas.

La acción, que involucra a cuatro familias, se sitúa en 1953, 1986 y 2019, años que ilustran un déjà vu de "todo otra vez lo mismo". Tal como pasa en Stranger Things, la década de 1980 con su notable música tiene protagonismo no incidental. En medio de dilemas mayores, que cuestionan la brevedad de todo y la impotencia del hombre ante los grandes desafíos del universo y de la realidad, aparecen canciones emblemáticas de un tiempo cuando el mundo podía ser adolescente sin tener que explicarlo. Así, aparecen I Ran (So Far Away) (A Flock of Seagulls), Shout (Tears for Fears), You Spin Me Round (Like a Record) (Dead or Alive), y Irgendwie, irgendwo, irgendwann (Nena), la cual, por ser incluida en más de un capítulo, se convierte en leit motiv para resaltar otra de las interrogantes centrales: ¿Cuál es el lugar del amor en la vida humana? ¿Es solo una coartada para escapar por un instante de la soledad y engañar al paso del tiempo?

Pocas veces a la televisión llegan productos de tanta calidad artística como Dark, primera producción alemana que emite Netflix, que brilla a partir de diálogos sin una gota de oligofrenia (algo que caracteriza a la televisión actual en todos sus rubros). Es de una madurez y lucidez creativa de alto vuelo, que resuelve cada pequeño detalle que se presenta, algo que en manos convencionales podría haber derivado en incongruencias o falta de rigor.

La premisa de por sí es extraordinaria y plantea una interrogante que el ser humano se ha venido planteando desde siempre. ¿Es posible viajar en el tiempo sin cambiar de vida? ¿En cuántas dimensiones puede residir la existencia humana? A partir de una idea que mancomuna al Génesis con la teoría de la evolución y con el Big Bang, la serie plantea un axioma que resume sus intenciones: la gran pregunta no es "cómo", sino "cuándo". ¿Cuándo estamos viviendo? ¿Y qué si las cosas que imaginamos ya han ocurrido?

Un dilema similar aparecía en los cuentos El Sur, de Borges, y La noche boca arriba, de Cortázar. La historia de la serie va por ese lado, retomando interrogantes que los poetas chinos siempre se han hecho: en qué tiempo estamos, cuántas vidas hemos ya vivido.

Con un libreto inteligente carente de fallas, Dark es un viaje sublime y cargado de adrenalina a través de algunas preguntas principales que a su vez generan otras que, tal como destaca el notable final (con referencia directa a otro comentario de Einstein), no hacen sino resumir la vida humana en su laberinto.
Carente casi de efectos especiales –los pocos que hay pasan desapercibidos– Dark mantiene en vilo mediante una trama sin fisuras, algorítmica, que va tras el hilo de Ariadna. No conduce a la resolución del enigma principal aunque, como en toda obra con grandeza incluida, el enigma no es uno sino unos cuantos. La serie empieza con una pregunta y termina con otra, tan avasallante como la inicial. Del laberinto solo se sale por encima.

A diferencia de Stranger Things, otra serie articulada en torno a "causas misteriosas", Dark no entretiene mediante juegos divertidos. Por el contrario, tiene un carácter ominoso y aterrador, producto de una lectura atenta del comportamiento humano ante sus semejantes. De ahí que no haya personajes gratuitos ni banalidades pasatistas girando alrededor de un posible monstruo de matiné. Aquí el único y gran monstruo es el ser humano: sus miedos, sus contradicciones y sus horrores están regidos por un designio: nada desaparece, todo permanece, por lo tanto, cada acto del pasado tiene efectos en el presente y define a su vez al futuro. Lo que fue, volverá a ser.

Gran parte de la acción sucede en un bosque (igual que en los cuentos serios de niños), bajo una lluvia constante y donde aparecen suicidas, alcohólicos, homicidas, curas ateos, policías corruptos, travestis, drogadictos, lesbianas en el armario y el adulterio como una de las versiones notorias y generalizadas del fracaso del amor. Los diálogos son de gente adulta con acechos de fondo y desdichas. Aquí no hay cabida para banales chantajes emocionales.

La sociedad alemana, representada en ese microcosmos espeluznante y a la misma vez tan humano que representa el pueblo de Winder (versión gótica y desesperada de Yoknapatawpha, Macondo y Santa María), es diseccionada no a través de los hechos paranormales que ilustra, sino a partir de actos humanos que podrían pasar por normales si no lo fueran. La vida es un lugar inexplicable y desequilibrado que estaría incluso peor si Caín hubiera triunfado sobre Abel. Y aquí me detengo, para no revelar datos específicos sobre la trama y el final. Solo agrego: para disfrutarla, hay aceptar sus reglas de juego.

Con Dark, creada por el director Baran bo Odar y el libretista Jantje Friese (dos nombres a tener en cuenta a partir de ahora), la televisión ha conseguido una intensidad metafísica y religiosa notoriamente infrecuente. Entre la gama de preguntas sin respuestas que plantea, presenta sin embargo una respuesta en busca de pregunta: el mundo sería inconcebible sin la presencia de Dios. La vida estaría tan sola que ni siquiera los misterios tendrían sentido.

A partir de ese supuesto, que auspicia la tensa dialéctica entre bien y mal, espacio y tiempo, novedad y repetición, vida y muerte, Dark construye una telaraña simétrica con su propia inapelable coherencia, donde nada sobra ni está de más. La simetría del diseño es producto de un libreto perfecto, que hace fácil, y hasta necesario, ver cada capítulo una y otra vez, para hacerles más preguntas a las interrogantes que han dejado a la mente en estado de alerta y pensando que en ese fascinante entramado de parábolas y paradojas "quizá me he perdido algo".

La mente, por cierto, queda también agradecida, pues son pocas las veces en que la televisión alcanza estas cumbres de grandeza y de imaginación en su plenitud.

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