Carlos Loaiza

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Lo que Billions y George Washington nos enseñan sobre el rol oficial del compliance tributario

Sobreviviendo el impacto de la tecnología en el mundo tributario y de cumplimiento
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03 de junio de 2019 a las 05:00

El preclaro George Washington solía repetir que 99% de las fallas provienen de personas que tienen por hábito poner excusas. Era cierto entonces, y lo sigue siendo ahora, y refiere a la extendida cultura de no asumir las consecuencias de nuestros actos, nuestra responsabilidad, o más precisamente, accountability, tal como se le conoce en el mundo anglo.

Pues hace pocas semanas, como anticipaba en la edición pasada de Consultor Tributario, tuve la ocasión de participar de la 7.ª edición del Congreso de Prevención de Lavado de Activos de las Américas (CPLD), y comencé mi presentación proyectando una intensa escena de la popular serie Billions, que en Uruguay puede verse a través de Netflix. En ella, protagonizan un ríspido diálogo dos de los personajes más estridentes: Ari Spyros, ex alto funcionario de la Comisión del Mercado de Valores de los Estados Unidos (la SEC, su acrónimo en inglés), devenido ahora en oficial de cumplimiento de uno de los más agresivos fondos de inversiones de Manhattan, Axe Capital; y Dollar Bill, de los traders más osados e inescrupulosos de ese mismo fondo (y no porque alguno de sus compañeros tenga escrúpulos).

En el intercambio, Spyros prepara un sofisticado espresso mientras le comunica a Dollar Bill que, pese a su alta rentabilidad, ha decidido bloquear uno de sus negocios, por no resultar satisfactorio a su escrutinio, luego de estudiar las potenciales consecuencias legales y reputacionales negativas que puede traer consigo. La discusión deriva en una sesión de conciliación en la oficina de la psicóloga full time de la empresa –realmente la necesitan–, la intimidante Wendy Rhoades, donde se hace patente el mayor dilema que enfrenta el Cumplimiento y su rol dentro de la empresa, antagonizado por el core del modelo de negocios, quien supuestamente es driver para crear valor y rentabilidad en lo inmediato. Dollar Bill.

¿Es acaso una función necesaria la de “hacer navegar la compañía por aguas seguras”, como la define el histriónico Spyros, esa última línea de defensa para impedir que todos vayan presos?; ¿o bien es la función de un mero burócrata desproporcionadamente empoderado por el ecosistema hipócrita y formal de lo políticamente correcto, un paper pusher, en palabras de Dollar Bill?

Está claro que obtener grandes beneficios a corto plazo, sin estimar las potenciales consecuencias negativas de una acción ilegal, o incluso de una que sin serlo provoca a mediano plazo un impacto reputacional que, con la sensibilidad del consumidor de nuestros días, reduce las ventas y ganancias, es una actitud necia. Aunque también sea lógico que le cueste más ver eso al más despiadado trader de un fondo de capital riesgo que a un industrial o comerciante tradicionales. 

Sin embargo, el asunto pesa a todos por igual, y en el ámbito tributario ello ha tomado mayor intensidad. Vivimos en un mundo fiscal global, conectado, transparente, normativamente complejo, con autoridades fiscales vigorosas y regímenes de alta responsabilidad para los dueños y managers de las empresas, y también para sus asesores. En este escenario, el compliance tributario es una absoluta necesidad, y más aún lo será en el futuro, donde muchos asesores tributarios deberán llevar a cabo una función de cumplimiento, y se convertirán prácticamente en un inspector tributario privado basado en la empresa, encargado de estar muy al tanto de los cambios normativos y su impacto, de relacionarse amistosamente con la autoridad pública, de prevenir y controlar daños por contingencias fiscales, y de asistir a los dueños de empresas y sus altos directivos para proteger su responsabilidad en la gestión de los asuntos fiscales de la empresa. Si lo hacen mal, no solo las empresas que asesoran sufrirán las consecuencias, sino también los propios asesores, como dejan claro regímenes como el Tax Shelters Disclosure de Estados Unidos o la Directiva sobre Intermediarios Fiscales de la Unión Europea (DAC 6).

Para esto es que, como hemos venido comentando en los últimos números, los países también están dotando a empresas y asesores de fórmulas de calidad y estandarización del cumplimiento tributario, como es la reciente norma de Cumplimiento Tributario introducida en España (UNE 19602), que permiten a empresas y directivos demostrar diligencia y buenas prácticas en un campo tributario que cambia con dinamismo hostil y está signado por proyectos globales de la complejidad de BEPS. 

Es precisamente en este contexto que la frase de George Washington con la que comienzan estas líneas toma otro sentido; ya no como máxima cargada de criticismo, seguramente simplista, sino iluminando una gran oportunidad: el papel del asesor será precisamente el de hacerse responsable, el de dotar a la empresa, sus dueños y gestores, de herramientas para hacer frente y ordenar sus intensas responsabilidades. Ese rol será clave, imprescindible, y, lo que es todavía más relevante, será un rol donde pese especialmente la “inteligencia natural”, una actividad mucho más difícil de automatizar o ser sustituida por una “inteligencia artificial”, que será en cambio mucho más eficaz para identificar una norma aplicable o realizar una rigurosa debida diligencia de un proceso o cliente. 

Porque a todos nos tocará nuestra propia uberización, y la desenfadada publicidad que ilustra esta columna, divulgada en The Economist este mismo año, lo evidencia. Todo vale, si de evitar errores y costes humanos se trata. Hay que adaptarse. No vale poner excusas.

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