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Lo que busca el crimen organizado en Uruguay

El interés del PCC está relacionado con modalidades de las que todavía se habla poco
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14 de diciembre de 2019 a las 05:03

El Primer Comando Capital (PCC) es la organización criminal más poderosa de Brasil. Está presente en la mayor parte de los estados y desde 2010 viene expandiendo sus operaciones en el extranjero, tanto en América Latina como en Europa y Asia. Su origen se remonta a la masacre de Carandiru en 1992, en la que las fuerzas de seguridad brasileñas mataron a más de 100 presos durante un motín. Tanto el PCC como el Comando Vermelho (CV) –la otra gran facción criminal brasileña– se formaron inicialmente para reclamar justicia por la masacre y para defenderse mutuamente en un sistema penitenciario particularmente violento. Desde entonces, ambas organizaciones han librado una sangrienta batalla por el control criminal del país.

La comparación con nuestros Chingas y Ricarditos es compleja, por no usar otro término. El PCC es un sapo de otro pozo. Ya en 1999 llevó a cabo un robo bancario de 32 millones de dólares. En 2001, organizó la mayor rebelión carcelaria del mundo, cerrando simultáneamente 29 instalaciones penitenciarias. Y en 2006, aumentaron la apuesta y tomaron durante varios días más de 70 prisiones de todo el país, matando a más de 150 personas en el proceso. Desde entonces, el PCC fue sumando números y poder de fuego, a la vez que expandía su cartera de negocios e incursionaba en las operaciones de narcotráfico internacional a gran escala. Hoy se estima que tiene entre de 10.000 y 30.000 miembros y cuenta con ingresos mensuales multimillonarios.

Vale la pena preguntarse qué busca una organización de este peso en Uruguay. No solo porque su presencia implicaría una grave amenaza y un punto de inflexión en el mundo delictivo local, sino también porque se trata de un ejercicio interesante que nos lleva a examinar cómo funciona el crimen organizado en la región.

Para empezar, el interés del PCC en Uruguay está relacionado con modalidades delictivas de las que todavía se habla poco en nuestro país. Si bien solemos relacionar las grandes bandas delictivas de América Latina con el narcotráfico, en realidad la mayor parte de sus ingresos suele venir de una actividad bastante más perniciosa: la extorsión. Como en la novela de Mario Puzo, el PCC en Brasil, la Mara Salvatrucha en El Salvador y el Cártel de los Zetas en México, todos estos grupos dedican gran parte de sus esfuerzos a extorsionar a quienes tienen la mala suerte de vivir en los territorios que ellos controlan. Pueden ser políticos, empresarios grandes y pequeños, trabajadores sexuales o vecinos comunes y corrientes, son pocos los que se libran de entregar dinero, bienes, productos o servicios bajo amenaza y de manera regular.

El problema que tiene la extorsión es que requiere de la disposición de la contraparte. Para que el negocio sea rentable, las amenazas deben ser verosímiles. Es decir, si la víctima no teme por su negocio y por su vida y la de los suyos, difícilmente participará de una transacción en la que entrega lo requerido a cambio de evitar un perjuicio que quizás no ocurra. Por eso, quienes se dedican a las distintas formas de extorsión están siempre buscando formas de aumentar su credibilidad. Aquí es donde el crimen organizado intercede. Y no de cualquier forma, sino a través de un modelo comercial exitoso y particular que en el último medio siglo se ha expandido por todo el globo: el sistema de franquicias.

Piénsenlo. Lo que nuestro pequeño delincuente local precisa es una marca reconocida que infunda terror en sus víctimas y las lleve a entregar sus bienes a cambio de nada y en silencio. Al mismo tiempo, las organizaciones criminales buscan maneras baratas y rápidas de expandir su negocio a nuevos territorios. Como en el caso de McDonald’s, Burger King o Starbucks, se trata de una combinación perfecta. Nuestros malandros adquieren una marca prestigiosa que los posiciona en el mercado y el PCC se beneficia de mano de obra, regalías y víctimas.

Por supuesto, los grandes grupos criminales podrían enviar también representantes a nuevos países y abrir sus propias filiales. No obstante, ello implicaría una inversión monetaria importante, sin contar los riesgos de competir en un mercado con actores ya instalados. La franquicia criminal, por el contrario, implica la búsqueda de talentos que ya están insertos en el negocio local y que requieren de un empujón para dominar a sus adversarios. El acuerdo beneficia a ambas partes. El comando central provee a la franquicia de entrenamiento, armas y oportunidades criminales. A cambio, la franquicia local se compromete a pagarle un porcentaje de sus ganancias y a defender sus intereses en el nuevo territorio. Los recursos y la experiencia de una organización transnacional confluyen con los contactos y asociaciones corruptas de quienes manejan el contexto.

Para los delincuentes locales, lo más importante es la marca. Incluso tratándose de personas inestables y peligrosas, no es lo mismo ser intimidado por el Chincho que por un miembro del Primer Comando Capital. Es también por eso que las organizaciones de este tipo suelen operar con una brutalidad inusitada. Desde masacres a decapitaciones, en el fondo lo que buscan es que cada asesinato local fortalezca la imagen de todas las franquicias internacionales.

Por ejemplo, el PCC ya es el grupo criminal más poderoso de Paraguay y sus comienzos en dicho país no dejaron indiferente a nadie. El denominado ‘robo del siglo’ se llevó a cabo una noche de abril de 2017, cuando comenzaron a incendiarse autos en distintos barrios de Ciudad de Este. Aprovechando el caos, unos 50 miembros fuertemente armados del PCC atacaron la sede de la firma de seguridad privada Prosegur, dinamitaron la bóveda y se llevaron unos 10 millones de dólares. Las explosiones y balaceras del operativo quedaron grabadas y sentaron un precedente para ciudadanos, fuerzas del orden y competidores por igual.

Así las cosas, el sistema de franquicias ha demostrado ser una estrategia exitosa para los carteles y organizaciones criminales de la región, como también una pésima noticia para todos los demás involucrados. El sistema permite que grupos criminales se expandan rápidamente y diversifiquen su cartera delictiva, mientras que las células locales adquieren una organización y fuerza de choque que nunca tendrían actuando por sí mismas. La investigación e inteligencia policial se hacen más necesarias que nunca. Parece que ganamos el primer round, pero no será el último.

Diego Sanjurjo

@dsanjurjogarcia

Doctor en Ciencia Política, especialista en políticas de seguridad y armas. Investigador Postdoctoral en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR.

[email protected]

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