Lo que sucede cuando los escritores sacan los trapitos al sol

La edición de noviembre de Epígrafe está dedicada a los diarios de autores y repasa siete títulos

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26 de noviembre de 2022 a las 05:00

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Hace algunas semanas, el escritor mexicano Emiliano Monge, en su newsletter de El País de Madrid titulada Letras americanas, postulaba que el diario íntimo, una de una de las prácticas más arraigadas en aquellos que escriben y en los que no, se encuentra hoy en una suerte de encrucijada. 

Para Monge, el avance total de las redes sociales en nuestra vida —quizá es mejor decir: la traducción de nuestra vida a las redes sociales— ha propiciado que esta manera de volcar el pensamiento diario en la página empiece a perder pie. Dice, por ejemplo, lo siguiente:

«Estoy convencido de que una de las víctimas de las redes sociales serán los diarios íntimos y literarios. Y digo que serán, aunque seguramente sería mejor decir que son, que los diarios editados como libros ya se cuentan como víctimas, porque esta es una de las consecuencias de haberles dado, a las escritoras y a los escritores, un medio a través del cual mostrar, de manera cotidiana, su escritura silenciosa.»

Sin embargo, Monge no predice una desaparición, sino una transformación. Él asegura que los diarios literarios mutaron. Que hoy podemos leer a los escritores en sus redes y acceder a la esencia de su perorata rutinaria casi de la misma forma en la que accedemos a la cabeza y la vida de Ricardo Piglia cuando leemos cualquier extracto de Los diarios de Emilio Renzi. 

Creo que tiene razón. Sigo a muchos escritores y escritoras en las redes y siento que el mecanismo tiene cierta semejanza. Está claro que la palabra íntimo queda fuera de discusión en ese mundo pero, ¿no tuiteamos o posteamos todo con una sensación extraña de impunidad que se siente similar a escribir en un cuaderno y guardarlo en un cajón? Incluso cuando sabemos que eso va a llegar a decenas, cientos o miles de personas. 

De todas formas los diarios íntimos o literarios se siguen publicando y la idea de esta entrega de Epígrafe de noviembre es darle paso y carta blanca a un puñado de esos proyectos. Y es así porque en los últimos tiempos he descubierto cierto placer en la idea de asomarme al día a día de diferentes autores, de percibir sus pensamientos más hondos, de acompañar sus desgracias y también sus alegrías. Me gusta leer diarios y, en algún momento de mi vida, también me gustó escribirlos. Hace un tiempo, cuando volví a la casa donde pasé mi infancia, me encontré con algunas de las cosas que escribí y guardé cuando tenía 8 o 9 años. Lo que leí allí me generó algo entre la vergüenza y la ternura, y también me vi reflejado. Prefiero, de todos modos, estar del lado del lector. Y es con ese espíritu que presento lo que sigue.

En la estantería    

Ácida, breve, implacable

La neozelandesa Katherine Mansfield vivió apenas 34 años, pero esa vida le alcanzó para escribir varios relatos destacados y para publicar antologías que marcaron a fuego su registro indomable, irónico y siempre perspicaz. Como otras firmas que le fueron contemporáneas, ella también se fijaba en lo que pasaba con la vida social de su época y la retrataba en sus cuentos, pero prefería decantarse por el reverso oscuro, aquello que no se nombraba, lo que era mejor barrer debajo de la alfombra.

Con ese tono también están escritos sus diarios, que fueron publicados este año por la editorial cordobesa Chai y que incluyen algunos cuentos sin terminar y anotaciones sobre temas que se le ocurrían a la autora. Traducidos impecablemente a un español que nos es muy cercano, Mansfield aparece en este tomo con toda su ironía, turbulencia, entusiasmo y desdicha. Pese a que la última década de su existencia fue más bien sufrida, de lo que deja testimonio en estas entradas, resulta estimulante y por momentos particularmente graciosa la forma en la que encara lo que la rodea. Mansfield no tiene problemas en quejarse, en decir lo que piensa aunque vaya en contra de lo que se espera de ella, no teme mostrarse algo iracunda con su entorno y le deja mucho espacio a lo que la escritura significaba para ella. Faltan, igual, algunas confesiones: su amante Ida Baker aparece sutilmente como su “amiga” y casi que no se hace demasiada referencia al vínculo real que las unía. El editor de estos diarios fue su esposo John Middleton Murry, así que la eventual censura no parece, digamos, del todo descabellada.

Un día en la vida de Mansfield
8 de diciembre: Esta mañana me la pasé pensando y pensando, pero no sirvió de mucho. No se me ocurre por qué, pero parece como si mi inteligencia me abandonara cada vez que quiero poner los pies sobre la tierra. Cuando estoy en las nubes, estoy bien. Allí puedo escribir maravillas, verdaderas maravillas, en mi cabeza, con mi cerebro, pero en cuanto quiero anotarlas, fracaso estrepitosamente.

Emilio Renzi soy yo

Ya fue citado en la introducción y el repaso por estos diarios literarios no podía olvidarse del gran proyecto de vida de uno de los autores más audaces e importantes de la literatura argentina: Ricardo Piglia. En su monumental Los diarios de Emilio Renzi —compuestos por tres volúmenes: Años de formación, Los años felices y Un día en la vida—, el argentino toma buena parte de los escritos privados a los que dedicó años y años y los compila en una suerte de tratado paquidérmico sobre su vida, sus influencias, la manera que tenía para abordar la escritura y su vínculo con la lectura. Piglia lo hace, claro, echando mano al nombre que le sirvió de álter ego durante toda su carrera, el inefable Emilio Renzi.
Mi trayecto por los diarios de Piglia, hasta ahora, solo incluye el primer tomo, Años de formación, pero puedo decir que ha sido una lectura transformadora. Una cosa es conocer al autor de La invasión y Respiración artificial a través de sus relatos y novelas, y otra muy diferente es entrar en su mundo íntimo. Allí afloran todas su inseguridades y obsesiones, y el primer volumen en particular está muy vinculado a su inauguración como autor, un proceso tenso para el protagonista y delicioso para el lector. Casi como un testimonio de la juventud perdida y una generación que rompió con esquemas internos mientras los autores del Boom estallaban y luego empezaban a crepuscular, Los diarios de Emilio Renzi es la prueba definitiva de la maestría de Piglia. Él logró entregar las últimas páginas del último tomo a su editor Jorge Herralde antes de morir, así que se fue tranquilo: cerró su carrera con altura. Se despidió con su mayor obra terminada.

Un día en la vida de Renzi
Miércoles 27 de noviembre, 1959

Todas las mañanas, la cara en el espejo. Yo envejezco pero la imagen sigue jovial y divertida. Tendría que usar una máscara de yeso.

Ayer fui al cine, hoy fui al cine. No importa lo que veo, solo busco la oscuridad, el olvido.

Lo imposible no existe

Si hay algo que le gusta al cineasta alemán Werner Herzog, además de hacer películas, es tratar de que lo que suena imposible en los papeles no lo sea en el mundo real. Lo mejor de ese impulso —que en ocasiones lo ha llevado a locuras que lo pusieron casi al borde de la muerte— es que viene acompañado por otro más: el de dejar por escrito, en formato de diario, algunas de esas eventualidades.

Herzog tiene dos diarios fundamentales: Del caminar sobre el hielo Conquista de lo inútil. En el primero retrata la vez que se fue caminando desde Múnich a París como parte de una promesa; la que le hizo a su amiga Lotte Eisner, cineasta alemana fundamental que vivía en la capital francesa y que estaba muy enferma, para que siguiera con vida. Allí Herzog retrata sus peripecias en el camino, habla del frío, de reducir su vida a la mínima expresión, de transformarse en una figura de los caminos y perderse entre su paisaje.

El segundo es más fácil de entender: es un diario de filmación. Pero no se trata de cualquier película, sino de Fitzcarraldo, su obra maestra y quizá una de las que más problemas ocasionó durante su creación. El desastre que fue rodar esta película en las selvas peruanas ya tiene carácter mitológico y es, junto a la filmación en Filipinas de Apocalypse Now de Coppola, una especie de emblema de esos rodajes demenciales del cine que afrontan millones de problemas y, luego, terminan siendo casi tan icónicos como la película que se obtiene como resultado. El diario Conquista de lo inútil es el testimonio definitivo de aquella locura en la que se embarcó Herzog.

Un día en el rodaje de Fitzcarraldo
Iquitos, 17/1/81

Rodaje. De nuevo huelga en la ciudad, pero todo esto no parece tan serio como lo habían agrandado los rumores hasta enormidades febriles. El agua subió tan alto que penetró a través de la plataforma de mi choza. Un almohadón flotaba. Por la mañana, cuando me metí dentro de los pantalones, los sentí fríos y extraños. Los di vuelta y salió un sapo.

La vida y la economía

Rosario Bléfari se fue tempranísimo. Esta talentosa actriz —protagonista de una de mis películas argentinas favoritas, Silvia Prieto—, cantante y escritora murió de cáncer a los 54 años y dejó un agujero enorme en la escena independiente argentina. Rosario hacía todo bien y entrar en su obra es un viaje de ida. En esa línea, después de escuchar los temas que compuso para Suárez o de leer sus cuentos de Las reuniones, mi consejo es seguir navegando hasta desembocar en el Diario del dinero

Publicado de forma póstuma por la editorial Mansalva, este libro reúne las particulares anotaciones que durante toda su vida Bléfari hizo sobre sus ingresos y egresos. Como buena artista independiente, el flujo de plata no estaba garantizado y tenía que buscarle la vuelta para poder llegar a fin de mes. Sin embargo, lo que empieza como una especie de retrato de sus finanzas poco a poco se empieza a convertir en una incisión en su universo privado, en la relación que tenía con su hija y su pareja, en cómo veía el mundo a través del arte y hasta qué punto estaba comprometida a seguir transitando ese camino lleno de dificultades, sí, pero también de recompensas. El Diario del dinero es mucho más de lo que su nombre indica: la luz de Bléfari está allí y sigue brillando con la misma fuerza.

Un día en la vida de bléfari
Agosto, 2014

Y qué si este sea mi diario de acá en más, si este enorme cuaderno único —como decían en la primaria— que parece una novela vacía, se vaya ocupando con el recuento de los días, los datos en apariencia inútiles, las cuestiones pasajeras, todo eso que decepciona cuando se vuelve a las hojas de un diario. El último que intenté llevar, hace unos años, lo corté un día todo con tijera, en tiras, para ver si podía sustraerle alguna otra cosa mejor, alguna sustancia menos inocua, más interesante que pensamientos obsesivos sobre el mismo asunto, sin variaciones.

Prueba de fuego

El diario como rito de pasaje, como obstáculo que hay que sortear o, en el caso de Mario Levrero, para llegar a La novela luminosa. Así funciona este texto homónimo del autor uruguayo, publicado de forma póstuma y quizá uno de sus títulos preponderantes, una especie de examen que el lector debe cumplir si quiere acceder al núcleo del asunto. 
El famoso Diario de la beca, que va desde agosto del 2000 hasta agosto del 2001, ocupa casi el 80% del libro y refleja el año en que Levrero, con la beca Guggenheim encima, trataba de darle forma a lo que luego sería La novela luminosa. ¿Qué encontramos allí? El crepúsculo de un autor que no teme empantanar su escritura siempre peculiar en procesos computacionales, estados de ánimo que suben y bajan, interacciones con acólitos casi fanáticos, reflexiones sobre su incapacidad para ponerse a escribir, algunos apuntes domésticos y más, porque sabe que todo funciona como catalizador para lo que vendrá. 

Un día en la vida de un becado
Sábado 5, 03.13

Aquí comienzo este “Diario de la beca”. Hace meses que intento hacer algo por el estilo, pero me he evadido sistemáticamente. El objetivo es poner en marcha la escritura, no importa con qué asunto, y mantener una continuidad hasta crearme el hábito. Tengo que asociar la computadora con la escritura. El programa más utilizado deberá ser el Word. Eso implica desarticular una serie de hábitos cibernéticos en los que estoy sumergido desde hace cinco años, pero no debo pensar en desarticular nada, sino en articular esto. Todos los días, todos los días, aunque sea una línea para decir que hoy no tengo ganas de escribir, o que no tengo tiempo, o dar cualquier excusa. Pero todos los días.

Año cero

El 2020 fue un año nefasto. El 2021, en cambio, fue un año raro. Fue el año, por ejemplo, en el que hicimos la transición: de la locura pandémica a la idea de que de ese embrollo se podía salir y que las cosas no iban a cambiar tanto. Al mismo tiempo, todavía dominaba cierto miedo general y los tapabocas fueron una constante hasta el último día de diciembre. 

Para la catalana Milena Busquets también fue un año particular. Y por eso mismo lo documentó y lo publicó en su último título, Las palabras justas. ¿Habla Busquets de la pandemia en este libro? Bueno, en realidad, no directamente. Las mascarillas están, pero como huellas de algo que sucede por fuera de sus obsesiones, de sus consumos culturales, sus lecturas y sus amores. Entre las reflexiones y el documento de vida diaria, Las palabras justas navega entre la frivolidad y la erudición y entrega algunos pasajes bastante bellos que se relacionan con la escritura, la familia, el amor y la sexualidad. El diario, sin embargo, no aparece en su faceta más cruda: cada entrada se antoja calculada, pulida al extremo. Destinada a su lectura. No está mal que a veces suceda: la elegancia de la escritura de Busquets es inapelable y esta es otra muestra de ello. 

Un día en la vida de Busquets
16 de abril

Ningún escritor en el planeta Tierra, ni el más cándido, ni el más bobo, ni el más puro, escribe un diario sin pensar que tal vez algún día se publique. Ninguno. Ni un diario ni la lista de la compra.

El sentido de un final

Es difícil meterse en los diarios de Cesare Pavese sin pensar en cómo terminó, y no solo porque la historia del autor piamontés es bastante conocida, sino porque el suicidio está más que presente a lo largo de estos caudalosos recortes de vida que van desde 1935 hasta 1950. Sin embargo, eso no es lo único que depara uno de los diarios más famosos y reproducidos de la literatura: el italiano habilita, sobre todo, una larga discusión consigo mismo sobre los entresijos de su propia escritura, y sobre cómo esta moldea la manera en la que ve el mundo. 

Sus frustraciones, su pasaje por la tierra, su lento avance hacia la desazón; todo está marcado por el grado de incidencia de la literatura y el arte. Ya sea por sus apreciaciones de la obra de, por ejemplo, Faulkner o por algunas reflexiones más abstractas, Pavese hizo de su diario un manual de instrucciones para El oficio de vivir.

Un día en la vida de Pavese
10 de noviembre (1938)

La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida.

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