A Lara le duelen los pies. Los dos, cada día, todo el tiempo. Al contrario del resto de las bailarinas de ballet, ella no moldeó la anatomía de sus extremidades inferiores desde niña, y por eso las puntas la están mortificando. Tiene 15 años, pesa demasiado, recién está dando sus primeros pasos en la danza, y el cuerpo se lo hace notar. Las uñas se le encarnan, el empeine se le raspa, los costados se le astillan, y la sangre ensucia las gasas con las que se limpia. Sufre. Resiste. No baja los brazos. Ser bailarina es su sueño.
A Lara también le duelen otras cosas. Todo el tiempo. La hacen sufrir mucho, quizá aun más que las puntas. La lastiman física y emocionalmente. Pero a la vez que la perjudican gravemente, la sanan. Cada noche, con sumo cuidado y atendiendo a que nadie en su familia esté cerca, Lara retira el vendaje que aprisiona durante horas su pene, y respira. El tormento físico cesa por un rato, pero en el fondo empieza a sentirse molesta. Lara sufre al verse así, masculina y viril, de frente a un espejo que le devuelve una imagen con la que no coincide. Algunas noches llora, otras duerme más tranquila. Mientras se baña, nota con angustia como las hormonas no hacen demasiado efecto; todavía no hay rastros de la femineidad que persigue. A la mañana retoma su prisión: esconde su falso cuerpo y abraza su verdadera naturaleza. Resiste. No baja los brazos. Ser bailarina es su sueño, pero lograr convertirse completamente en mujer es su deseo más grande, lo único en lo que puede pensar. Es el futuro en el que al fin será quien siente que es.
Lukas Dhont, un realizador de 27 años de origen belga, debuta en los largometrajes con Girl. La película pone en pantalla a una adolescente trans que quiere convertirse en bailarina, y que está pasando por todos los tratamientos previos a su operación de cambio de sexo. El filme, presentado por Netflix como producción original –y por ende disponible en su plataforma–, se estrenó en el pasado festival de Cannes con revuelo: a una parte de la comunidad LGBTI+ –a la que Dhont pertenece– le cayó muy mal que el protagónico haya sido encarnado por el actor cisgénero Victor Polster. Fue, para ellos, casi un insulto en medio de su lucha por los derechos.
Pero más allá de la polémica, y viendo los resultados finales de Polster, no cabe duda de que el director tomó la opción correcta. Si esta película es uno de los últimos ejemplos del buen cine de autor que está escondido entre los pliegues de Netflix, es en gran parte por su actuación.
El planteo de Girl es sencillo: seguiremos cada uno de los pasos de esta adolescente europea en su camino al ballet de élite. Y, a la vez, seguiremos cada uno de sus pasos en pos de ser definitivamente una mujer, con los sacrificios y sufrimientos que esto acarrea.
Girl dista de ser la primera película que aborda la temática trans, pero su marco resulta original. En la hora y cuarenta y cinco que dura, las peripecias de Lara son registradas con un pulso casi documental: allí está su día a día, sus pruebas frente al espejo y la barra, sus desayunos, sus vergüenzas al evitar los vestuarios femeninos, sus clases, sus rutinas. En la vida de Lara no hay grandes dramas familiares por su identidad; su padre y su hermano han aceptado completamente su opción sexual, ella puede ser quien es en cuanta comida familiar se organice y todos hacen todo lo posible para que se concrete el ansiado cambio de sexo. Así, la acompañan, la sostienen y la ayudan a transitar por sus momentos más turbulentos. Hay abrazos y hombros donde apoyar el rostro.
Este enfoque es un acierto de Dhont, y también lo es su reticencia al morbo a la hora de mostrar las pequeñas discriminaciones que sufre Lara en el entorno estudiantil o en relación con sus pares del ballet. A esta chica todos la incluyen y, sí, hay episodios sociales duros, pero son amortiguados por al entorno amoroso que la circunda.
Sin embargo, el sufrimiento está. El dolor aparece cuando Lara está sola, cuando debe afrontar que no es quien desearía ser. El rostro de Polster es una ventana donde se refleja cada una de las espinas que se clavan en el alma de esta atormentada adolescente; su drama se trasluce en miradas esquivas, tensiones solitarias, lágrimas que caen mientras se baña, vergüenzas que la inundan y que contagia a través de la pantalla. Por eso, la elección de Dhont por Victor Polster es acertada; el joven intérprete es auténtico, cristalino y desgarrador. Con una sola mueca, es capaz de transmitir más sentimientos, dudas y matices que varios actores con mucha más experiencia. Es, apenas, su primer trabajo frente a cámara.
Con la fuerza de Polster, Girl se construye a partir de pequeños escalones que van adentrando al público en un espiral que va de la cotidianidad al dolor. Los golpes vienen de a poco, y por eso mismo pueden ser digeridos con cierta facilidad, a excepción de uno con el que Girl arriesga a derrumbar toda la sutileza utilizada. Sin embargo, funciona como punto de quiebre para una tensión que va escalando de manera paulatina. Para algunos puede ser demasiado, pero tiene sentido porque para Lara, en ese instante, la vida es demasiado.
Girl está basada ligeramente en una historia real. Dhont vio la historia de una bailarina trans adolescente en la prensa, y decidió contar una historia a partir de allí. Más allá de los retoques de la ficción, Girl es en esencia una historia real. Cambiarán los nombres, los deseos, las familias y las posibilidades, pero el anhelo de Lara es compartido por más de un corazón. Su entorno privilegiado la pone por encima de otros en cuanto a sus posibilidades, pero sufre como todos. Pero más allá de esto, Girl es un debut auspicioso para Dhont. Sin apelar al morbo, a las condescendencias y los lamentos, el director construye un potente coming-of-age cargado de crudeza y sentimiento, con una mirada estilizada y bien enfocada en lo que quiere contar y en cómo quiere hacerlo. Decir que una película es necesaria es pecar de vago, pero considerando los debates actuales y la falta de empatía, es casi obligatorio darse una vuelta por la historia de Lara para entender, aunque sea, un poco más. Porque hay un mensaje y una realidad, pero también es cine del bueno.
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