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6 de febrero 2013 - 22:03hs

"Chorro, delincuente, corrupto, ¿de dónde sacaste los dólares?”, le gritaban el fin de semana pasado los pasajeros de Buquebus a Axel Kicillof, viceministro y principal asesor económico de Cristina Kirchner.

Hay que remontarse a los lejanos días del corralito financiero y el colapso económico de 2001, cuando se popularizó el eslogan “que se vayan todos”, para recordar una situación semejante de hostigamiento público de parte de ciudadanos comunes hacia un funcionario.

En aquellos días era prácticamente imposible para un político (no solo los ministros sino hasta los legisladores opositores o los funcionarios de segunda línea) asistir a un restaurante o caminar por la calle sin recibir una andanada de insultos y hasta intentos de agresión física. El clima de crispación social había llegado al grado que las agresiones hasta eran justificadas en los medios de comunicación, como ocurrió cuando el ahora perseguido y “escrachado” periodista Jorge Lanata manifestaba su comprensión hacia quienes habían agredido físicamente a Roberto Alemann, un octogenario exministro de Economía de la dictadura.

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Es que corría por esos días la visión de los “escraches” como un tipo de sanción moral que podía ser considerada válida o justificable ante la impunidad con la que se movían quienes no recibían su merecido castigo por parte de las instituciones.

Ahora, en cambio, la situación es diferente y ya no es políticamente correcto justificar los “escraches”. Pero, a pesar de que todos condenan públicamente estos ataques y los comparan con prácticas fascistas, no solo no están en baja sino que empiezan a hacerse cotidianos.

Lo de Kicillof tomó trascendencia por el hecho de que fue filmado y subido a internet por los pasajeros de Buquebus, y por las impactantes imágenes del funcionario llevando en brazos a su hijo de 2 años mientras recibía insultos. Pero otros incidentes ocurren todo el tiempo.

Tanto que Pablo Moyano, dirigente del gremio camionero e hijo del líder sindicalista opositor Hugo Moyano, se quejó de que a Kicillof le habían dado demasiada atención mediática.

“En mi casa me han escrachado, me han pintado insultos, y nosotros no fuimos llorando a ningún canal y ningún programa de un canal estatal nos ha dedicado un programa”, se quejó el sindicalista, que respondió con un lacónico “que se la banquen” cuando le pidieron su opinión sobre los escraches.

En comparación con lo que le pasó al viceministro, pareció menor lo ocurrido con el vicepresidente Amado Boudou, quien no pudo terminar un discurso en un acto por los 200 años de la batalla de San Lorenzo debido al abucheo del público. El festejo era en “cancha visitante”, dado que se realizó en la provincia de Santa Fe, donde el gobierno socialista está duramente enfrentado al kirchnerismo.

En busca del culpable
La difusión del video del escrache en Buquebus motivó extensos debates donde todos acuerdan en que lo ocurrido es síntoma preocupante de intolerancia y división social, pero el punto central de discrepancia es quién tiene la culpa de lo ocurrido.

Para el gobierno, está claro que hay una reacción desesperada por parte de aquellos que no pueden ganar en las urnas y entonces expresan su fastidio con el gobierno de manera violenta. Desde el punto de vista del kirchnerismo, los agresores representan al típico argentino de escasa vocación democrática, que en otras épocas celebraba los golpes militares.

“Que lo insulten en Buquebus habla bien de Axel, lo malo sería que lo puteen los trabajadores, los pobres y la clase media”, escribió en Twitter el líder piquetero Luis D’Elía.

En tanto que Juan Cabandié, uno de los principales dirigentes del grupo juvenil La Cámpora, responsabilizó a los medios de comunicación por el clima de violencia, al que “incentivan denostando constante y permanentemente al gobierno”.

El análisis que hace la oposición y los analistas independientes apunta en la dirección opuesta. Más que marcar al gobierno como víctima, lo consideran el principal responsable, por llevar adelante una política de confrontación.

“Hay un hartazgo social creciente. Esto tiene que ver con un diseño desastroso de sociedad. Tiene que ver con la ruptura del gobierno con la clase media que paga los impuestos”, afirma Jorge Asís, ex secretario de Cultura durante los años 1990.

En la lista de los que fueron fustigados desde el atril presidencial también figuran un empresario inmobiliario que osó dar una nota periodística afirmando que la actividad se había derrumbado. Como represalia, se ventilaron públicamente sus problemas impositivos.

El cineasta Eliseo Subiela también se quejó de que no le vendían dólares para viajar y fue criticado. El actor Ricardo Darín recibió, de la mismísima presidenta, un recordatorio de que había estado procesado por contrabando. Y hasta un editorialista del diario oficialista Página 12 fue acusado de poco profesional por parte de la AFIP, por criticar la restricción a la compra de dólares.

Periodistas en la mira
En medio de todo este clima enrarecido, en un bar se negaron a atender a Nelson Castro, una de las figuras del canal TN, perteneciente al multimedios Clarín. Castro contó la situación, pero se negó a dar el nombre del local, “para que nadie se sume a ninguna organización de escrache”.

Los periodistas opositores han sido protagonistas principales de estos incidentes. Han sufrido “pegatinas” donde se pone en duda su honestidad profesional, como la que se le dedicó a Jorge Lanata, con la leyenda “cuestión de pesos”.

Y lo cierto es que esta espiral de intolerancia suele ser alimentada desde ambos lados, como ocurre en el caso de Lanata, que en su exitoso programa de televisión le hace a la cámara la mala seña con el dedo mayor levantado e invita a la gente a que se fotografíe haciendo el mismo gesto. No sonó muy convincente el argumento de Lanata sobre que el gesto no estaba dedicado a nadie en particular, y por cierto no deja de ser muy extraño ver cada semana las fotos familiares donde los padres sonrientes enseñan a sus hijos pequeños a levantar el dedo.

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