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Madurez y ahora cambio

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01 de diciembre de 2019 a las 05:00

La semana pasada Uruguay exhibió una gran madurez cívica. La que tiene habitualmente pero esta vez reforzada por el comportamiento ante un resultado estrecho. Como comentó el expresidente Julio María Sanguinetti, si lo que pasó en la noche del domingo, donde un candidato no reconoció su derrota y decidió esperar la apertura de los votos observados, que ya se sabía no iban a cambiar la tendencia general, y el otro no se adjudicó la victoria para no encender la pradera, hubiera ocurrido en otro país de América Latina muy probablemente habríamos tenido unos cuantos problemas e incidentes a lamentar.

Pero no fue así. Después de los dos discursos –uno de un candidato que seguía en campaña arengando a sus seguidores y otro en plan prepresidencial llamando a la calma y hasta evitando que quienes lo vitoreaban lo consagraran “presidente”– la gente se dispersó en paz pero sin saber por primera vez desde el retorno a la democracia quién había ganado la Presidencia, aunque las proyecciones del escrutinio eran muy claras para los comandos de los partidos, para los entendidos e incluso para el propio presidente Tabaré Vázquez, que llamó por teléfono al candidato opositor para reconocer su victoria y decirle que debería esperar para ir a la Torre Ejecutiva un poco más, dado que Martínez no reconocía la derrota.

Así las cosas, el lunes fue todo el mundo a sus tareas habituales y se esperó el escrutinio de la Corte Electoral, que el jueves a mediodía no dejó dudas de que Lacalle Pou será el presidente de los orientales por los próximos cinco años. Madurez pues de la gente, del sector político y del sistema electoral ya que nunca se puso en duda la validez del resultado. Todos confiamos en los procedimientos de la Corte Electoral y si a veces pueden parecer un poco burocráticos, al menos son seguros.

Ahora comienza una nueva época. La época de cambio de gobierno y de cambio de partidos. La época de instrumentar los cambios que Uruguay imperiosamente necesita y que una excepcional bonanza exterior tornó menos visibles. En épocas de abundancia, los problemas importantes quedan como ocultos, pero apenas bajan las aguas a sus niveles normales se ven nuevamente. Luego de la bonanza que terminó cerca del 2014, las aguas bajaron y los problemas emergieron.

La seguridad se fue deteriorando año a año y la promesa de Tabaré Vázquez de bajar las rapiñas 30% para final del período se la llevó el viento. Tanto influyó esto en el humor de la población que un plebiscito de reforma constitucional no apoyado por ningún candidato tuvo más de 1 millón de votos. Una señal muy clara que nadie puede desconocer.

La otra promesa presidencial de cambiar el ADN de la educación quedó aparcada a la vera del camino en pocos meses cuando recibió la oposición del Codicen y de los gremios docentes. Los encargados de implementarla fueron desplazados u obligados a renunciar. No hubo plebiscito pero la educación, la secundaria sobre todo, sigue a la deriva y la demanda de acción y cambio también es grande e imperiosa.

Creció el desempleo, hubo una destrucción neta de 50 mil puestos de trabajo y, si bien no entramos técnicamente en recesión, la economía se estancó. El déficit fiscal se disparó al 5% del PIB al final del 2019 pese a las reiteradas promesas de bajar el ya alto recibido de la administración Mujica y dejarlo en 2,5%. Que la situación regional no ayudó, es cierto. Tan cierto como que ello fue advertido por los economistas independientes en 2014 sin que el gobierno tomara nota y siguiera exhibiendo un optimismo imprudente en la formulación de los presupuestos y las Rendiciones de Cuentas. Ahora hay que recuperar la austeridad perdida, ubicarse en el cambiante mundo en que vivimos, abrirse al comercio, apostar al país agropecuario que puede duplicar su producción solo con que no le tranquen las patas y también procurar ser centro de excelencia en salud o en educación, al tiempo que se potencia nuestros servicios tecnológicos. Para ello será necesario recomponer un buen clima de negocios y adaptar la legislación laboral a lo que estableció la OIT.

Seguridad, educación y economía son tres áreas donde es imperioso empezar a cambiar y sin la menor demora. Hace tiempo que el gobierno está sin iniciativa cuando los problemas apremian. También recuperar nuestra presencia internacional defendiendo la democracia y la libertad no importa quien sea el país que las violente. Y que se llamen a las dictaduras por su nombre.

Queda mucho por hacer. No será tarea de un solo gobierno. Y será importante fijar políticas de Estado, que perduren en el tiempo.

Parafraseando a Ortega y Gasset cuando hablaba a los argentinos, habría que decir “uruguayos, a las cosas”.

Si este gobierno logra avances sustanciales en estas tres áreas, el país habrá dado un gran salto adelante. El contexto regional es propicio para ello.

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