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Maestros comunitarios: rugby y ballet en Manga para descubrir otros mundos

El programa de Primaria llega a las zonas más pobres con actividades artísticas y deportivas
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02 de septiembre de 2019 a las 05:00

Son las dos de la tarde y en la plaza de la Aljaba, en el centro de Manga -uno de los barrios más pobres de Montevideo-, decenas de niños juegan al rugby pero con arcos de fútbol. Unos minutos antes, en ese mismo espacio, un grupo de jóvenes consumían drogas. Melina González, una de las maestras comunitarias que organiza la actividad deportiva extracurricular conversa con El Observador y lo dice con orgullo: “nos reapropiamos del terreno”.

El sol se impone sobre el frío y da un poco de tregua a la seguidilla de días invernales. A la cancha se acercan algunas madres que conversan con las maestras y disfrutan al ver a sus hijos haciendo deporte. Al costado del terreno se escucha el correteo de los niños -los hermanos menores de aquellos que ahora practican rugby- y desde más lejos brota el sonido del recreo en la escuela N°308. Es una tarde feliz.

“Tenemos que estar dispuestos a aprender. Si yo me enojo cada vez que mis compañeros se equivocan, esto no sale”, les dice a sus alumnos Federico Maritán, el maestro comunitario que se encarga de enseñarles rugby junto a un profesor contratado por la Intendencia de Montevideo. Las palabras “solidaridad”, “respeto” y “compromiso” se repiten una y otra vez mientra la pelota ovalada pasa entre esas pequeñas manos.

Viernes a viernes, en las primeras horas de la tarde, ese lugar está destinado para aquellos estudiantes -participante del Programa Maestros Comunitarios- de las escuelas 308, 119 y 230 que van a clase en la mañana.

Pero las tardes de los lunes, martes, miércoles y jueves también están ocupadas. Clases de natación y una escuela de animación en el club Juventus, además de otras salidas didácticas que habilitan a los niños a acceder a la cultura, el arte y el deporte, son parte del programa que las autoridades de Primaria destacan cada vez que pueden.

Los maestros, a su vez, visitan a los hogares, tienen una atención personalizada con los niños que requieren mayor acompañamiento académico y coordinan el trabajo con otros actores como el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), entre otros.

El programa, instalado en 2005, atiende a niños en situación de vulnerabilidad social que tienen bajo rendimiento escolar, problemas de asistencia, antecedentes de repetición y dificultades de integración en grupo.

El maestro comunitario es un docente que tiene formación específica en la construcción de alianzas y la recomposición de vínculos. Su función reside en trabajar directamente con los niños que presentan dificultades y sus familias. Los objetivos principales de su trabajo son restituir el deseo de aprender de los niños y recomponer el vínculo de la familia y escuela.

“Es un programa que vino a dar respuesta a una realidad que nos tenía como país bastante en el debe. El programa nos indica varias líneas de intervención: integración educativa, transición educativa -para que no se note tanto la pasada de Inicial a Primaria como de Primaria a Secundaria-, una línea de trabajo con padres y una línea de alfabetización en hogares”, explica González, que hace cinco años es maestra comunitaria.

***

Laura Santana habla con El Observador en la puerta de su casa. Quiere sacar la ropa que cuelga en la fachada para que el video quede mejor. Viene de ver a su hijo, Paul, jugar a un deporte del que, hasta hace poco, no sabía que existía. Sobre sus pies, la calle de tierra. A sus costados, su pequeño y carenciado hogar.

"Paul cambió pila. Antes era como muy para adentro, esto fue un cambio. Hizo amigos, que antes no le gustaba mucho hacer amistades y esto como que lo que dejó más entusiasmado. Siempre quiere ir al rugby porque están los amigos", dice Santana y Paul escucha, junto a sus otros dos hermanos.

La madre también dice que con este programa su hijo abrió la cabeza y conoció otros mundos. "Yo no lo puedo llevar a lugares que han ido, que han conocido y de donde han vueltos reentusiasmados", comenta. Y enseguida cierra la frase con más fuerza: “eso es impagable”.

González, una de la maestras que trabajan en conjunto con las maestras de Paul, explica a El Observador que, como dice Santana, la apertura de fronteras es uno de los propósitos fundamentales del programa.

“Nosotros pensamos que si bien las políticas de descentralización ayudan a la gente, porque les vuelven los servicios más cercanos, a veces también remiten a que solo circulen en sus propios entornos. Entonces, una de las patas que tenemos nosotros en el programa es ampliar la circulación social. Permitirle a los gurises que se apropien de otras expresiones -artísticas, deportivas, culturales- que muchas veces por vivir más alejados del centro, por vivir en la periferia, quedan excluidos. La idea es siempre generar otras instancias y que ellos puedan tener un reservorio de experiencias que le permitan ver que hay un mundo más allá de Piedras Blancas, más allá de Manga”, profundiza González.

Santana, la mamá de Paul, recuerda cuando su hijo llegó a su casa con los cuentos de que unos jugadores de selección de rugby de Canadá había venido a visitarlos o cuando fueron a ver a Los Teros, la selección uruguaya. Piensa en aquellos momentos y sonríe.

Mabel Sosa, otra de las madres que se liberó en la tarde del viernes para ir a ver a sus pequeños (Sharon y Joaquín), narra la agenda semanal de su hija para resaltar el trabajo de sus maestros. 

“Sharon los lunes te hace natación, los martes te hace arte, los miércoles pintan -pintaron la escuela, por ejemplo-, los jueves van a la escuela de animación de Juventus y los viernes hacen rugby”, relata.

Pero más allá de la agenda ocupada, Sosa destaca que mediante este programa el acceso a la cultura de su hija se hizo posible.  “Mi nena fue a ver Carmina (Burana). Estaba… no sabés. Se llevó su foto, se llevó todo, no sabés la emoción que tenía. Yo no la iba a llevar nunca a ver a Carmina”, dice.

Y sigue con sus cuentos: “Tengo otro, que está en tercero, que se fue con los maestros comunitarios de campamento. Conocieron Punta del Diablo, conocieron granjas y cosas que yo no los voy a llevar. Eso está buenísimo”.

Son las cinco de la tarde y en la plaza de la Aljaba, en el centro de Manga, ya no hay niños que juegan al rugby con arcos de fútbol. La tarde empieza a caer y los niños ya están en sus casas. Volverán el lunes a la escuela sabedores de que sus docentes trascienden el aula.

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