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Marca Trump: la política exterior con sello del presidente y sus reveses

Su estilo ahora pone al país al borde de un peligroso conflicto con Irán
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18 de mayo de 2019 a las 05:01

Desde un principio se sabía que si algo se podía esperar de la política exterior de Donald Trump era que esta fuera impredecible. Subestimar a Trump y a su instinto político no parece lo más acertado que se ha hecho hasta ahora en el mundo del análisis político. Y, en todo caso, habría que reconocerle el desescalamiento en los conflictos de Siria, Irak y Afganistán, que ha contribuido a aliviar significativamente la brutal violencia en Medio Oriente y, no menos importante, a la derrota del Estado Islámico. Pero los reveses, dobleces y sinsentidos no han estado ausentes; son, en mayor medida, de su propia cosecha, y obedecen también a ese instinto, a esa muy particular visión del mundo que el presidente se niega a moldear o expandir.

Desde Corea del Norte hasta Venezuela, pasando por Irán, Estados Unidos se encuentra hoy con frentes abiertos en el plano diplomático, que en algún caso –como señaladamente en el de Irán—podrían derivar en un conflicto de proporciones. 
Las tensiones van en aumento. Washington ha enviado al golfo Pérsico un nuevo buque de guerra, que se sumó a una flota de portaviones y bombarderos ya desplegados en la zona, por cuenta de una dudosa “amenaza” iraní contra tropas e intereses estadounidenses. No está claro que este sea el caso, y lo han puesto en entredicho hasta sus aliados europeos, a quienes Trump dejó el año pasado sentados a la mesa precisamente cuando se retiró del acuerdo nuclear con Teherán. 

El magnate neoyorquino siempre ha renegado del papel de Estados Unidos como “sheriff del mundo”, no solo de ahora, ni de cuando era candidato, sino por décadas; y la retirada de tropas de Siria, Afganistán e Irak era algo que había anunciado y prometido. Pero con Irán siempre ha mantenido una línea dura y un lenguaje beligerante, amén de considerar al histórico acuerdo firmado en 2015 por Barack Obama como “un desastre total”.

Tras abandonar el pacto nuclear en mayo del año pasado, la retórica y las sanciones contra el régimen iraní se habían ido recrudeciendo, por lo que a muchos no sorprendió la actual escalada en las tensiones. Sin embargo, el martes, cuando los reporteros adscritos a la Casa Blanca le preguntaron por una información publicada la noche anterior por The New York Times que decía que el Pentágono ya había decidido un plan para enviar 120 mil efectivos al golfo, Trump pareció totalmente sorprendido. Se notó que ni siquiera había mirado la tapa del Times, ni había sido informado de la nota por sus asesores. “Creo que es una noticia falsa, ¿okay?”, contestó el presidente, encajando el golpe. “Nosotros no hemos planeado eso”. Pero, fiel a su estilo, redobló la apuesta: “Ahora bien, ¿que si yo lo haría? Por supuesto que sí; pero no es algo que hayamos planeado… Y si lo hiciéramos, mandaríamos muchísimos más hombres”. Luego remató: “Pero además, ¿dónde dice que salió eso?, ¿en The New York Times? Bueno, The New York Times es ‘fake news’”; y se fue complacido con su muy peculiar salida del paso.

El problema es que quien había filtrado la información al diario neoyorquino había sido su consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, a cuya instancia se había celebrado la reunión sobre Irán en el Pentágono. Lo que inmediatamente dio pie a algunas versiones de prensa de que Bolton estaría embarcando a Trump en una guerra: “El asesor belicista de un presidente que no quiere la guerra”.
Bolton es, en efecto, un viejo halcón, pieza fundamental en la invasión a Irak durante el gobierno de George W. Bush, sostiene una larga ojeriza hacia el régimen de los ayatolás y en el pasado ha propuesto bombardear las instalaciones nucleares de Irán. Pero no es este precisamente el caso en que deba convencer a Trump de adoptar una línea dura; además de que el enfrentamiento con Teherán es impulsado decididamente por el primer ministro israelí, Bejamín Netanyahu, quien tiene una señalada influencia sobre Trump.
Por si algo faltaba, contra Irán el presidente recibiría también el apoyo de aquellos vinculados al aparato de Seguridad Nacional, que no siempre están de su lado y han sabido ser severos detractores de sus políticas: poderosos expertos de Washington, figuras del establishment y muchos senadores; entre ellos, no pocos demócratas, estarían todos en la foto.

Por eso, ni bien se dan a conocer las tensiones y cualquier plan de acción, los medios de Estados Unidos y los opinadores profesionales empiezan a hablar de una “guerra inminente”, y los tambores empiezan a redoblar con fuerza por todas partes. Es Medio Oriente, y esa es la dinámica en Washington: un extraño frenesí de guerra. Nada de eso pasaba en los medios hace apenas unas semanas, cuando las tensiones y lo que parecía inminente era una intervención en Venezuela.

Al mismo tiempo, la teocracia iraní endurece su postura ante la hostilidad. El presidente, Hasán Rohaní, anunció a principios de mayo que Irán abandonaría parte del acuerdo nuclear, a pesar de los reiterados pedidos de las potencias europeas para que haga caso omiso a las provocaciones de Washington y continúe respetando el pacto a cabalidad. Pero cada vez se ve más difícil; y muchos temen que pueda retomar su programa nuclear, por lo que la hipótesis de conflicto no parece descabellada.

En el choque con Venezuela, Trump dejó que Bolton llevara la voz cantante, secundado por el secretario de Estado, Mike Pompeo, el uno-dos para golpear y lanzar amenazas claras de intervención contra el régimen de Nicolás Maduro, mientras él se mantenía inusualmente al margen de la discusión, solo limitándose a afirmar —cada vez que se le preguntaba— que todas las opciones estaban sobre la mesa. En ningún momento pareció ser su criatura, sino una de Bolton y del senador republicano Marco Rubio, adoptada voluntariosamente por Pompeo. Hasta el vicepresidente, Mike Pence, se mostró en todo momento mucho más vocal que Trump sobre Venezuela. Pero a su modo apoyó y tampoco se opuso.


El 30 de abril falló el plan de Juan Guaidó y Washington para un alzamiento cívico-militar destinado a derrocar a Maduro y su tiranía; lo que ha desanimado a la disidencia venezolana, y en Estados Unidos ha sido ampliamente interpretado en clave de Medio Oriente como un fracaso de Washington a su pretendido “cambio de régimen”. Como si la historia y cultura democráticas de un país como Venezuela fuera la misma que la de Irak, o la de Siria, y todo se tratara de un burdo mete y saca.
El caso es que fue cuando menos un traspié de esos que no le gustan nada a Trump. A los pocos días, un artículo en The Washington Post afirmaba que el presidente estaba molesto con Bolton por quererlo —otra vez— embarcar en una guerra que él no quiso. Así, muchos han terminado por creer que el consejero de Seguridad Nacional tiene mucho más poder del que realmente tiene.


Trump simplemente usa a Bolton como a todos los demás. Lo reclutó el año pasado junto a Pompeo para sacarse de encima a los halcones vinculados al establishment de seguridad nacional, que lo fustigaban un día sí y otro también, y así poder seguir tomando las decisiones él sin que lo molestasen. A todos sus funcionarios los deja operar política y burocráticamente, pero el que toma la decisión final es Trump y nadie más que Trump, que solo parece confiar en su instinto, un conocido tic entre los hombres de negocios exitosos.
Donde más se ha visto ello ha sido en el caso de Corea del Norte. La vieja idea de Trump de buscar un acuerdo con Kim Jong-un para desnuclearizar la península coreana sorprendió a todo el mundo desde el vamos. Bolton, partidario de la línea más dura posible con Pionyang, siempre ha considerado la idea un absurdo, al igual que prácticamente todo el establishment de Washington sin excepción. Incluso, a pocas semanas de haberlo nombrado consejero de Seguridad Nacional, el presidente acusó a Bolton de intentar “sabotear” su acercamiento con Kim.


Realmente no es algo que tenga una explicación racional; quizá se deba a las predilecciones de Trump por los hombres fuertes de la política, como por Vladímir Putin. Además de los sucesos del 30 de abril, lo que parece haber influido más en su distanciamiento del tema de Venezuela fue precisamente su conversación con Putin al respecto, y su constatación de que “Maduro es un hueso duro de roer”.
Lo cierto es que tampoco parece estar dándole resultados con Kim, que ha vuelto a las andadas con sus pruebas de misiles balísticos. Y el mandatario estadounidense no parece advertir que la llave para abrir o cerrar la canilla del norcoreano está en Pekín. Si está bien con China, puedo obtener lo que quiera de Kim. Pero tampoco es esa la idea de Trump, que ahora ha retomado la guerra comercial a baja intensidad y no les quiere dar ni medio metro a los chinos.
Y así, todo en Trump parece hacerse a golpe de instinto, sin mucha estrategia ni coordinación. Su historia de relaciones con estos tres países puede ser muy disímil; pero todas tienen algo en común: la falta de estrategia, la improvisación y, no pocas veces, la bravata. Esa parece ser la marca Trump. 

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