De Jorge Batlle, quizás como de todos, se pueden señalar muchas cosas negativas. Pero hay un aspecto de su carrera política que siempre me provocó un molesto escozor ciudadano. En sus sucesivos intentos por acceder a la Presidencia, analistas, encuestadores, periodistas, solían repetir un concepto como quien dice algo obvio: Batlle pierde porque dice la verdad.
El ejemplo más patente quizás sea su negativa en la década de los 90 a una reforma que aumentara las jubilaciones. Las jubilaciones, algo relacionado al cerno de una de las corporaciones poderosas del país: los viejos.
Otro ejemplo que siempre recuerdo es el de Alberto Volonté que, otra vez, más allá de sus luces y sombras, dijo en campaña que iba a apoyar al gobierno que saliera electo. Luego hizo lo que había prometido y su carrera política prácticamente terminó; por haber hecho lo que había dicho.
Este parece ser un país donde la gente prefiere la mentira, antes que una dolorosa verdad.
En estos días entrevisté al demógrafo Juan José Calvo, quien sostuvo que en materia poblacional las soluciones se consiguen a largo plazo, algo que no está en la agenda de los políticos. Por ejemplo: meter mano en esta cada vez más peligrosa relación entre activos-pasivos. Nuevamente las pasividades en boga.
La muerte de Batlle invita a reflexionar no sobre la clase política, sino cómo esta se mueve en relación a los ciudadanos a los que se dirige. Cada gobierno tiene el país que se merece. Y este parece ser un país donde la gente prefiere la mentira, antes que una dolorosa verdad.
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