Opinión > ANÁLISIS

Micaela y ellos, que casi siempre terminan siendo nosotros

Sorprende el nivel de saña y de “colateralidad” de algunos homicidios
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13 de agosto de 2022 a las 05:02

Ese día había escuchado tiros. Eso dijo el hermano de Micaela Pereira, la mujer de 29 años que fue asesinada en el barrio Marconi. Ese día Winston había escuchado tiros, lo que significa que muchos días escuchan tiros en este y otros barrios de Montevideo y, crecientemente de Uruguay. Micaela es una de las cada vez más frecuentes víctimas “colaterales”, involuntarias (de uno y otro lado), que terminan muertas porque quedaron en medio de un enfrentamiento narco. Definirlas como víctimas colaterales me parece una falta de respeto. Olvidarlas luego de un titular, también. Sumarlas a una estadística de homicidios y convertirlas en una discusión política sin consecuencias que acerquen soluciones, más aún.

¿Cómo se clasifican estos asesinatos en las estadísticas? ¿Qué lugar ocupa la muerte de una persona que sale a trabajar y termina baleada en una esquina de su propio barrio? Micaela tenía cuatro hijos, colaboraba continuamente con el CAIF de su barrio y había conseguido trabajo fijo recientemente en una empresa de limpieza, en la que trabajaba desde las 10 de la noche a las 6 de la mañana. Poco antes de las 9 de la noche, murió.

En julio de 2022 hubo 37 homicidios, 37% más comparado con el mismo mes del año anterior, según un relevamiento hecho por El Observador. Un homicidio cada 20 horas. La descripción de cada caso es como una serie de horror de 37 capítulos: maniatado y quemado, baleado en la puerta de su casa, balacera en Rivera. Hay muchos tipos de homicidios pero en los últimos tiempos sorprende el nivel de saña, por un lado, y el nivel de “colateralidad”, por otro. 

Todo huele con mucho olor a enfrentamientos narco, una realidad que no es novedad en Uruguay desde hace años y que crece en volumen y violencia. En el mismo Uruguay de “Micaela colateral” también llegan cada vez más personas a las emergencias con heridas que no se producen por accidente. Una mujer con dos dedos cortados que no explica cómo se los cortó. “Primero vino porque le faltaba el meñique, después volvió y le faltaba el anular… —describe un médico del Cerro, que habla a cuentagotas, como con la duda de si debería estar diciendo lo que dice. La nota publicada en junio da cuenta de estas señales claras que sin embargo no suelen terminar en denuncias. “Cortes de falanges de los dedos o aumentos de disparos a brazos y piernas son síntomas que a los médicos en las puertas de emergencias de centros de salud les hace olfatear que algo está cambiando; la policía constató un aumento en las lesiones con fines intimidatorios”, dice la crónica.

Micaela murió el viernes 5 de agosto en el mismo tiroteo en el que fue asesinado un hombre de 25 años. La investigación policial indica que el ataque iba dirigido a esa persona y que la mujer quedó en medio de la balacera.  En julio, el Ministerio del Interior hizo públicos los motivos de los homicidios del primer semestre de 2022, la mitad de los cuales (94) fueron por ajustes de cuentas. En mayo hubo 43 homicidios, en parte por la seguidilla de muertes en el barrio Peñarol, que el ministerio  atribuyó a un “éxito en la política de cierre de bocas de droga, que hacía que hubiera menos mercadería y las bandas se las disputaran con más violencia”. 

La explicación es la misma, por parte del ministro Luis Alberto Heber, con respecto al aumento de homicidios en julio. “Hay menos droga en la calle, menos plata, y por tanto, la lucha por territorio es más violenta”. Y nada indica que vaya a cambiar en agosto. En agosto estará el asesinato de Micaela para sumar a las estadísticas. Su muerte es una consecuencia no deseada de un enfrentamiento narco por, según el ministro, por escasez de droga. 

Cada vez que se cierra una boca de venta de drogas, indicó Heber, “las rapiñas y los hurtos “descienden entre 12% y 23%”. 
A los ciudadanos “comunes y corrientes” nos preocupa que nos roben y nos lastimen, pero casi nunca pensamos que nos asesinarán en una esquina de camino al trabajo. No lo pensamos porque parece disparatado, aunque no lo es incluso si no vivís en Marconi, Casavalle, Peñarol, Rivera, Juan Lacaze o en cualquiera de los barrios y ciudades en los que personas “comunes y corrientes” fueron asesinadas. 

Como sucede cuando leemos sobre las condiciones infrahumanas en las que los presos intentan sobrevivir en las cárceles, también cuando nos enteramos de muertes como las de Micaela pensamos que eso le pasa a otros, a ellos. Casi siempre ellos terminan siendo nosotros. 
Los enfrentamientos por drogas, entre bandas narcos que terminan con muertos de hasta 14 años (con varios balazos en el pecho y las piernas), parecen ser parte de una realidad lejana que sin embargo está a pocos kilómetros y tal vez ya esté al lado de tu casa. 

En junio hubo otra “colateral”, que tuvo la suerte de sobrevivir. Una niña de ocho años terminó en el CTI del Pereira Rossell luego de que una bala perdida ingresara por el cielorraso de su casa, ubicada en Villa Española. “Habíamos terminado de comer sobre las 22:30 horas y sentimos como un golpe de una piedra en el techo. Mi hija ya estaba acostada con mi señora, que me dijo que no había sido una piedra y que algo le había pegado a Agustina en la cabeza. Prendí la luz y vi a mi hija con el tiro en la cabeza y sangre”, dijo el padre. Ese padre “común y corriente”, como vos o como yo, difícilmente imaginó que su hija terminaría herida en la cabeza por una bala perdida. 

El “que se matan entre ellos” nunca fue un buen análisis de la situación, pero ahora menos que nunca. Tal vez alguna vez los vecinos de Micaela pensaron que ellos eran otros. Desde hace tiempo saben que pueden ser ellos, como lo fue esta madre de cuatro niños que ahora quedan huérfanos. 

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