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Nací en el 79 (segunda parte)

Hace 15 días describí las características de los nacidos entre la generación X y los millenials; acá va una ampliación de aquellas palabras
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15 de julio de 2017 a las 05:00
La recuperación democrática se nos abrió en la tierna niñez sin entender del todo lo que significaba. En la escuela recuerdo que hacíamos chistes con que Hitler había visto una mosca, con el brazo en alto; Seregni había visto dos, con los dedos en signo de victoria; Wilson había visto cuatro, con los dedos en W; al final Alfonsín las había atrapado, con su clásico apretón de manos junto a su rostro. A los niños argentinos les hacíamos chistes sobre las Malvinas, en bélica y violenta inocencia infantil.

Sin saberlo, asistíamos a los estertores de una guerra fría accidentada: vimos en vivo el accidente del transbordador Challenger, que voló por los aires sobre el Cabo Cañaveral; vimos los efectos de la explosión de la central atómica de Chernobyl. Entre los juegos de Atari y las "maquinitas" (dispositivos del tamaño de un celular con botones de control donde había juegos electrónicos) miramos con ojos de asombro el primer bombardeo a Bagdad en la primera guerra del golfo Pérsico: bolitas verdes cayendo en racimos como si fuera un video juego sobre el fondo oscuro de una noche azulada. En nuestra cabeza, Estados Unidos seguía siendo el imperio poderoso que invadía otras naciones, bastante más débiles, en cualquier punto del globo. Bush padre nos daba la razón.

En sexto de escuela, un día invernal supimos que la Unión Soviética ya no existía más. Éramos todavía muy chicos para Francis Fukuyama y su fin de la historia, y recién pudimos entenderlo (mas no compartirlo) unos años después. La entrada de Uruguay al Mercosur y una ley que pretendía, según la campana, vender o modernizar las empresas públicas eran los temas que ocupaban la agenda de noticias.


Qué difícil es hablar en nombre de otros. ¿Cómo igualar experiencias personales que en fondo comparten una fecha de nacimiento más o menos cercana, pero una miríada de diferencias? Desde la familia, al barrio, la ciudad, a la escuela, a los amigos, el liceo, el colegio, los referentes de vida y las circunstancias del destino, cada vida es diversa y el único lazo generacional no puede limitarse al programa de televisión que veíamos mientras merendábamos.

Por lo que el relato deja el plural y se vuelve, inevitablemente, confesional, en primera persona. Sufrí un infausto quinquenio y encontré al poco tiempo en Rubén Sosa al mesías que nos sacó de la selva oscura.

A una generación la conforman sus lecturas. En mi caso, cuando entré en la tierna e intuitiva adolescencia me topé con Michel Houllebecq y David Foster Wallace, ante la virtual ausencia de referentes uruguayos (que entendí y valoré hacia atrás, con la recuperación de Felisberto Hernández, Javier de Viana y de Juan José Morosoli, entre otros). Estaba lejos del boom latinoamericano y también de la generación McOndo, que ni siquiera conocía entonces. Lejos de la literatura punk, que le pegaba a la generación del 45, lejos del statu quo cultural. Un adolescente rara vez lo está. Me refugiaba en los libros que me regalaba mi padre y en la biblioteca familiar, otra rareza en un adolescente: Borges, Bradbury, algo de poesía.

Hay buenas chances de que varios llevaran a sus primeras novias a ver alguna película de Quentin Tarantino, pero también se podían colar en el menú Takeshi Kitano, François Ozon o algún osado que se animara con los hermanos Dardenne en la primera cita. En mi caso, fue Seven, pecados capitales, pero por suerte los noventa produjeron también joyas de Woody Allen y Clint Eastwood.

Hablando de novias y amigos, pertenezco a la última generación que usó el teléfono de línea para comunicarse con ambos, con la consiguiente furia de los padres, porque la casa quedaba bloqueada por las múltiples llamadas que recibía en los sitios más recónditos (cables largos mediante) donde la voz romántica no llegaba a oídos adultos.

La actitud sobre el pasado era sobre todo el desprecio, pero más como reacción adolescente que como meditada decisión intelectual. Eso produjo que mi generación, en general, posea una ignorancia grande con respecto a la historia (nacional y mundial) y un virtual desinterés hacia la política, aunque siempre existen las excepciones que confirman la regla.

Toda generación tiene derecho a ser tachada de obtusa, doy testimonio. Como escribió John Rawls, en la lotería natural uno no elije dónde nace, ni quiénes son sus padres, ni su país de origen. Cómo se ocupa de su tiempo y qué hace con el futuro son los grandes pergaminos en los que se mide su peso.

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