Leonardo Pereyra

Leonardo Pereyra

Historias mínimas

No se olviden de Barbosa

Ahora que Ghiggia la pelea desde una cama de hospital, conviene no olvidarse del hombre al que, sin querer, condenó a un especial infierno
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19 de junio de 2012 a las 00:00

Fruto de la desilusión y de la niñez perdida, el cortometraje que mejora esta crónica trata sobre un hincha brasileño que viaja en el tiempo con el único fin de avisarle al arquero Moacyr Barbosa que el tiro de Alcides Ghiggia en la final de 1950 se le colará viboreando contra el palo izquierdo.

Más allá de la resolución de esta película que parece salida de un capítulo de la Dimensión Desconocida, la fascinación de la aventura nos pone a dudar acerca de si, para felicidad de la mayoría, no hubiese convenido que al final de aquella carrera de Ghiggia por el lateral derecho de la cancha de Maracaná, Barbosa hubiera ganado el mano a mano.

Primero porque la demografía indica que aquel 2 a 1 lo disfrutaron menos de tres millones de personas y lo padecieron casi 50 millones. Además, aquel triunfo celeste sumió al fútbol uruguayo en una larga siesta donde la modorra y el triunfalismo se mezclaron desvalorizando futuros festejos y tornando dramática toda derrota.

Pero, más allá del futbol, no está mal que uno llegue a desear que aquel viajero del tiempo arribe a tiempo aunque más no sea para salvar a Barbosa de su destino.
Porque lo más probable es que la vida de Ghiggia no hubiera sido muy diferente si Uruguay perdía aquella final.
Poco dados a los reconocimientos, los uruguayos le otorgaron alguna que otra medalla y algún que otro homenaje callejero y el puntero se quedó con la gloria de haber callado a doscientos mil torcedores brasileros.

Sin embargo, es dudoso que su felicidad o su tristeza hayan dependido del resultado de aquel partido. Sin embargo, después de la final del campeonato del mundo de 1950, la vida de Barbosa –el primer arquero negro de la selección verdeamarelha y uno de los mejores de la historia del Brasil- fue un infierno.

La gente lo marcó como único culpable de aquella derrota y le escapaba como se escapa de la peste. “Ves aquel hombre? Ese es el que hizo llorar a todo Brasil”, escuchó un día de boca de una madre que lo señalaba furiosa para que un niño lo identificara. El alcohol –que bebió solo en bares en donde la gente se levantaba en cuanto él se acodaba en la barra- no le alcanzó para olvidarse de la condena.

Ni siquiera pudo exorcizar el demonio cuando se llevó para su casa los palos del arco maldito y los quemó ante la mirada de los pocos amigos que le quedaban.
“Quema los palos, Barbosa, del arco de Brasil, la condena de Maracaná se paga hasta morir”, recuerda una canción del uruguayísimo Tabaré Cardozo

Más de una vez Barbosa quiso visitar la concentración de alguna victoriosa selección brasilera, pero los jugadores se negaron a recibir a ese talismán de la mala suerte. “En Brasil, la pena mayor que establece la ley por matar a alguien es de treinta años. Hace casi cincuenta años que yo pago por un crimen que no cometí. Sigo encarcelado”, se quejó el golero ya retirado.

Durante miles de noches Barbosa se tiró en sueños para tratar de impedir que aquella pelota envenenada se le colara en el arco. Miles de tardes repasó la jugada fatal: “Ghiggia avanza. En el centro del área esperan tres jugadores uruguayos y ningún defensa nuestro. Si hace el centro es gol seguro, y yo me quedo esperando a que lo haga. Doy un paso adelante y Ghiggia chuta con el empeine del pie. Yo toco la pelota y creo haberla mandado al córner. Cuando sentí el estadio en silencio total, me armé de coraje y miré para atrás. Y vi la bola de cuero marrón allí dentro”.
Barbosa murió el 7 de abril de 2000 a los 79 años. Murió pobre, solo, olvidado o, lo que es peor, malamente recordado.

Ahora que Ghiggia la pelea en una sala de hospital, son miles los uruguayos que piden por su recuperación. También son miles los brasileros que mandan saludos solidarios a través de las redes sociales. Es inevitable preguntarse qué actitud asumiríamos los uruguayos si el que estuviera en la mala fuera un brasilero que nos hubiera arruinado tamaña fiesta.
En estas horas en las que Ghiggia anda amenazando con entrar en su propio túnel del tiempo, no cuesta nada un recuerdo para aquel golero negro que vivió tratando, vanamente, de quemar el recuerdo de aquella tarde en la que un tiro rasante lo mató por primera vez.

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