Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú > Educación

Nos agarra la noche, y están los zombies

Los que mandan y su clan los convierten en ignorantes, en idiotas funcionales, y luego corren a su casa antes que los agarre la noche
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19 de septiembre de 2013 a las 00:00

Cuando le di a leer esta columna a un periodista amigo, me dijo: “Ojo, porque si hay una lucha de clases, en esa lucha hay pobres de los dos lados”. En efecto y queda dicho, lo que nos está pasando con la educación y su otra cara -la intolerancia, la violencia, etc- es, básicamente, una guerra entre pobres.

Buena parte de la acción política que ejercieron en las décadas de 1960 y 1970 algunos partidos de izquierda que hoy están en el gobierno, estuvo impulsada por el concepto de “lucha de clases”. Se trataba, decían y dicen, del motor que impulsa la historia y define el progreso político y social. Para hacerla sencilla, trabajadores contra capitalistas, pobres contra ricos.

Hoy está en curso una brutal lucha de clases que no tiene nada que ver con aquella. Es más bien una guerra de clases. Nada de teorías académicas, se trata de una masacre política, histórica y también física. Una guerra con tiros y todo.

Como decía mi amigo periodista, en esta nueva lucha social, las trincheras no están alineadas en clave marxista: de un lado hay pobres, sin dudas, pero del otro lado no necesariamente hay solo ricos, hay intelectuales, funcionarios, hay trabajadores, obreros, estudiantes, muchos de ellos también pobres.

Algunos discursos radicales dicen que este nuevo orden está pensado por las clases dominantes porque, por la vía de dejar morir a la educación, los pobres más pobres, los que además de pobres están al margen, serán zombies, ciudadanos idiotas que permitirán que los que manden sean siempre los mismos.

Para mí esta guerra es menos pensada, más producto de la condición humana, en especial su ignorancia y egoísmo. Más producto de la desidia que de la acción.

El egoísmo no es absoluto. Los que ponen sus leyes, los que mandan en esta parte de la línea del país integrado, les ayudan a los otros con dinero que es de todos. Le llaman políticas sociales. Al lado de lo que ocurre en la educación, esos actos se parecen a tenderle comida por una jaula a un león herido.

A los expertos y trabajadores sociales ya se les empieza a notar lo forzado que suenan cuando dicen que estas generaciones perdidas pueden ser recuperadas. Algunos incluso creen que es por la vía del dinero, piensan que es por la plata y hace tiempo que esto dejo de ser por plata.

Más de 30.000 estudiantes desertaron del sistema educativo y el número sigue creciendo. Les ofrecieron plata y no volvieron. Les están amenazando con sacarle la plata que ya les daban y siguen sin volver. No es por plata. Se fueron, no creen más y ahora militan en el extra radio zombie de los desaparecidos sociales.

En esta guerra de clases todos los daños son colaterales. Por eso no hay lugar para los héroes, como en aquella acción que quiso emprender uno de los defensores de la lucha de clases histórica, el senador comunista Eduardo Lorier, cuando trató de convencer a unos delincuentes juveniles fugados del Inau para que se entregaran.

Ignorante de que el nuevo conflicto social lo puso –seguro que contra su voluntad- del bando que alguna vez odió, salvó su vida porque las casualidades, la suerte y la misericordia aislada son algunas de las causas que permiten sobrevivir en las guerras.

Hay 10 mil presos y casi ninguno terminó la secundaria. Cuando salen, más de la mitad vuelve a delinquir. No saben hacer otra cosa. Hay 30 mil pibes que desertaron de la educación. Una cosa son los presos, otra los delincuentes y otra el entorno que los ve como parte de su estirpe. La Policía no quiere ni escribir sus estimaciones, pero pueden ser cientos de miles. Cientos de miles.

Y eso que los soldados del ejército zombie son bastante moderados. Por cada 500 rapiñas hay una muerte. En una guerra así, que no respeta hijos, ni sexo, una guerra de abandono y olvido, de destrucción de esos templos de tolerancia que fueron escuelas y liceos, la lógica sería que hubiese más adrenalina en cada cruce. Tomá esta bala por la guita, esta por la pasta base, esta por mi madre la puta, esta por mi padre el ausente y esta por mis dos hermanos los zombies.

Y cuando vacíe el tambor entonces se van a dar cuenta que existe, que tan desaparecidos no son, y empezarán a sonar los lamentos y llantos inherentes a toda guerra.

No deja de ser interesante que por un lado resulte evidente quiénes son los débiles en esta lucha de clases, los que supuestamente están perdiendo. Sin embargo, como en las películas de zombies, no solo los muertos en vida sufren; el resto no vive en paz, andan todo el tiempo mirando por encima del hombro, desconfiando del otro no vaya a ser que se haya contagiado, corriendo para que no los agarre la noche. Y en realidad aquí la noche nos está agarrando a todos.

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