Si como decía Jorge Luis Borges existen solo tres o cuatro metáforas que la humanidad repite y reformula a lo largo de su historia, nada de malo hay en volver una y otra vez sobre un mismo tema, como lo hace sin ningún prurito Julian Barnes en esta última novela. El amor desparejo en edades, desde Lolita a El graduado, es ya un clásico dentro del mundo de las artes y a nadie debería sorprender este nuevo aporte del escritor inglés, que le agrega una vuelta de tuerca muy personal a todo el asunto.
Entre otras cosas, porque Barnes, de 73 años, aún trata de superar la muerte de su esposa que falleció a causa de un tumor cerebral. Todo ese dolor lo volcó en su momento en Niveles de vida, un libro que después de un comienzo divertido caía de lleno en la descripción de esas jornadas aterradoras para un hombre que además de perder a su gran amor debía enfrentarse a la muerte, su miedo más visceral según confesó en el ensayo Nada que temer. La única historia es, por tanto, un intento más de exorcizar la muerte a través de los únicos caminos que conoce el autor: el amor y la escritura.
La novela está ambientada en 1950 y 1960, en Londres y sus cercanías, lo que le sirve a Barnes para establecer las enormes diferencias entre la generación de sus padres, anterior a la segunda guerra mundial, y la posterior, que se representa en el libro a través del personaje de Casey Paul, un muchacho de clase media sin más dones aparentes que la juventud, pero con un intenso deseo de rebelarse contra todo lo establecido.
El amor desparejo en edades, desde Lolita a El graduado, es ya un clásico dentro del mundo de las artes y a nadie debería sorprender este nuevo aporte del escritor inglés, que le agrega una vuelta de tuerca muy personal a todo el asunto
La trasgresión vendrá encarnada por Susan, una mujer a punto de cumplir 50 años, casada y con dos hijas adultas, con la que el joven entabla primero una relación de amantes para luego devenir en una unión mucho más seria pero también peligrosa.
Aunque escrito en forma de memorias recordadas, el libro plantea un constante contrapunto entre el autor y el lector, ya que muchas veces Barnes cuenta una escena y enseguida se pregunta muchas cosas en voz alta, la pone en duda, la gira y la da vueltas, y a veces se refuta a sí mismo con una frase contundente, lo que le da espesor y profundidad a una novela que a pesar de los tópicos se sostiene.
El talento de Barnes se nota en cómo va de lo particular a lo general, de la información lineal al comentario que lo abarca todo. Y también en el desarrollo de los personajes, ricos y complejos, donde rápidamente queda claro que si bien los dos protagonistas se profesan un amor sincero, ella se juega la vida en esa apuesta amorosa (por la amenaza real de su marido y por el paso del tiempo que le juega en contra) mientras que él solo está siguiendo sus impulsos sin preocuparse para nada del futuro.
Por eso, mientras Casey Paul decide empezar estudios de abogacía, ella comienza a hacerse alcohólica casi sin darse cuenta. Por eso también, los 12 años de relación que vendrán serán de desgaste absoluto para una parte y de rozagante algarabía para la otra.
Y eso es todo, salvo por los mil detalles de calidad que muestra Barnes a lo largo de toda la novela. El autor se luce al describir los prejuicios de sus padres, las particularidades del club de tenis que finalmente los expulsa con sendas cartas de reprobación, la relación de Casey Paul con las dos hijas de su amante y también con el marido de Susan, o las escenas más duras, donde denuncia la violencia contra la mujer en aquella época.
Capítulo aparte merecen los reiterados palos a la idiosincrasia inglesa que descarga Barnes, desde señalar la doble o triple moral que campea por esos lares hasta destacar la fascinación por hacer crucigramas que tiene su pueblo, pasando por un crisol de humoradas para retratar con mucha malicia a sus queridos compatriotas.
La única historia
Editorial: Anagrama
Páginas: 231
Precio: $ 890
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