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Por qué la suerte no debe ser el factor clave ante la próxima pandemia

Uruguay juega buena parte de un mejor futuro en el sector ciencia y tecnología, con mucho más financiación privada

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01 de octubre de 2021 a las 21:29

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Esta semana se celebró el Día del Futuro en el Parlamento, una especie de puntapié disparador de un proceso que llevará adelante una Comisión del Futuro integrada por diputados y senadores de todos los partidos, según anunció la vicepresidenta Beatriz Argimón a mediados de año. 

El futuro se piensa en el presente y, sin embargo, demasiadas veces nos agarra desprevenidos. Seguramente eso tiene que ver con la realidad de que pasamos apagando los “incendios” del presente, de manera que cuando se viene el nuevo fuego o fueguito, salimos disparando con la manguera sin mucha presión de agua. Claro que hay fuegos y fogatas y, sobre todo, hay demasiadas oportunidades perdidas que podrían ganarse si tuviéramos planes y proyectos bien pensados. 

En el encuentro del lunes los expositores plantearon sus preocupaciones hacia el presente y puntos de vista hacia el futuro. Entre ellos estaba la bióloga uruguaya Magdalena Cárdenas, investigadora del Instituto Pasteur, quien expuso su mirada sobre qué pasó en Uruguay durante la pandemia y cómo la ciencia y los científicos fueron la clave para enfrentar este reto (como lo podrían ser para muchos otros). La investigadora habló de “suerte”, y es correcto que durante buena parte de 2020 muchos nos preguntamos por qué no habíamos sido duramente golpeados por el covid-19, a diferencia de la mayor parte del mundo. El mate no parecía ser una respuesta seria, lo de la BCG no tiene fundamento científico y así el azar se instaló como una débil explicación para intentar entender el por qué del 2020 benevolente que nos tocó.

¿Pero hubo algún diferencial?. “No  hay  duda  de  que  un diferencial fue la existencia de capacidades locales para entender, interpretar y asesorar a los tomadores de decisiones sobre una situación que se presentó de golpe, para la cual nadie estaba preparado y para la cual no había recetas a importar. El reto al cual nos enfrentó la pandemia no fue logístico sino biológico”, dijo Cárdenas. “Detrás de las medidas preventivas, de los modelos epidemiológicos, de los planes de vacunación, detrás de todo eso, había algo  que  no  podía  faltar  y  era  conocimiento  de  la  biología viral.  Y  acá,  hay  que  decirlo, tuvimos suerte. Sería falso decir que Uruguay estaba institucionalmente preparado, que había entendido el potencial de futuras pandemias y tenía un grupo interdisciplinario preparado”.

Uno de los primeros uruguayos en acudir a la ciencia en febrero de 2020, cuando la pandemia ya existía pero preferíamos pensar que no llegaría porque China está lejos, fue el ahora ministro de Salud, Daniel Salinas, que entonces aún no había asumido. Su hermano es investigador en el Instituto Pasteur y le recomendó que hablara con Gonzalo Moratorio. Esa reunión sucedió y de muchas maneras comenzó a alinear a la política con la ciencia, al menos por un tiempo,  periódo en el que los uruguayos escuchamos con más atención que nunca a los científicos y nos aprendimos de memoria los nombres de las caras visibles del GACH.  

En la post pandemia es fácil olvidarse pronto de lo que hizo la ciencia pero, sobre todo y a juzgar por nuestros antecedentes, es probable que evitemos tomarnos el trabajo de imaginar qué se podría hacer en Uruguay si este sector estuviera lo suficientemente apoyado e impulsado, aunque no solamente por el Estado.

Otro científico, Carlos Batthyany, director ejecutivo del Pasteur, compartió en el Día del Futuro el “sueño” de su instituto en el que vienen trabajando desde hace un quinquenio y que podría hacer que “Uruguay vuelva a dar un salto de calidad para posicionarse como lo que alguna vez supo ser, considerado dentro del mundo desarrollado”. En su exposición demostró que no solo los países ricos invierten en ciencia y eso se deriva en un PBI per cápita que crece. “No hay duda de que si un país se quiere desarrollar debe tener una política de Estado en la que se invierta un porcentaje pequeño, pero nunca menor a 2% ni mayor a 4%, en innovación y desarrollo”, explicó el científico.

Uruguay invierte muy por debajo del 1% en innovación y desarrollo (0,46%), lo que lo ubica bien abajo en la tabla que compite por este mercado del conocimiento que pronto se transforma en dinero y en trabajo para los habitantes de un país. Estados Unidos dispone de un 2,78% el promedio de la Unión Europea es 1.96% y hay países como Dinamarca, Suecia, Alemania, Japón que superan el 3%, hasta llegar a Corea del Sur que invierte más del 4%.

Pero no solo los porcentajes hacen al avance de la ciencia y tecnología; también la fuente del dinero que se invierte. El 70% de la inversión en estas áreas que se hace en los países en que mejor están evolucionando, proviene de privados, mientras que en los más rezagados -como Uruguay- el 90% de lo poco que se destina a ciencia y tecnología proviene del Estado. En esos países, de cada 100 investigadores entre 70 y 80% trabajan en el ámbito privado; en Uruguay solo 1 de cada 100 lo hace. 

Con estas condiciones la fuga de cerebros es una realidad imparable y que ya no se relaciona solamente con los ciclos económicos. En Uruguay la ANII financia becas para que científicos puedan estudiar máster y doctorados, pero el monto del que dispone queda muy por debajo de la demanda. “Realizar una carrera científica en Uruguay es muy difícil, y no porque tengamos examen de ingreso imposible de salvar o nos pidan 7 idiomas”, dijo Cárdenas en su exposición. “Es muy difícil porque la estructura institucional de apoyo a la formación de jóvenes científicos está desarticulada y mal financiada. En el último llamado a  becas de posgrado de la ANII quedaron 182 jóvenes científicos con proyectos calificados como excelentes sin recibir financiación. A esos jóvenes les transmitimos el mensaje de que no pueden hacer su posgrado”. El apoyo financiero que reciben estos profesionales es de 28.000 pesos por mes, sin BPS.

La comparación más radical que se hace en estos días es con Israel, un país que pasó de ser productor y exportador de cítricos a productor y exportador de conocimiento; exporta 23.000 millones de dólares en conocimiento. 

“Es necesario tener un plan país de largo aliento, independiente del gobierno de turno; un plan que considere los retos, las demandas y los desafíos, tanto locales como mundiales y que articule en cómo construir capacidades para enfrentar estos retos. Así como existió el GACH, sería bueno que existieran grupos científicos permanentes en áreas centrales para el  futuro  del país, como biodiversidad,  manejo de recursos naturales,  biomedicina, investigación  clínica,  salud  animal  y  biotecnología,  por  decir  algunos”, dijo Cárdenas. Tiene razón. Pero para construir una política de Estado se necesitan acuerdos firmes, y firmas comprometidas, algo que en estos días pero antes también, es casi imposible de lograr en este país. 

El llamado Proyecto Ciencias de la Vida del Instituto Pasteur ya tiene unos 10 millones de dólares comprometidos y pretende convertirse en el salto que necesita la ciencia uruguaya para pasar de la suerte y el talento, al negocio y los resultados exportables. Está algo trancado porque faltan firmas en algunos ministerios, dijo Batthyany, con delicadeza. Se trata de un Venture Builder (un upgrade de las incubadoras), que transforma proyectos de investigación de alto potencial en empresas, a cambio de una participación en el negocio posterior, “ofreciendo know how, soporte de gestión e infraestructura para ayudar a que la empresa se concrete, crezca y alcance más rápidamente un lugar en el mercado global”. El Pasteur ya tiene el modelo, el plan y el aporte financiero y la experiencia de negocios de un fondo de capitales de riesgo. No es una novedad en el mundo, porque la ciencia siempre estuvo ligada al negocio, a la rentabilidad y al negocio. 

El Pasteur propone hacer una prueba con una expectativa de que en 10 años haya entre 20 y 30 startups con casos de éxito.

Cárdenas y muchos otros científicos están convencidos de que la ciencia del siglo XXI es la  biología, y que sus aplicaciones son “la clave de las economías del conocimiento del futuro. La batalla de la innovación hoy en día se está dando en el campo de las aplicaciones de las ciencias biológicas en salud humana, animal y bioingeniería”. 

Nos falta conocimiento para imaginar lo que es ya realidad en el mundo y embrionario en Uruguay; la farmacogenética está logrando que los tratamientos sean a medida ya no de una enfermedad sino de una sola persona, al estudiar la manera en que el ADN de cada uno procesa la medicación. 

Cárdenas integra un grupo de científicos que, con financiación de la ANII, está investigando en el Vilardebó cómo una droga que se usa para tratar la esquizofrenia y el Parkinson, entre otras enfermedades, puede ser dosificada persona a persona para evitar efectos secundarios que pueden ser graves. Hoy en día son -somos- medicados a ojo clínico, producto del ensayo y error. A través de la secuenciación de ciertos genes se obtendrán datos para el manejo racional de los tratamientos, incluyendo la predicción de la respuesta al tratamiento.

Cuando se anunció que comenzaría a funcionar una Comisión del Futuro, muchos -me incluyo- nos alegramos por la iniciativa pero desconfiamos de los resultados. Estamos mal acostumbrados a que se discuta mucho y se decida poco, y perdemos de vista con frecuencia que de la discusión sistemática con argumentos nacen las ideas que pueden convertirse en realidades productivas. 

La pandemia está pasando pero habrá una próxima. Y en medio, se generarán muchas oportunidades que Uruguay podría aprovechar con su capacidad científica ahora subutilizada. Es hora de imaginar el futuro, y hacerlo.

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