¿Qué necesitamos vivir en cada etapa de la vida?

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¿Qué necesitamos vivir en cada etapa de la vida?

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15 de abril de 2022 a las 05:01

Por Federica Cash

No cambiaría mis 40 años por el entusiasmo ni la verborragia de la juventud, por la panza chata, el cuerpo firme, los veranos eternos ni por las horas largas de pocas responsabilidades. No cambiaría mis años por la adrenalina de empezar a vivir la independencia, a elegir, a aventurar, a buscar, a ensayar a ser adulta a los tropezones. No cambiaría esta etapa por el desparpajo que supe llevar con orgullo durante tanto tiempo. No cambiaría nada por este tiempo de enraizamiento, lucidez y presencia.

Algunas filosofías del Oriente conexas al Yoga dividen la vida humana en ciclos de 21 años. Haciendo un paralelismo con mi andar por este mundo, puedo identificar estas etapas con bastante precisión. ¿Y cómo sería, según esta visión, atravesar los ciclos de manera saludable? ¿Qué deberíamos esperar de cada tiempo? Veamos…

Desde que nacemos hasta los 21 años estamos en constante aprendizaje, somos como esponjas, absorbiendo todo lo que se encuentra a nuestro alrededor. Durante estos años nos vamos construyendo, desarrollando, a nivel físico y psíquico, vamos armando el esqueleto del Yo que nos acompañará toda la vida. Las condiciones en las que crezcamos en estos primeros años influirán durante el resto de la vida.

En los siguientes 21 años, es decir hasta aproximadamente los 42, atravesamos el tiempo del hacer, de llevar a las manos lo que fuimos aprendiendo, de crear, de construir hacia afuera. Es la etapa donde todos queremos estar, los chicos quieren ser grandes y los veteranos quieren ser jóvenes. Durante estos años se nos juega un montón quiénes somos a través de lo que vamos logrando; trabajo, familia, pareja, casa, hijos, etc. Se dice que es la etapa del ego robusto, del tener, de ir conquistando y ejecutando. Los mandatos sociales durante estos años son fuertes y exigentes, por lo que si estos logros no se consiguen, nuestra autoestima puede verse afectada.

De los 42 a los 63 el cuerpo empieza a ir en declive; puede que sigamos enroscados en el tener qué, en hacer muchas cosas, sobre todo si no se pudo llevar a cabo en etapas anteriores o si seguimos pensando que uno vale por lo que hace, por lo que tiene, por lo que sabe, más que por lo que es. Pero si la trayectoria de vida estuvo atravesada por lo propio de cada etapa, en este período puede que se abra la oportunidad de trascender el ego y empezar a hacer, desinteresadamente. Con una experiencia mayor, puede que nos surja un pensamiento más global, con menos juicios, que refleje una comprensión mayor y nos permita soltar viejas creencias, creciendo en consciencia.

A partir de los 63 se abre ante nosotros la etapa de donar, de entregar, de compartir sin esperar nada a cambio. La llaman el período del cuerpo olvidado, donde cobra sentido la solidaridad desperdigada, la sabiduría ancha, la vida generosa. Nos vamos preparando para la elevación. A medida que la vida va pasando, hay como un alivio, un dejar de sufrir. No hay más que observar a los viejitos volviéndose un poco niños, riéndose despreocupadamente, viendo las horas pasar con serenidad, sorprendiéndose de las cosas más mundanas, disfrutando sin culpa del solcito en los bancos de las plazas.

Lo que sucede en este lado del mundo es que la experiencia no tiene el mismo valor que en otros lugares. Muy por el contrario, los mayores son olvidados, poco considerados, y la juventud es la única etapa valorada. Hay que mantenerse joven y lindo, hay que producir, hay que demostrar, hay que hacer más que ser. El éxito se mide por lo que uno genera, por el crecimiento económico, social, académico, laboral, y no tanto por cómo uno se siente, por cómo uno crece y se desarrolla en el plano más personal, espiritual.

¿Y a qué voy con todo esto? Que llegados mis 40 años, a pocos años de saltar a la siguiente etapa, una ya ha vivido bastante y se ha construido en base a aciertos y a tropiezos. El camino no siempre ha sido recto, por momentos fue sinuoso, por otros, resbaladizo, y en algunas ocasiones derrapé por la banquina. Pero de alguna manera, la ansiedad por vivir, por hacer, por experimentar, ha disminuido, y ha quedado más espacio para disfrutar del momento, de la sencillez de lo cotidiano, de la magia de lo simple y real. Mis hijos han sido grandes promotores de estas sensaciones.

Estas palabras, que provienen desde un rinconcito de mi intimidad, seguro no serán muy diferentes a las del sentir de muchos de ustedes. Porque si hay algo que he visto, es que las experiencias humanas, todas distintas, en el fondo se parecen un montón.

Les deseo a todos un transitar con los condimentos propios de cada etapa, y mucho crecimiento en cada paso. Abriéndonos a todo lo que tengamos que vivir, seguramente lleguemos a los últimos años repletos de vivencias y enseñanzas para donar. Porque en definitiva, lo único que vamos a dejar cuando no estemos, es lo que hayamos sembrado en el corazón de los que quedan.

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