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Recorrido arquitectónico por León, España

Poco frecuentada por los viajeros uruguayos y sudamericanos en general, León es una metrópoli conocida por su ritual de tapas y por su ecléctica arquitectura.
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11 de noviembre de 2018 a las 05:00

[Por Guillermo Pellegrino]

El sol, ausente durante todo el trayecto desde Madrid, se asomó justo cuando el ómnibus cruzaba uno de los puentes sobre el río Bernesga. A través de las ventanillas, León sacudió su melena de rayos dorados de atardecer. Fue su despreocupado gesto de bienvenida. Sabíamos de antemano que su atractivo arquitectónico era tan profuso como ecléctico, plasmado por obra y gracia del cruce de civilizaciones. Que cuenta con edificios icónicos, como su imponente catedral y la basílica de San Isidoro; como la Casa Botines y el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (Musac); cuatro postales que componen un “catálogo al aire libre”, representativo del arte gótico, románico, modernista y contemporáneo.

También nos habían advertido de su ambiente, de la gastronomía y de la bohemia que puebla sus calles y parques. Por eso, apenas dejamos nuestro equipaje en el hotel, rumbeamos hacia el pequeño Casco Viejo leonés —de aproximadamente un kilómetro y medio de largo por 600 metros de ancho—, el bello e imperfecto corazón de la ciudad: de calles estrechas, manzanas irregulares y edificaciones muy heterogéneas. Estos contrastes, así como la presencia del vidrio y de la madera en balcones, miradores y aleros, le dan a su clásica impronta de la península ibérica un aire de barrio antiguo latinoamericano. 

Dos barrios en uno

Pero con nuestro continente lo hermana además una cierta “atmósfera social”, ese pulso cambiante y dinámico que imprime la diversidad de oleadas migratorias habitante en un mismo espacio físico: este casco histórico vibra a su ritmo y depara más de una sorpresa en sus muchas plazas y rincones o a la vuelta de cualquiera de sus esquinas.  Así, caminando por una calle angosta que desemboca en la plaza del Grano —anfitriona de ferias y mercados, con su empedrado del siglo XVI y su ambiente medieval— nos topamos con una mujer rodeada de pinceles y cubetas de pintura. El encuentro casual deriva en una amena charla. Se llama Moñi de Castro. Es artista plástica, de Málaga, pero asegura que no “vive” en León, sino que “goza” la ciudad desde hace 17 años. Apenas me dice su apellido, le pregunto si tiene algo que ver con Rosalía, la gran poeta gallega. Me dice que no; pero me cuenta que es nieta de una prima del genial Pablo Picasso. El arte, claro está, lo lleva en la sangre. Y por estos días lo plasma en murales junto a José Manuel Redondo, popularmente conocido como Lolo, un dibujante local con quien ha recorrido casi todos los pueblos de la provincia de León —unos 1.300 en total—, invitando a sus habitantes a participar de la tarea.  

Al despedirnos —previo intercambio de datos para un pronto reencuentro—, nos dirigimos hacia la Calle Ancha, que divide el casco histórico en dos: el Barrio Romántico, al norte, y el Barrio Húmedo, al sur. El origen de esta última denominación activa tantas leyendas como teorías más o menos confiables, aunque es probable que se deba a la antigua costumbre de trasegar el vino directamente de las cubas a las bodegas de las múltiples tabernas locales, sin embotellarlo: los frecuentes derrames mantenían húmedas las callejuelas sombreadas de León por varios días, y de allí habría surgido el nombre de la zona.

Este sector seduce mucho a los turistas, en especial por las tapas, abundantes y deliciosas, que se sirven sin costo junto a las copas, y que los taberneros leoneses convierten en un arte tal vez como en ningún otro sitio de España. La enorme cantidad de locales de este estilo, que mantienen vivo el ritual, explica los versos de una copla tradicional, recitada por la mayoría de los leoneses que peinan canas: “Hay en León tabernas tantas / que su número me espanta”.  Con menos bares y culto al tapeo, el Barrio Romántico posee asimismo un ambiente estupendo que se destaca especialmente por su arquitectura diversa y atractiva. En especial, por tres construcciones tan deslumbrantes como representativas de la ciudad, porque encarnan fielmente algunos de los varios estilos arquitectónicos que se conjugan para embellecerla. A menudo en una misma calle, y en ocasiones en un único edificio, pueden agolparse vestigios románicos, góticos y modernistas, entre otros, para definir el multifacético carácter de su seducción.

Luces de colores

El emblema leonés es su catedral, que data del siglo XIII y es una imponente muestra del estilo gótico español. Posee una de las mayores colecciones de vitrales del mundo con unas 130 vidrieras (no hay un acuerdo en el número exacto) de distintos tamaños, que generan un efecto impactante: el juego de luces multicolores que los cristales proyectan en el interior del templo lo transforman en una estructura viva que cambia de aspecto en función de las horas del día y las estaciones del año. El monumental caleidoscopio subyuga de tal modo a los visitantes que, en general, eclipsa a la impactante construcción que lo contiene. Pero claro, la evaluación es diferente si los vitrales quedan en un segundo plano. “Pude en una oportunidad apreciar su interior con las luces encendidas y los vitrales totalmente cegados, sin iluminación exterior… ¡Es un verdadero espectáculo de delicadeza en piedra!”, recuerda Moñi de Castro, como si aquel momento fuese ahora mismo.

La Pulchra Leonina (o Bella Leonesa, como también se la conoce) fue construida con piedra caliza proveniente de la pequeña localidad de Boñar, a unos 50 kilómetros de León. Esta piedra, muy porosa, contribuyó a que en ocasiones el templo muestre un rostro arrugado, algo deslucido a causa de pequeñas filtraciones y grietas producidas por los años y las lluvias. A causa de esta imagen —o tal vez gracias a ella— en 2017 los lectores de la edición española del diario estadounidense The Huffington Post la eligieron como la catedral más bonita de España. Y en cualquier encuesta, si no logra el primer lugar en belleza, suele estar en el podio.

Inspiración divina

En el extremo opuesto del Barrio Romántico está la basílica de San Isidoro. Según distintos estudiosos, este es el conjunto románico más importante de España (un estilo medieval que buscó combinar de manera razonada y armónica a sus antecesores latinos, orientales y septentrionales), aunque se le hicieron añadidos góticos, barrocos y renacentistas. La basílica cobija el panteón que guarda los restos de Sancha y Fernando I de León, además de a varios otros monarcas leoneses anteriores a ellos. Está decorada por frescos que ilustran la vida cotidiana de por lo menos nueve siglos atrás, distintos momentos de la vida de Jesús y un calendario agrícola del siglo XI, entre otros. “Esta obra es una maravilla, es única en tiempo y forma”, acota Moñi. “Un dato curioso, y que poca gente conoce, es que Picasso estuvo alguna vez en León y gran parte de su pintura surrealista está basada en los bocetos y apuntes que tomó de estos frescos”, cuenta la artista quien, lógicamente, conoce de primera mano los andares del autor del famoso Guernica. “Los frescos están casi intactos en colores y perfiles, se percibe perfectamente lo que se quiso transmitir a la sociedad de su época, que no sabía leer”, agrega la pintora malagueña.

Casa Botines

Pero la recorrida no estaría completa sin visitar la Casa Botines, otra edificación referencial del Barrio Romántico. Ubicada en la plaza San Marcelo, esta construcción de finales del siglo XIX es obra del célebre arquitecto Antoni Gaudí. A los 39 años, cuando era poco conocido en España, el artista se enfrentó por primera vez al reto de crear un edificio con diversos apartamentos que aunara técnica, estética, belleza y comodidad. Lo curioso del caso es que Gaudí solo realizó tres obras fuera de su natal Cataluña y dos de ellas se encuentran en la provincia de León: la otra es el Palacio Episcopal de la cercana ciudad de Astorga, centro principal de la comarca de la maragatería, a cuyos nativos y luego migrantes se les atribuye la fundación de nuestro San José de Mayo.

En Casa Botines confluyen estilos arquitectónicos dispares. Por ejemplo, tiene influencia gótica en algunos ventanales; modernista, en escaleras y en parte de su carpintería interior; y hasta esboza cierta similitud con la arquitectura francesa del Renacimiento, como por ejemplo con el Chateau d’Azay-le-Rideau, del valle del río Loira. “De todas formas, la sobriedad de Botines, conseguida con el granito del Bierzo que usó en la fachada, y sus formas rectas, geométricas y contundentes, no la tiene ningún otro edificio de Gaudí, a excepción quizá del Palacio Episcopal de Astorga; y eso precisamente lo hace único”, asegura Carlos Varela Fernández, guía y además funcionario del Departamento de Educación y Acción Cultural del Musac.

Otro rasgo distintivo de la Casa Botines es la gran cantidad de ventanas que posee: son 365, todas diferentes, como si buscase ofrecer un “ojo” único para cada día del año, desde el cual observar siempre la ciudad con el marco de lo novedoso. En la actualidad, el edificio depende de la Fundación Fundos, y cuatro de las siete plantas están abiertas al público. El museo se dedica al propio edificio, a Gaudí y a la pintura de la época. En la planta baja se ha instalado una exposición que, a través de paneles, muebles originales, recursos interactivos y un video permite al visitante comprender cómo era originalmente la construcción y cómo ha ido cambiando a lo largo de sus 125 años de historia; lapso en el que asimismo fue tienda de telas, sede de la Caja de Ahorros de León y de la Caja España.  

En la segunda planta del edificio se reconstruyó una de las viviendas que había en el momento de su inauguración y se colocaron cinco pantallas interactivas que reaccionan al movimiento y activan videos relacionados con personajes importantes en la vida de Gaudí. Por ejemplo, una de las pantallas permite al visitante volar sobre una isla imaginaria y descubrir en 3D las construcciones más importantes del arquitecto; mientras que otra brinda la posibilidad de explorar la relación entre la naturaleza, la geometría y la luz en su obra.

Modernidad y guiño a la historia

León también se enorgullece de contar con un clásico de la arquitectura moderna de proyección mundial, como es su Museo de Arte Contemporáneo, popularmente conocido como Musac. La obra fue realizada por el estudio madrileño Mansilla + Tuñón Arquitectos, que buscó dialogar con dos hitos de la historia de la ciudad: la catedral gótica y el pasado romano. Por eso, su fachada de cristales multicolor se corresponde con los 37 tonos que constituyen la vidriera más antigua de la catedral de León, conocida como El Halconero o La Cetrería.

El otro guiño al pasado leonés, según nos cuenta el director del Musac, Manuel Olveira, “es la planta baja del edificio basada en una compleja geometría, determinada por la sucesión y repetición de formas poligonales, que recuerdan el modo en que los romanos construyeron las calzadas que unían las ciudades y provincias del antiguo imperio”. En su interior, con más de 8.000 metros cuadrados de superficie, los sucesivos espacios se enlazan para componer un único ámbito de libertad, donde permanece siempre abierto el diálogo entre el arte y el espectador.

A dos años de su inauguración, en 2007, la Unión Europea reconoció el diseño del Musac con el prestigioso premio Mies Van der Rohe de arquitectura contemporánea. Pero su reconocimiento no es un caso único o aislado de la ciudad. En 2011, la Fundación Docomomo (Documentación y Conservación de la Arquitectura y el Urbanismo del Movimiento Moderno) creó una lista de las 6.000 edificaciones más singulares del siglo XX; 37 de ellas se levantan en la capital leonesa.

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