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Recuperar lo que se va perdiendo

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19 de octubre de 2020 a las 05:03

En la Rusia soviética de los años 30 del pasado siglo se produjo el suicidio de algunas personas del mundo de las letras que, como referentes de la intelligentsia soviética, provocaron especial impacto en la sociedad comunista. Uno de ellos dejó escrito: “Que es difícil morir, todos lo sabemos, pero también es difícil vivir”. Esta idea resuena en mi mente ante los datos del descenso de la natalidad en Uruguay. Vivir se ha hecho más difícil en nuestra sociedad. Las explicaciones de los demógrafos sobre este fenómeno no nos aportan demasiadas pistas y no sugieren ninguna solución.

Por ejemplo, entre mujeres más educadas, se aplaza la edad de tener el primer hijo. Sugieren que los hijos vendrán igual, pero diez años más tarde, seguramente menos de dos. Sin embargo, esas mismas mujeres declaran luego que les hubiera gustado ser madres más jóvenes. No quedaron satisfechas con su decisión. Entre la población adolescente y pobre, los demógrafos afirman que sucede lo contrario, es decir, que tienen más hijos de lo que quisieran, porque eso no les ha permitido estudiar y han vivido rebuscándose para poder alimentar a sus hijos. Tampoco están satisfechas. Personas de dos capas diferentes de la sociedad que viven un fracaso, vinculado al índice de fertilidad.

He aquí que tenemos ya una causa de la baja natalidad, porque nadie opta por el fracaso en su vida. Parecería que el caso de las mujeres universitarias se podría solucionar si la maternidad no provocara retraso en el ejercicio profesional. El movimiento feminista -fue una consigna de la marcha del 8 de marzo- reclama condiciones laborales que permitan a hombres y mujeres acceder por igual a salarios y cargos en las organizaciones. Creo que es el camino para este sector de la sociedad. Por eso, formar familia no es un reto para la mujer sino para la sociedad. Y esto empodera la vida de la mujer.

En el caso de las adolescentes pobres, que es el sector donde más crece la población en Uruguay, la medida que se ha tomado tiene un efecto inverso a lo que se busca. Es una campaña de esterilización por parte del Ministerio de Salud Pública, con el uso del anticonceptivo subdérmico de larga duración, que se coloca a las adolescentes en las policlínicas barriales.

Una campaña muy exitosa, porque se han logrado bajar 18% los embarazos en tres años, dato que preocupa a los demógrafos uruguayos. Pero he aquí una nueva causa de la baja natalidad. La mujer queda ampliamente en desventaja, porque el hombre, más irracional que la mujer, se mueve con la libertad de algo que no entraña riesgos. Un abuso que el feminismo no ha sabido denunciar. La solución para bajar el embarazo adolescente, es una vez más, el empoderamiento de la mujer que pueda manejar su sexualidad, sin la imposición de un método que la considera incapaz de hacerlo.

En esta enumeración incompleta de causas, hay un tercer dato a tener en cuenta. El número de matrimonios en Uruguay ha bajado a la mitad en los últimos 35 años de vida democrática, mientras las uniones libres se han multiplicado por cinco en el mismo período de tiempo. No es que las personas sean más libres para no casarse, porque la vida en pareja sigue siendo la opción mayoritaria. En realidad, ha crecido el miedo a un compromiso definitivo. Por una razón: el fracaso matrimonial está muy presente en la vida de todas las personas. La legislación a favor del divorcio, ya hace más de un siglo, ha creado el clima de que no hay otra forma de solucionar los problemas de pareja sino por la ruptura. Desde el momento que está en la legislación, así lo consideran los jueces, los abogados y, sobre todo, las parejas. Y eso causa una tremenda falta de esperanza. Están a la vista las consecuencias de las rupturas. Los hijos de matrimonios fracasados comienzan la vida en pareja con una luz roja encendida. Lo que han vivido, probablemente se vuelva a repetir y no quieren causar a sus hijos el dolor que ellos experimentaron.

Las tres razones que hemos mostrado responden a un fenómeno común: el miedo al fracaso. Y ese sentimiento se manifiesta en menor fertilidad. No parece disparatado. Pero el miedo no se arregla dando dinero a las parejas para que tengan hijos. La respuesta viene más bien por la responsabilidad personal. Emplear el mismo recurso que resultó exitoso para controlar la pandemia.

En este caso, se trataría de conseguir que “las personas tengan la cantidad de hijos que desean, en el momento en que quieran tenerlos y con las condiciones adecuadas para su crianza”, como explicaba el representante del Fondo de Población.

Crear las condiciones sociales y económicas para que eso se pueda lograr. En último término, un Uruguay más seguro, más optimista, más esperanzado.

Quizás los demógrafos piensen que ese cambio no es posible en el país. En ese caso, ellos tendrían que ser los primeros en cambiar su cabeza. Y es que, si no se implementa ese cambio, el Uruguay cambiará igual, pero en su identidad. Porque el territorio que ocupamos no quedará deshabitado. La inmigración se dará naturalmente, y con ella, un cambio de mentalidad que nosotros no hemos sabido provocar. No será el Uruguay que se ha forjado en los casi 300 años que llevamos encima de esta tierra oriental. No será el apocalipsis.

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