La serie El Comandante se puede ver en Star+
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Personajes > SERIE BIOGRÁFICA

Ricardo Fort: ¿por qué "El comandante" nos sigue obsesionando después de su muerte?

La serie El Comandante y el éxito de su figura como personalidad viral de internet muestran el fenómeno que fue el millonario argentino
Tiempo de lectura: -'
29 de enero de 2023 a las 05:05

Ricardo Fort logró ser inmortal. Murió hace casi diez años (en noviembre de 2023 se cumplirá la década de su fallecimiento repentino y joven) pero alcanzó lo más parecido a la trascendencia popular que uno puede tener en el siglo xxi: se hizo meme. El millonario mediático argentino perdura en stickers de whatsapp, en gifs, en estampitas, en el video de cuando su madre corta toda la luz con un cutu-cuchillo, en el grito de Maiameeeeee, en su foto con un tapado parado delante de un avión.

Popular en vida y en la muerte también, Fort apareció casi de la nada y se quemó rápido como una de esas estrellas gigantes que pueblan la galaxia y colapsan sobre su propio peso. Como le pasó a él, con un cuerpo que no resistió cambios, lesiones, deformaciones y dolor.

Ícono de la televisión y el show business argentino cuando la pantalla chica era la que dictaba qué era lo popular, se hizo ícono de internet cuando este pasó a comandar la conversación y la cultura. La tele “murió”, él la trascendió.

Y ahora son los formatos de este nuevo esquema mediático los que retratan su vida en una mezcla de homenaje póstumo y análisis de su vida y de su fenómeno. El año pasado Spotify lanzó Basta Chicos, un podcast biográfico conducido por el youtuber argentino Damián Kuc, y esta semana la plataforma de streaming Star+ estrenó la serie El comandante, compuesta por cuatro capítulos.

La serie tiene tres puntos altos: el primero es el descubrimiento durante la investigación periodística de un diario íntimo de Fort, cuya existencia era ignorada, que aporta una suerte de comentario post mortem de parte del protagonista de todo el asunto de algunos de los momentos de su vida que se cuentan en el relato. Las lecturas, a cargo de imitadores, actores, sus hijos Marta y Felipe o una de sus últimas parejas, Gustavo Martínez, son de los momentos más poderosos de la narración.

Por otro lado, está el uso de segmentos de ficción, unos desvíos delirantes y espectaculares –que el podcast también aplicaba en algunos momentos– cargados de realismo mágico, efectos digitales y esa mezcla peculiar de lujo y vulgaridad tan Miami. Tan Fort.

El tercer mérito es narrativo, y es el de lograr subrayar cual fue el objetivo vital del mediático. El trazo que cruzó toda su vida, y por el que llegó a dar todo. Era un tipo que solamente quería amor. Que lo quisieran. Y estaba dispuesto a gastar lo que hiciera falta para tener ese cariño.

La vida de Ricardo Fort

Niño solitario, muy cercano a su madre y con un padre muy distante, conservador y homofóbico, que cantaba a escondidas canciones de Paloma San Basilio y de Raffaella Carrà, que como le contó al periodista argentino Alejandro Seselovsky para su libro Trash, iba a la fábrica que fundó su abuelo Felipe y que era la piedra fundamental de la cuantiosa fortuna de su familia, y se tiraba a un piletón gigante lleno de muñequitos Jack, los que iban dentro de los chocolates Felfort. “Me tiraba y nadaba entre los muñequitos. Hoy te agarra bromatología y te cierra la fábrica, pero en esa época se podía hacer”, recordaba en ese momento.

Fort en su juventud

Después la adolescencia, donde la idea de dedicarse al arte se empezó a convertir en sueño que sería negado una y otra vez por el padre. Una educación atravesada por expulsiones de colegios caros, que terminó en la secundaria pública, donde Fort ya hacía dos maniobras que serían después marcas registradas: ostentaba que tenía mucha más plata que sus compañeros de clase, pero también trataba de comprar su cariño, su atención y su amistad regalando bolsas y bolsas de chocolates.

En parte escapando de su rol como hijo díscolo, en parte en busca de su sueño y de esa fama y amor que buscaba, Fort se fue de Argentina. Pasó una década entre Estados Unidos –Miami, que todavía no era “maiameeeee”, y Los Ángeles—  y México, grabando demos, siendo modelo, bartender, stripper. Una carrera musical frustrada de la que quedan por ahí algunos vestigios, que la serie de Star+ rescata en uno de sus aciertos, ya que es una de las etapas menos conocidas de la historia del millonario, eclipsada por todo lo que vino luego.

A eso lo siguió la vuelta a casa no como hijo pródigo, sino derrotado. La muerte de su padre, sobre la que dijo en Trash que cuando sucedió le trajo “paz”, que se ofreció a ir a la morgue a reconocer el cadáver y que se encargó de organizar su velorio porque quería –necesitaba—  cerciorarse que se había muerto. Que su sueño se había cumplido.

Su otro sueño se empezó a cumplir a fines de los 2000, cuando despertó el interés de los programas de chimentos y luego el del público, por su estilo extravagante, su aspecto ídem, por su ostentación, por mostrar su vida en todo momento, con una mezcla alquímica y precisa de puesta en escena y naturalidad.

"Este es mi momento"

Y ahí explotó todo. Esa época que se resume en un puñado de conceptos que disparan la mente a ese momento y nos dan un poco de nostalgia y un poco de vergüencita. Que funcionan como esos momentos en las películas en los que los tipos escuchan un ruido fuerte y se quedan mirando al vacío pensando en las selvas de Vietnam.

Uno, dos, tres, cuatro. Esperanto. Chocoloca. I know you want me, you know I want ya. Botinera. Bailando. Patinando. Mi voto es secreto. Jorge Rial bajando una escalera mientras suena Barry White. Rating. Yo no manejo el rating, manejo un Rolls Royce. Reality. Show. Reality show. Rumba, sí, ella quiere su rumba.

Fort abrió las puertas de su casa y de su vida. Mostró a sus hijos, a su madre, a sus patovicas, a “los gatos”, un grupo de modelos jóvenes y bellos que lo rodeaban en todo momento, a sus parejas, a sus parejas ficticias para ocultar su sexualidad, sus autos, sus compras. Antes de los youtubers, él ya mostraba todo en la plataforma de videos. Antes que las Kardashian se hicieran fenómeno, él ya tenía su reality y cámaras que lo seguían todo el tiempo. Era pionero y hábil usuario de un internet que se estaba convirtiendo de a poco en el monstruo que es hoy.

Llegó un programa propio, la participación en la constelación de Marcelo Tinelli, las revisas musicales. Buena parte de una exposición autosustentada por su propio protagonista, porque le gustaba, porque quería la fama, pero también porque quería que la gente lo saludara, lo parara en la calle, le diera la mano, lo aplaudiera.

Estampitas de Fort, uno de los objetos que ilustran su permanencia en la cultura pop

Ricardo Fort generó una fascinación peculiar porque era lo que nunca vamos a ser. Ni físicamente, ni estéticamente, ni en estilo de vida. Incluso aunque uno tenga la fortuna de ser multimillonario, probablemente no apele a la ostentación como lo hacía el chocolatero. Es más, el “buen rico” tiende a disimular más que a revolearle los diamantes en la cara al otro.

Pero a pesar e incluso por eso, a Fort se lo aplaudía. También por su libertad, por el hacer lo que quisiera y salir a cantar, bailar o montar un show para contar su vida. Por llevar su cuerpo al límite en busca de un ideal que él tenía en su cabeza. Porque era, dicen los que lo conocieron, un tipo generoso y simpático. Aunque también, lógicamente, su exhibición fue criticada por reflejar inequidades y aquello de que con plata se puede hacer casi cualquier cosa.

Y después se murió. Se convirtió en la corporización del espíritu de una época, y también en una caricatura de sí mismo. Pasó a ser El comandante. Como pronosticó en Showmatch en 2010, en la lectura de una especie de poema-manifiesto, emulando una cadena nacional: “no dejan de hablar de mí hasta en mi ausencia”.

Fort, que no se imaginaba viejo, se convirtió en cinco años en una marca exitosa por ser un personaje único. Una vez, el periodista peruano Jaime Bayly le preguntó si se consideraba una proyección del deseo colectivo argentino. Si pensaba que todos querían ser él. Y Fort, el meme, el comandante, el tipo que solo quería que lo quisieran, le dijo: “como no necesito de nadie, ni de la prensa, yo me mantengo solo, no tengo que chuparle las medias a nadie y digo lo que pienso, eso a la gente le gusta”.

Fort fue una celebridad popular. Después podremos discutir si dejó algún tipo de legado, si fue útil de alguna forma o perdurará por fuera de la generación que vio emerger su figura. Pero el ser genuino, ese valor siempre tan apreciado, le hizo quedar en la memoria. En una época donde todo pasa rápido y los estímulos son cada vez más, no es poca cosa.

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...