Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Zikitipiú > Educación

Romperle la jeta a la maestra

Una cosa es la irresponsabilidad de los gremios, otra su propio calvario en los salones atestados de la periferia
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02 de diciembre de 2013 a las 00:00

Los que suelen leer este blog saben que la tengo con la responsabilidad de los gremios docentes en el desastre que es la educación; y también con los docentes que sin ser agremiados se suben a los paros por conveniencia; y a los que faltan al sector público pero van al privado; y al nivel que, según algunos estudios, tienen quienes se dedican a la docencia; y también con el país que les paga hasta cinco veces a algunas larvas de la burocracia que lo que le paga a los docentes.

Pero, y sin que esto implique un cambio en la valoración hasta moral de ciertas actitudes docentes, cada tanto es bueno hurgar en la casuística pura de lo que enfrentan los profesores y maestros, los buenos y los malos, los agremiados y los que no, los que admiten el desastre y los corcho, que flotarán aún en la inundación.

Esa casuística se escucha en los corrillos de las Asambleas Técnico Docente o en los salones de directores y reuniones de maestras en los centros de todo el país. Cuando salen un rato de los salones atestados y a veces rotos o mal iluminados, cuentan cuentos de su peripecia en ciertas escuelas y liceos.

En estos días una maestra que asistía a una escuela de contexto crítico renunció. Se le podría haber quebrado el ánimo y el alma al constatar algunas cosas que pasan ahí. Pero no; lo que se le quebró fue un dedo. O mejor dicho, se lo quebró un alumno. Dos estudiantes (dicho sin eufemismos) se trenzaron en el salón. Aquello de cortar para salida se ve que ya no funciona más. Los tiempos apremian y se la dan en el salón. La maestra fue a separarlos pero mientras uno le pegaba una trompada -no está claro si intencional o estaba dirigida a su contendiente-, el otro no dio lugar a dudas sobre sus intenciones: le agarró el dedo a la docente y se lo llevó hacia atras, y lo quebró. Y la quebró.

Algunas de las cosas a las que tienen que asistir maestras como esta que ahora ya se irá de esas zonas perdidas, es el reclamo de muchos niños cuando se enteran por TV que habrá paro de docentes. "No falte maestra por favor", cuenta que le dicen algunos alumnos. ¿Tanto amor por el estudio? En el fondo sí. Las maestras concluyen que esos niños prefieren estar en la escuela antes que todo el día en una casa donde, o están solos, o deben compartir un espacio con ocho hermanos más chicos, o, como abundan los casos, son sometidos a golpes todo el día. La escuela, aunque nos pueda parecer mentira en medio de este incendio, es un oasis para un número indeterminado de niños. Y en nombre de no sé qué reivindicación, se lo privan y permitimos que se lo priven.

Algo que llama la atención de los docentes de escuelas de contexto crítico es la mutación que sufren algunos alumnos, los "distintos", los que van limpios, prolijos, los más "pacíficos". Con el paso del tiempo el resto los va moldeando. "Están en el recreo y le dicen a uno "a vos qué te pasa", y el otro trata de calmar pero este va y le pega. No hay razón, es una forma de descargar violencia. Las peleas entre mujeres son las peores". Los raros son relegados y motivo de burlas. Resultado: al fin de año muchos docentes comprueban que "el prolijo" se fue mimetizando y se parece un poco más al resto, a la mayoría.

Antes de preguntarse por los padres, le cuento que la actitud de ciertas madres y padres forman todo un capítulo en los comentarios de las reuniones de docentes. Una maestra contó que como una madre no estuvo de acuerdo con la actitud que ella había tenido con su hijo, se le acercó a la salida de la escuela y le dijo por lo bajo: "No te voy a agarrar acá para no armar un escándalo, pero te espero a unas cuadras y vas a ver".

Imaginen el bullying en estos niveles. Hay un chiquito de un liceo al que todos le dicen todo el tiempo que su padre es un traficante y él les dice que no. Tu padre pasa pasta, le gritan. Parece que algunos días (en que imagino yo debe sentir una venganza íntima) su padre, un hombre de mal aspecto y casi sin dientes, llega a buscarlo al liceo en un auto muy moderno y de alta gama -ajeno al entorno de un barrio rodeado de pobreza- y, con la música a todo lo que da, le abre la puerta para llevarlo a casa.

Nada de nada justifica el caos, y más allá de los responsables pasados y presentes, el análisis de la educación debería incorporar el dato de que mientras discutimos (solo discutimos porque fórmulas novedosas no se ven) si estaremos más arriba o más abajo en las puebas Pisa, en una escuela un alumno le bajó los dientes a una maestra. Y no es que ocurra todos los días, pero ya dejó ser raro.

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