Adolfo Garcé

Adolfo Garcé

Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar

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Sartori, ¿senador?

El precandidato debe comprometerse a fondo con la política
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01 de mayo de 2019 a las 19:37

Está muy claro que la sorpresa de esta elección ya está a la vista y que se llama Juan Sartori. Su precandidatura sorprende por muchas razones. Para empezar es insólitamente joven para los estándares de nuestro país. Téngase presente que Daniel Martínez y Ernesto Talvi, ambos con más de sesenta años, representan la “renovación” en el Frente Amplio y el Partido Colorado respectivamente. Sartori sorprende por matrimonio (no es tan frecuente brindar en familia con vodka a fin de año) y fortuna (no todos pueden decir que tienen cientos de empresas). Sorprende, también, por simpatía y desparpajo. Sorprende, en suma, porque era imprevisible que una persona con sus características, tan sobresalientes, optara por intentar ser candidato a la presidencia de nuestra estricta mesocracia, el país de la “tabla rasa” como le gustaba decir a Carlos Maggi.

Tiene razón Ignacio Zuasnábar: hay que “matar al gurú”. Ni los encuestadores profesionales ni los analistas políticos estamos obligados a adivinar el futuro. Por tanto, nadie debería sentirse obligado a profetizar cuántos votos sacará el 30 de junio Juan Sartori, el más inesperado de los precandidatos. Con la información disponible al día de hoy es posible afirmar, sí, que el recién llegado podría disputar el segundo lugar en el ranking dentro del Partido Nacional. Pero no tiene sentido hacer afirmaciones rotundas sobre qué puede pasar dentro de dos meses. Para prestar atención a esta precandidatura y dedicarle esta página alcanza y sobra con lo que ya sabemos. Es obvio que, contra cualquier pronóstico razonable, viene registrando una intención de voto creciente en las encuestas. Ya comprobamos que se las ingenió para llenar el Palacio Peñarol y que consiguió montar una estructura nacional de militantes, muchos de los cuales son rentados. También es notorio que ha sido capaz de captar algunos “punteros” barriales, y que obtuvo el apoyo de la senadora Verónica Alonso. 

Sartori, rápidamente, abrió una brecha en la jungla de nuestra política. Lo hizo de un modo que, para mi gusto, y dicho con el respeto que merece, no aporta ni prestigio ni credibilidad a la política. Carente de un mínimo capital político, no dudó en arriesgar algo de su cuantioso capital empresarial. Así, suplió la ausencia de antecedentes en la militancia partidaria con un excelente operativo de marketing. Asimismo, sustituyó el conocimiento de la tradición nacionalista a la que dice pertenecer, por un discurso electoral entre sencillo y facilista, que recoge expectativas y frustraciones ciudadanas hasta el punto de bordear la demagogia. Acostumbrado al riesgo en la vida empresarial, jugando bien fuerte y, otra vez, dinero mediante, ha logrado que buena parte del debate electoral gire en torno a sus promesas, declaraciones o desplazamientos. Finalmente, ha hecho gala sin atribularse de un desconocimiento sorprendente del país que pretende presidir, y de las reglas del juego político al que se asomó sin avisar. 

No lo conozco tanto como para calificar sus intenciones, sobre las que tanto se especula en distintos corrillos. No tengo ningún problema en asumir que puedan ser las mejores. Dicho de otro modo: estoy plenamente dispuesto a aceptar su palabra cuando dice que viró hacia la política para ayudar a su país a dar un salto de calidad y a insertarse mejor en el mundo. Pero, si es así, Juan Sartori debe subir la apuesta. Si es así, si su vocación por los asuntos públicos es auténtica, debe comprometerse a fondo con la política. Si es así, debe demostrar estar dispuesto, con toda humildad, a aprender todo lo que todavía no sabe. Si es así, aunque ha dicho que lo suyo es la tarea ejecutiva y que no tiene vocación parlamentaria, debe aceptar integrar una lista al Senado y, si es electo, asumir su banca. 

La política no es un entretenimiento. Ser candidato a la presidencia no puede ser, apenas, un experimento, como en alguna instancia deslizó. Juan Sartori es un empresario exitoso y ambicioso. Además, está demostrando ser un hombre afable y educado. Además de dinero y simpatía ha demostrado que le gusta andar entre la gente sencilla. No descarto que pueda hacer una carrera política brillante. Lo que avanzó en apenas seis meses constituye un testimonio evidente de su potencial. Pero así como, seguramente, aprendió a hacer negocios poco a poco, necesita más tiempo para aprender a respetar la política uruguaya, para apreciar debidamente el valor de sus actores y la lógica de sus instituciones. Me parece obvio que desconfía de la “clase política”. Es igualmente evidente que una buena parte de la “clase política”, a su vez, sospecha de sus intenciones. Se hizo millonario construyendo confianza con socios e inversionistas. Si quiere ser exitoso en la política debe aprender a hacer lo mismo en el ambiente político. Para derribar esas barreras debe entrar al Parlamento e interactuar con quienes, le guste o no, ya son sus pares. 

Cuando lo haga superará los prejuicios que, lejos de disimular, exhibe hasta con orgullo. Aprenderá que no es lo mismo una empresa que un partido. Aprenderá que no es lo mismo ganar o perder su propio dinero (comprando y vendiendo empresas) que hacer crecer o destruir el bienestar de todos (tomando decisiones de gobierno, elaborando e implementando políticas públicas). Cuando se dedique realmente a la política entenderá que no hay nada más sagrado que el vínculo entre el elector y su representante. Si es electo senador y asume su banca comprenderá rápidamente que la política es el festival de las restricciones y que, cuando se la toma en serio hay más motivos para preocuparse y rezongar que para relajarse y sonreír. 

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