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20 de noviembre 2018 - 5:00hs

Nada de lo que pasa o deja de pasar en Argentina es una sorpresa, ni una novedad, y menos una eventualidad ni una exterioridad. En lo político, los resultados electorales y las leyes corporativas del sistema decidieron que Cambiemos debería gobernar con minoría parlamentaria y que la oposición sería el peronismo en sus diversos disfraces. 

A partir de allí, era evidente –este columnista lo reiteró en estas páginas– que debería enfrentarse al infernal juego que ha usado el justicialismo siempre que fue oposición. Una tragicomedia de buenos y malos, colaboracionistas y opositores acérrimos, legalistas y destituyentes, hordas en las calles, sabotajes sindicales o políticos, pero con roles cambiantes, con el mismo actor haciendo de amigo o de traidor, sea demócrata o golpista. En lo económico, los industriales amigos del presidente Macri se encargaron de cuidar sus prebendas convenciéndolo que para evitar el incendio del país debía aplicarse el gradualismo, apodo del continuismo populista, y que le valió al gobierno el sobrenombre de kirchnerismo de buenos modales, endilgado por José Luis Espert, definición no desmentida por ningún hecho. Por miedo al caos y a perder gobernabilidad, Cambiemos cayó en la paradoja de que para impedir el regreso de Cristina y su peronismo, terminó copiando su populismo y manteniendo la estructura kirchnerista enquistada, cuando no sometiéndose a ella. En vez de cambiar, se camaleonizó. Sólo un aficionado podía no entender este escenario, más allá de lo difícil que resultara cambiarlo o enfrentarlo. Pero Macri, por formación, por genética y por trayectoria, está acostumbrado a comprar voluntades.

El sistema empresario argentino es eso. Como lo es el brasileño. (No el uruguayo porque Uruguay es distinto y aquí esas cosas no pasan, por supuesto). Así gobernó en la Ciudad de Buenos Aires, con minoría eterna, donde la gobernabilidad se logró mediante el reparto presupuestario y de prebendas, que continuó y amplió el actual jefe de gobierno, con resultados aún peores, ocultos por la conveniencia de sus opositores y por la infinita capacidad contributiva porteña.Pero menospreció la perversión peronista y la ortodoxia económica. Y entonces terminó negociando de rodillas primero con el Fondo Monetario para conseguir un salvavidas king size, y luego con un sector del peronismo para aprobar el presupuesto requerido sine qua non por el  FMI, de todos modos un prespuesto populista, con mucho de kirchnerismo y de fantasía. El otro precio que paga –y que le cobra con saña su rival, es el del ajuste tardío, fruto de sus vacilaciones iniciales. 

Macri descubre ahora, como se ve en el caso del Consejo de la magistratura, que hay un solo peronismo. Algo tarde. En eso no está solo. Una gran masa de sus seguidores se enroló (¿enrolló?) en el lema: “no vuelven más” creyendo que había un peronismo distinto al kirchnerismo. Pueden estar a un paso de comprender su error, motivado por la esperanza, más que por el análisis. 
En este camino de tres años para librarse del monstruoso vampiro, Cambiemos desperdició varias balas de plata que hubieran implicado otro escenario en este momento. Los triunfos en las elecciones presidencial y de medio término fueron dos momentos donde se prefirió recurrir a la discursiva, más que a ejercer el respaldo del mandato de las urnas. También en ese momento se advirtió a la coalición gobernante de la oportunidad y de los errores. La respuesta fue, sistemáticamente, que se estaba ante el mejor equipo de los últimos 50 años. Sin comentarios. 

También se desperdició el momento de la apertura del cepo delirante kirchnerista al mercado cambiario, que tanto daño hizo al país y tanto benefició a Uruguay y Paraguay. En vez de permitir que el tipo de cambio mostrara la destrucción de valor a la que lo había condenado el kirchnerismo, y por puro y simple temor, se recurrió a fondos de inversión externos que invirtieron en un estimulado carry trade que atemperó los efectos de la imprescindible apertura. Pero que dos años después, como se le había advertido a Macri, estalló en la estampida y fuga de capitales que terminó con Argentina hincada y mendigando crédito. 

Políticamente, se desperdiciaron las balas de plata del conteo de dólares en La Rosadita, la saga de Lázaro Báez, la desopilante y humillante historia de los bolsos de López, el affair Odebrecht. En estos casos, y pese a todo lo que se diga, habrá que preguntarse las razones de que se haya ralentizado o neutralizado el avance de estas causas. La amenaza de Cristina “miren cuáles son las empresas que más licitaciones ganaron en mi gobierno” resultó efectiva. Sin margen presupuestario para comprar voluntades, con el peronismo reagrupándose peligrosamente, Cambiemos sin balas de plata (en los dos sentidos)  tiene ahora un único recurso: la polarización, el miedo a la expresidente. En esa línea, vuelve a su argumento original: “criticar a Macri es ayudar a la vuelta de Cristina”. Ahora reforzado: el que critica al gobierno es destituyente y golpista. Insiste en comprarse la polarización que quiere vender. 

Políticamente, se desperdiciaron las balas de plata del conteo de dólares en La Rosadita, la saga de Lázaro Báez, la desopilante y humillante historia de los bolsos de López, el affair Odebrecht.

Hay dos puntos que aún no se toman en cuenta: el sistema financiero mundial puede no reaccionar complacientemente como hasta ahora sí comienza a digerir la imagen de un peronismo sucesor respetuoso de las reglas de mercado. El otro aspecto es que buena parte de la tolerancia de que goza el gobierno entre sus votantes se debe al concepto de que su pobres resultados económicos son el precio por evitar que Cristina vuelva. Un proscenio que la torne a poner en carrera con chances sería devastador y percibido como un fracaso.
Sin balas de plata, sólo queda confiar en un milagro económico. La fe mueve montañas. ¿De votos también? 

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