Opinión > CARTA DEL DIRECTOR

Sentido común derrota a voluntarismo

Hay que tener claro que una cosa es cambiar la Constitución de Pinochet y otra muy distinta es lanzarse a una epopeya refundacional que Chile no necesita ni sus ciudadanos esperan
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11 de septiembre de 2022 a las 05:00

Las encuestas anticipaban una leve pero constante mayoría a favor del Rechazo en el plebiscito constitucional que tuvo lugar el pasado domingo 4 de setiembre en Chile. Algunos analistas estimaban que esta diferencia podría acortarse o incluso neutralizarse con los votos de quienes no se pronunciaban y de ahí que hubiera dudas en cuanto al resultado final.

Pero las encuestas no se equivocaron. Quienes se equivocaron fueron los analistas. Porque los indecisos, si es que eran tales y no votos vergonzantes que no querían decir su preferencia,  se anotaron en el casillero del Rechazo y no en el del Apruebo. Y ello llevó a que el resultado final a favor del Rechazo fuera bastante más allá del 52/54 que mostraban la mayoría de las encuestas. En la única encuesta que vale, la del domingo 4, los votos por el Rechazo treparon al 62% frente el 38% del Apruebo. Una impresionante brecha de 24 puntos porcentuales que nadie imaginó ni proyectó en ningún momento.

No fue un Rechazo cualquiera. Fue un Rechazo categórico. De esos que no dejan dudas, ni a unos ni a otros. De esos que tapan la boca a quienes hablan de que una derrota del proyecto constitucional sería “un triunfo de la derecha y sus medios hegemónicos”. Pero no cuadra. No hay en Chile un 62% de votantes de derecha. Nunca los hubo. Después de Pinochet gobernaron cuatro presidentes de la Concertación (dos de ellos democristianos y dos de ellos socialistas) y solo hubo dos mandatos de centroderecha a cargo de Sebastián Piñera. El séptimo mandato correspondió a Gabriel Boric quien inició en febrero de este año un nuevo gobierno, por fuera de los partidos que se alternaron en el poder desde 1990: más a la izquierda, más radical, más refundacional.

Tampoco fue un triunfo de la Constitución de Pinochet como sugirió, con muy poco tino y menor diplomacia, el recién devenido presidente colombiano Gustavo Petro. La mayoría de los que votan el Rechazo no aspiran a mantener la Constitución de Pinochet. Simplemente rechazan este engendro de proyecto nacido de una  Asamblea Constituyente dominada por una fuerte polarización, una gran ideologización, predominio de agendas muy particulares y estrechas que en nada representaban al chileno medio, y de una falta de visión republicana descomunal.

Se empezó creando un Estado plurinacional donde hoy hay una nación. Se otorgó un sistemas de justicia propia a gusto de cada uno de esos Estados. Se limitó el poder del Senado y se debilitó la independencia del Poder Judicial. Y se generaron derechos como si fuera una fábrica de chorizos, sacándolos de la galera como el de “derecho a la desconexión digital”. 

No era solo un proyecto de Constitución de izquierda. Era un proyecto estrambótico. Daba a cada grupúsculo de la asamblea lo que quería pero perdió la referencia esencial del pueblo chileno y de los valores de una República. Si bien no era un proyecto constitucional personalista, para consagrar por mucho tiempo el poder de una figura autocrática como Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia, tenía similares tendencias populistas y el mismo apetito refundacional. En algunos casos, el refundacionismo es un mesianismo personal como en los casos del eje bolivariano. En otros, es el mesianismo de una generación que cree tener todas las soluciones a flor de mano para arreglar los problemas YA y AHORA.

Por suerte, la cultura política de Chile no es similar a la de Venezuela o Bolivia y el proyecto fue categóricamente rechazado. Ello tiene dos consecuencias. Una sobre el gobierno de Gabriel Boric que había apostado todas sus naves a esta Constitución y otra sobre la Constitución misma.

Boric, asimilando la derrota con sensatez, dio un giro muy importante a su gabinete y cambió a dos ministros muy afines a su persona y a su proyecto por dos ministros de la Concertación, a la que Boric ninguneaba como “burguesa”. Eso marcará una agenda muy distinta a la que pretendió llevar adelante el joven mandatario sin tener un mandato popular suficientemente fuerte.

En cuanto a la reforma constitucional, hay consenso en seguir adelante. El problema es cómo. Boric quiere llamar a una nueva Asamblea Constituyente. Otros prefieren un trabajo sobre la actual. En cualquier caso es importante que el proyecto sea sometido a la consideración de la ciudadanía. En caso de ir por la via constituyente, hay que pensar cómo evitar los innumerables errores que se cometieron en esta oportunidad, No será fácil. Una vez convocada, la asamblea se convierte en una suerte de Caja de Pandora de la cual puede salir cualquier cosa. Ya pasó una vez. ¿Que evitará que pase otra?. Tal vez digan Boric y sus aliados, que será el triunfo de la esperanza sobre la experiencia. Habrá que esperar. 

Pero, por de pronto, hay que tener claro que una cosa es cambiar la Constitución de Pinochet y otra muy distinta es lanzarse a una epopeya refundacional que Chile no necesita ni sus ciudadanos esperan. Solo esperan mejores políticas y más sentido común.

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