Desde que el cine de Hollywood descubrió a principios de la década de 1990, con el éxito de taquilla y de crítica de Pecados capitales (1995), de David Fincher —director de otro filme sado-gore incluso mejor que ese, la notable Zodíaco, filmada 12 años después—, que el público estaba más predispuesto de lo esperado a celebrar historias que combinaban la calidad artística con la toma de riesgos éticos y formales, una nueva puerta se abrió en la posibilidad de entretenimiento. En esta ocasión, dando cabida a la sordidez y al masoquismo trash ampliado por encuadres en primer plano, para crear escenas que el sistema de calificación estadounidense denomina “gráficas y explícitas” al momento de realizar su advertencia a los espectadores. Desde entonces se han ido sumando a la lista infinidad de películas –muy pocas buenas, por cierto– que transitan la fina línea que separa el efectismo barato de una estética innovadora y poderosa fuera del paradigma.
Esta nota es exclusiva para suscriptores.
Accedé ahora y sin límites a toda la información.
¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá