Por Valentín Trujillo
Entrar al inmenso mundo del vino desde un medio de comunicación permite entrar a lugares antes vedados para cualquier simple bebedor aficionado. El jueves pasado, nos invitaron a Martín y a mí a un evento de maridaje de vinos y platos selectos en el restorán Rara Avis del Teatro Solís.
Mientras afuera la noche de inicios de julio mostraba todo su rigor blanquecino y helado, ventanas adentro del restorán, en un ámbito casi versallesco, un grupo de mujeres y hombres estaban sentados a la mesa con el único objetivo de probar vinos, acompañarlos de rica comida y así darle un mimo al alma.
La excusa del evento, organizado por Vinos del Mundo, fue la visita del enólogo, empresario y referente del vino chileno Aurelio Montes, responsable de las bodegas que llevan ese apellido.
A lo largo de la cena se probaron cincos vinos de autoría de Montes, desde un potente sauvignon blanc inicial, pasando por sutiles syrah, carmenere y cabernet para culminar con un espumoso para acompañar los postres.
Aparte de los exquisitos y de un acompañamiento que incluyó rolls de salmón ahumado, tapas de camembert y pera caramelizada, una suculenta empanada de cordero al tomillo y un tataki de ojo de bife, coronado todo esto con un macarón de frambuesa, el elemento más particular de la noche estuvo en el speech inicial de don Aurelio, que explicó un poco la filosofía de sus bodegas (ubicadas en varios valles de Chile, en Mendoza y en California).
Contó que al momento de iniciar su proyecto, allá por 1988, con sus socios decidieron aplicaron el concepto del feng shui a las bodegas. De esta forma, estructuraron las entradas de luz, las puertas y las ventanas del establecimiento según este criterio de energía palpable. Además, se les ocurrió poner a un volumen moderado discos de canto gregoriano mientras el vino descansaba en las salas de barrica.
“No sabemos si esto afecto o no al vino, pero hacen del lugar un mejor sitio para trabajar, y el vino es un trabajo humano”, confesó Montes.
Nuestros paladares de apenas iniciados en el rito del vino todavía no pueden distinguir notas de voces de monjes medievales en un tinto, pero solo imaginar esa música hace que el trago sea más místico.
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