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Sí, querida, compremos una isla

La mezcla letal entre años de crisis y países y personas con problemas económicos hace que en el mundo exista una oferta interesante y variada de islas que esperan el mejor postor
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14 de marzo de 2014 a las 20:31

Hubo una época donde las grandes estrellas del cine huían a remotas islas misteriosas donde se aislaban de ese mismo mundo que ellos ayudaban a engrandecer. Marlon Brando filmó El motín del Bounty, se enamoró de la actriz tahitiana Tarita Teriipaia, con quien compartía escena, se casó y se compró una isla cercana al set de filmación, en el medio de la oceánica Polinesia Francesa. Peter Sellers se compró una isla en las Seychelles, así como su amigo, el beatle George Harrison.
Esa costumbre del mundo del espectáculo incluso llega hasta hoy, porque el actor y director Mel Gibson es dueño de una isla en el archipiélago de Fiji, o Johnny Depp, quien luego de filmar la saga de Piratas del Caribe, adquirió una solitaria isla en las Bahamas, solo por nombrar dos casos.

Desde hace unos años, la posibilidad de una isla, para parafrasear al escritor francés Michel Houellebecq, no está tan lejana del mundo real y no solo pertenece a la prohibitiva nube de los megamillonarios. Basta revisar internet para enterarse de algunas ofertas interesantes.
Existen varios sitios web dedicados de forma exclusiva al comercio de islas que están a la venta. Transformados en una suerte de inmobiliarias virtuales de islas, islotes y demás formaciones rodeadas de agua por todos sus costados, estos sitios promocionan terrenos a lo largo y ancho del globo, con precios diversos, que si los traemos a la realidad de los inmuebles en Uruguay producen comparaciones que por lo menos generan una mueca.

Por ejemplo, uno de los sitios consultados por este cronista fue www.privateislandsonline.com. Este sitio además edita su propia revista, Private Island Magazine, en versión papel. Allí hay ofertas de todo tipo y color. Por ejemplo, una isla en un atolón frente a la costa de Belice, en pleno Caribe y unos kilómetros al sur de la ribera maya, tiene un precio que supera apenas el medio millón de dólares. Tiene una casa en forma de quincho y los embarcaderos de madera, todo eso en una extensión de casi una hectárea.

Como hay para todos los gustos, se puede encontrar una isla griega, Nissos Makri, ubicada en un pequeño golfo del mar Jónico y con una extensión de 100 hectáreas, por algo más de US$ 13 millones. Según reza la oferta, está pronta para “desarrollar hoteles cinco estrellas”, aunque de esa forma seguro perdería su encanto.

Otras islas, en países como Italia, Canadá o Irlanda, no tienen precio de base y esperan una oferta del postor.

Pero no todo son cifras millonarias. Porque no solo hay islas para comprar, sino que también se las puede alquilar. Una opción, por ejemplo, es la simpática Charlie Island, una pequeña islita en la costa de Florida, Estados Unidos, cubierta de árboles y con una cabaña. Su precio por noche es de US$ 500. También se puede alquilar toda la isla Ronay, en la Hébridas de Escocia, un espacio natural y salvaje de 500 hectáreas con una enorme casa tradicional para 10 personas por US$ 1.500 la noche. Y por 500 euros la noche se puede alquilar la isla del Castillo del Burguillo, un pequeño trozo de tierra que quedó dentro de un embalse y que posee encima un castillo medieval. Se encuentra en la provincia de Ávila, España.

Las opciones son muchas y se adaptan a la billetera, los deseos, los sueños y los delirios del que esté interesado. Las islas están allí quietitas, esperando. Las circunstancias nacionales o personales de países e individuos las ponen delante de las narices, como una zanahoria de la evasión. Las islas nos aíslan y nos arropan, nos separan y nos abrigan. Creo que son una reivindicación de la soledad y la identidad, un bálsamo para el ego. Merecen la pena de hacer llorar la billetera.

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