Manuel Soriano: "Tener oficio es riesgoso, porque podés terminar haciendo lo que te sale fácil"

El escritor es el protagonista de la edición de setiembre de Epígrafe, la newsletter literaria de El Observador

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30 de septiembre de 2022 a las 05:03

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Me gusta mirar hacia atrás y ver que, en los casi tres años de existencia de esta newsletter, nunca se apegó realmente a una fórmula. Primero fueron recomendaciones aisladas, luego temáticas, más tarde el tema se adueñó de la narrativa y hoy todo eso vuelve a cambiar. Hay algo en esa imprevisibilidad, una con la que yo mismo me encuentro cuando planifico los envíos, que me resulta particularmente grato. Y, como mencioné, la edición número 30 de Epígrafe no es la excepción y también modifica el registro: por esta vez, el centro del relato es un autor. En sus propias palabras.

La primera entrevista de Epígrafe está destinada a Manuel Soriano. Nacido en Buenos Aires en 1977 y adoptado por Montevideo en 2005, Soriano acumula novelas, cuentos y ahora crónicas en una obra que se caracteriza por saltar argumentalmente de un lado al otro del charco, por agarrarse del mundo cotidiano para apilar destellos ocasionales de extrañeza, pero particularmente por lo fácil que parece ser para él el acto de narrar. De narrar lo que sea.

Porque sucede que lo que Soriano escribe fluye con una musicalidad envidiable; no hay que hacer esfuerzo alguno para que el ritmo que impone en cualquiera de sus expresiones literarias se asiente en el fondo de la cabeza, como un colchón en el que uno como lector no puede evitar dejarse caer. Y en el fondo de esa comodidad, el reverso: en sus trabajos hay también una especie de oscuridad latente, algo no dicho, una mancha de humedad que se sacude en la aparente liviandad de la vida de sus personajes y ocasiona todo tipo de consecuencias.

Un ejemplo de esto es Rugby, su primera novela que acaba de ser reeditada por Estuario y que, por un lado, es lo que ocasiona esta nueva cara de Epígrafe. Pero también la provocan las crónicas de Las cosas que veo, otro libro muy diferente que acaba de salir del horno de la editorial Criatura y que lo muestran en un registro opuesto: observando con su particular sentido del humor a su alrededor. Al país que lo adoptó, ese lugar en el que ya no es extranjero, pero tampoco del todo local.

Lo que sigue, entonces, es una charla con Manuel Soriano, una que atraviesa de forma radiográfica estas últimas publicaciones y además se mete con sus consideraciones sobre la lectura, el mundo de los escritores y hasta la serie de televisión en la que está trabajando. Te dejo, entonces, con él.


¿De dónde vienen estas crónicas y por qué ahora están editadas en Las cosas que veo

La primera surgió del llamado de una revista, la Agenda de Buenos Aires, que le pidió a escritores de todas partes que escribieran un diario sobre la pandemia. Eso me parecía medio embole, porque todo el mundo lo estaba haciendo, así que me puse a escribir sobre cualquier cosa y después le agregaba un poquito de pandemia para cumplir. Después, el click lo hice cuando escribí una crónica sobre el ballet en el Auditorio del Sodre, en donde me di cuenta de que podía mezclar el espectáculo que iba a ver y las cosas que me disparaba ese momento. La gracia estaba en irse por las ramas, y sin quererlo se me iban mezclando elementos biográficos y de la situación que estábamos viviendo. Cuando junté todas las crónicas, tomé conciencia de que había un hilo conductor. La pandemia no es lo principal en el libro, pero sí el marco.

¿Cómo se maneja con las editoriales? Ha publicado en más de una y hoy sus dos últimas ediciones son de dos independientes uruguayas diferentes.

Publiqué mis primeros cuatro libros por Alfaguara, y ahí cuando estás empezando te hacés la cabeza con que eso es tu carrera y buscás una línea. Después entendés y empezás a ver todo más libro a libro. Ahora lo llevo así.

¿Eso tiene que ver con una maduración propia o cree que se da en términos generales con todos los escritores?

Creo que es bastante general. No es que te desilusionás, pero al principio sí te hacés una especie de película. Y después te vas ajustando a las posibilidades que tenés. En una de las crónicas hablo de una novela inédita, que sé que tiene algún tipo de falla pero a mí me gusta, y que la presenté en varios premios. Ahora estoy viendo qué hago con ella. A lo que voy es que ahora me como menos esas autoproyecciones que se generan al principio.

¿Tener esa novela inédita le quema? ¿Necesita sacársela de encima?

Un poco sí. Ocupa espacio mental y emocional. Las cosas que veo trata un poco eso. Por otro lado, me pasa que publiqué dos libros de cuentos con un mismo protagonista, una especie de alter ego, y es un tipo de cuento que reconozco que podría hacer cuando quisiera por mi oficio. Puedo agarrar dos o tres elementos que sé que si los uno sale un cuento aceptable. Pero a veces te das cuenta de que ese oficio es riesgoso, porque podés terminar haciendo todo lo que te sale fácil. No quise escribir más cuentos de ese tipo para poder salir de esa situación. Con esta novela inédita me pasa algo similar, porque no creo que me ponga a escribir otra si no logro sacar esta, y entonces me encontré con esta especie de terreno de juego que son estas crónicas medio de casualidad.

¿Estas crónicas, junto con las que aparecen en el libro Canten putos (sobre la historia de las canciones de hinchadas de fútbol) son sus primeras incursiones en el género?

Sí. Nunca hice periodismo, nunca escribí una reseña de nada, ni de películas o libros. Pero ahora lo veo como parte de un todo. En algunas entrevistas me preguntaban por qué publicaba esto y no literatura. Y bueno, por ahí no es ficción, pero es literatura también. En una de estas crónicas utilizo una frase del chileno Alejandro Zambra, que dice que cuando le preguntan cuánto de su vida hay en sus libros dice el 33%. Las cosas que veo juega un poco con esa idea: eso de que vos ponés toda la verdad ahí es una mentira que te creás, hay una especie de personaje que escribe las crónicas. Están metidas en una suerte de pseudoficción en la que no miento, pero juego con la realidad.



Bien, pero de todas formas en muchas ocasiones lo que hace en estas crónicas es periodismo, aunque sea por momentos. Lo tiene en cuenta, ¿no?

Creo que sí. Y no tengo problemas con la palabra periodismo, también sé que no tengo ningún tipo de rigor de uso de fuentes, ni me interesa tenerlo, y esa parte en el periodismo es importante. Si querés, esta es una suerte de periodismo más libre, o algo así. Incluso cuando escribí la crónica sobre los suicidios en Uruguay para Gatopardo, su editora, Leila Guerriero, me decía "buscate alguna fuente para meter de vez en cuando". En esa sí me sentí más en el rol del periodista. En otras era más la experiencia de fumarme un porro, ir a ver un show de algo y ver qué conexiones hacían mis neuronas. E incluso pienso que ahí también utilicé elementos del periodismo. 

En un momento del libro dice: "La mayoría de los escritores que conozco tienen esa cosa esquizoide: no quieren hablar de sus libros, pero quieren que otros lo hagan". ¿Cómo se llevá con la idea de hablar de su obra? 

Me pone muy nervioso, muy tímido. Retaceo la pregunta, y si es en vivo o en público me pongo muy incómodo. No me gusta.

¿Por qué?

No sé. Hay personas que tienen el don de hablar de forma natural, y a veces dan por supuesto que si sabés escribir, sabés trasladar eso a la oralidad. La mayoría de los escritores que conozco no son así; en realidad, hasta les cuesta. Hay casos que no, obviamente. Zambra es un ejemplo de alguien que tiene mucha cancha para hablar de su obra. Pero yo, cuando me ha tocado dar alguna declaración pública, la escribo. Y después pasa que vas a un programa de radio donde no leyeron el libro, a lo sumo la solapa, y te preguntan de qué va. Y es muy difícil tratar de decirlo, porque en realidad no lo tenés del todo claro, así que vas construyendo un relato por detrás. Con Canten putos, que di como cincuenta entrevistas a medios argentinos, construí un relato alrededor que quizás a veces no era del todo cierto, y con eso la fui llevando. Tampoco soy ese tipo que está en pose Salinger y no quiere salir de su cueva. Quiero que la gente me lea y hable de mis libros, pero tener una distancia prudencial. 

El otro libro que apareció recientemente en librerías es Rugby, una novela publicada originalmente en 2009. ¿Por qué se reeditó ahora?

Lo que pasó es que es un libro que con la actualidad se resignificó, por todo lo que pasó con el rugby en Argentina (Ndr: el caso del joven asesinado por rugbiers en Villa Gesell a principios de año), el tema de la violación grupal y hasta por la construcción de la masculinidad. El libro es eso, en definitiva, pero el término se usaba en su momento solo en sociología, no lo escuchabas en la calle como hoy. Surgió la posibilidad de reeditarlo en Estuario y se dio. Yo no lo he vuelto a leer, no me gusta leerme de nuevo. Primero, porque a cada párrafo que leés le cambiarías algo. Así que me volvería loco. Y no tiene ningún sentido ponerse a corregir cosas formales o de fondo a un libro que ya está escrito. Ya está, el libro es eso, sea lo que sea. 

¿Envejeció bien?

Sí, creo que sí. Porque, además, si hubiese sido algo que quisiera esconder hubiera dicho que no a su reedición. Siento que hay cosas que después de 12 o 13 años podrían mejorarse, pero era mi primera novela. Y por ser eso mismo tiene algo más bruto, más crudo, que incluso rescato. 

¿Qué está leyendo ahora?

En el último tiempo leí dos o tres libros con ganas. Uno fue Yoga, de Emmanuel Carrere, Ahora estoy leyendo Orlando, de Virginia Woolf, en una traducción de Borges. También estuve leyendo más crónicas y ensayos. Creo que les pasa a algunos escritores: empezás a leer novelas o cuentos, y no podés leerlo sin prestarle atención a los hilos, o los lees haciéndote el crack y diciendo "ah, ya sé por donde vas a ir". Creo que estas otras lecturas te dejan descansar de eso.

¿Cómo aparece Ángel, la serie que creó y dirigió, en su horizonte de escritor? Porque lo sacó de su entorno natural.

Yo había hecho algunos guiones por encargo, que como salida de trabajo está bueno porque te los pagan aunque no se filmen. Esta serie fue la primera que escribí pensando en su producción, en este caso algo low cost. No pensaba dirigirla, la fui acercando a diferentes personas, hasta que dos amigos directores me dijeron que la agarrara yo, que era quien conocía bien la historia. Al principio no quise, pero después se fue dando. Lo que tenés que aprender en ese rol es que escribís algo y después eso pasa por un actor que le da su impronta y devolución, por el vestuario, un montón de cosas que como escritor dominás en un 100% y acá tenés que consensuar. Esta es una comedia con un humor bastante negro, que viniendo de la literatura no me parece tan raro, pero al parecer en las series sí lo es. Sobre todo a la hora de venderla. Se dio la oportunidad de asociarla a dos cooperativas productoras y sacarla de esa manera, bajo nuestros términos. Hacerla y luego ver a quién la vendíamos. Por suerte el equipo se conocía, los actores, entre ellos Gustavo Garzón, vinieron por dos mangos, y se armó un equipo con la camiseta puesta y muy profesional. También me tuve que acostumbrar al régimen del rodaje, que es casi militar. Ahora terminamos el rodaje, estamos haciendo la edición del primer capítulo para ver dónde rumbeamos. Habrá que ver qué pasa cuando se confronten la realidad con las expectativas.

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