Opinión > HECHO DE LA SEMANA

Tiempo de formar parejas y cavar trincheras

Dos ejércitos maniobran para una batalla que puede cambiar la historia
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06 de julio de 2019 a las 05:01

Cuando parecía que la principal fuerza opositora, el Partido Nacional, naufragaría por sus tendencias antropofágicas, una votación masiva el domingo 30 enderezó la escora.

Luis Lacalle Pou obtuvo 160% más sufragios que Juan Sartori, la nueva estrella estrepitosa que amenazaba comprometer la credibilidad de la oposición y, en forma indirecta, de todo el sistema. Sartori seguirá siendo una incomodidad, pero ahora Lacalle, junto a sectores afines, reúne casi el 80% del partido, definió la fórmula de inmediato, con una mujer, acorde a los tiempos, e inició planes de ataque. 

Más sorprendente fue el éxito de Ernesto Talvi entre los colorados, a costa del otrora invencible Julio Sanguinetti. Dice que el viejo partido de gobierno, ahora muy disminuido, ansía una resurrección.

Lacalle (45 años) y Talvi (62) tienen puntos de vista liberales, y prefieren un Estado no grande sino eficaz. Proponen un país moderno y abierto al mundo, en contraste con una izquierda que, en materia socioeconómica, parece conformista y timorata, y propensa al puesto público. (¿Se acuerdan del “gordo al pedo” del que habló José Mujica?).

Pero, a la vez, Talvi pretende crecer a costa de Lacalle, lo que azuzará la competencia y puede distanciarlos y enfurecerlos hasta octubre. 

Lacalle deberá defender dos flancos muy amplios: el ataque de Talvi por el centro, y el del inesperado Guido Manini Ríos por derecha.
Mientras tanto el Frente Amplio, el acorazado oficialista, no navega bien. Votó mal el domingo, y los sondeos señalan, por primera vez en tres lustros, que puede perder la elección nacional.

Hace dos años su Plenario Nacional resolvió que sus listas de cargos electivos deberían tener “paridad de géneros”, lo que significó que, por primera vez, una mujer integra su fórmula presidencial.

“Este asunto de la mujer”, como lo llamó Mujica, metió a la izquierda en un brete.

El socialdemócrata Daniel Martínez se impuso en las elecciones internas del domingo 30 con el 42% de los sufragios del Frente Amplio; contra 25,5% de Carolina Cosse, quien tuvo el respaldo poco entusiasta del MPP; 23% del comunista Óscar Andrade; y 9,3% del independiente Mario Bergara.

Fue una ventaja nítida, aunque ni por asomo tan amplia como las que logró Tabaré Vázquez en 1999 y 2014. (La victoria de Mujica sobre Danilo Astori en 2009 fue clara aunque no apabullante: 52% a 39,6%; y luego, tras muchos enredos, lo llevó como candidato a vicepresidente).

Martínez anunció, sector por sector, que no deseaba como compañera de fórmula a Carolina Cosse. Ella no convence, y no tiene experiencia parlamentaria, en un tiempo que será de tejer alianzas. Pero ante todo no tienen la mejor relación personal.

Después Martínez hizo una serie de cosas raras, al menos para los no iniciados, contra el consejo del presidente Vázquez y la posición de poder de Mujica. Señaló por sí y ante sí a un par de mujeres meritorias aunque desconocidas, que, en caso de ganar, se verían obligadas a montar grandes obras de ingeniería parlamentaria. 

La conducta de Martínez implica romper con los extensísimos liderazgos de Mujica, Vázquez y Astori en la izquierda, quienes fueron un gran impulso pero que ahora, ya en su ocaso, pueden ser un freno. Nada crece demasiado bajo la sombra de los grandes líderes.

Martínez no tiene por qué sentir amor o deuda con el líder del MPP. Ya fue desautorizado por Mujica en 2010, cuando debió ceder la candidatura municipal de Montevideo a Ana Olivera. Mujica también puso en carrera a Raúl Sendic como vicepresidente de la República primero, y eventualmente como presidente a partir de 2020. En 2015 Martínez rompió con ese tutelaje, desafió a Lucía Topolansky, esposa de Mujica, y, contra los pronósticos iniciales, la derrotó con gran holgura en las elecciones municipales de Montevideo.

¿Por qué entonces no habría de esquivar otra vez el dedo de Mujica?

Ahora los ejércitos tomarán posiciones: las líneas de la izquierda, firmemente atrincheradas en el Estado, contra la caballería ligera de la oposición, tan versátil como irregular en combate.

Martínez tendrá que empezar a tomar partido, tomar partido hasta mancharse, parafraseando a Celaya, pues difícilmente pueda seguir diciendo muy poco en tiempos difíciles, so pena de pasar por pusilánime. Deberá defender el ciclo frenteamplista —con más altura que el discurso espantaviejos del PIT-CNT— y, a la vez, proponer cambios importantes, una contorsión difícil.

La oposición, en tanto, pegará en las llagas abiertas de la izquierda: su discurso cliché, sus fracasos evidentes; aunque se expondrá a sus propios derrapes y carencias, actuales e históricas, y a la muy respetable artillería pesada de la ciudadela oficialista.

Será una gran batalla, sin dudas: en apariencia mucho más pareja que en 2004, 2009 y 2014. 

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