Justina Bustos es una de las protagonistas junto a la también argentina Cecilia Roth

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Tras la memoria de aquel lugar

La directora Manane Rodríguez retornó a Uruguay por el rodaje de su último filme, Migas de Pan, centrado en la resistencia sempiterna de las presas de la dictadura
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06 de septiembre de 2015 a las 05:00
Como tantos otros, la directora Manane Rodríguez se tuvo que ir. Primero a Buenos Aires, donde permaneció hasta 1976, y luego a España, país que le dio una carrera que la acompaña hasta el día de hoy. Ahora, tras décadas de exilio, Rodríguez volvió a Uruguay de la mano de Migas de Pan, una película rodada parcialmente en la cárcel de Punta de Rieles y protagonizada por Cecilia Roth y Justina Bustos, quienes comparten un personaje que, a años de ser recluido por la dictadura, debe emprender la tarea de recomponer su familia escindida. A través de este filme y del reencuentro con su país de origen, Rodríguez cruza su camino con historias que, aunque ajenas, le son cercanas.

Conociste el tema que trata Migas de Pan mucho antes de plantearlo como película, ¿qué te motivó a querer contar la historia y cómo fue tu proceso creativo?
Creo que se habló poco de las mujeres en la dictadura. Se discutió más del Penal de Libertad que de Punta de Rieles, y, según lo que me contaron amigas que estuvieron presas, las experiencias fueron diferentes. Ellas tuvieron que convivir mucho tiempo en el hacinamiento y para salir vivas tenían que ponerse de acuerdo en qué era lo más importante. Ellas eligieron la resistencia. Me resultó interesante que un grupo de mujeres jóvenes tuviera tanta sabiduría y buscara resistir a la deshumanización de la dictadura. Era una deuda que teníamos con ellas, contar su historia, pero no pude hacerlo hasta que encontré el motor de la película: mujeres que resisten como línea de acción y, en el caso de la protagonista, una lucha también por recuperar la relación perdida con su familia.

Además de ser una búsqueda personal como creadora, te nutriste de las historias reales de las vinculadas.
La trama familiar es ficción, pero en lo que refiere a la historia de la cárcel hablé con muchas mujeres, concretamente con Ivonne Trías. Incluso el nombre "migas de pan" lo saqué de su libro La Tienta, donde ella habla de las migas de pan como forma de recoger la historia, la memoria. Después de que se lo comenté, le pasé el guión. Entonces me contó, tanto ella como otras mujeres que estuvieron en la cárcel, varias anécdotas y situaciones por las que pasaron. Empecé entonces a trabajar con lo que me daban. Ellas insistían mucho en que en el penal era un lugar triste, pero que también había momentos de risa. La intención fue rescatar la energía vital de estas mujeres, la risa que no perdieron a pesar de la hostigación.

En tu filme Los Pasos Perdidos (2001) ya habías tratado el tema de la dictadura. ¿Por qué preferiste tratar estas historias desde la ficción y no el documental?
He hecho algún documental, pero la ficción es lo que más me interesa. Tiene una capacidad de empatía muy importante. Puede contactar con el público de una manera más íntima que un documental, y, además, contar la historia desde la ficción me permite recrear la vida de amigos, sentirlos más cerca. En el caso de Los Pasos Perdidos fue por unos amigos míos que habían sido detenidos en la dictadura argentina y tenían una nena, secuestrada con un año de edad. Después de muchos años finalmente apareció, y fue conflictivo para ella saber que tenía otra familia. Yo pensé debía contar esa historia, es una historia que le debía a mis amigos.

Migas de Pan es una película fundamentalmente femenina, ¿cómo considerás que se inserta un relato así en una industria dominada por historias de hombres?
En España tenemos una Asociación de Mujeres Cineastas en la que encargamos estudios a sociólogas sobre el papel de las mujeres en el cine. La conclusión más rápida a la que llegamos fue que cuando dirige una mujer, se cuentan, en general, historias de mujeres. Para nosotras las mujeres no son complemento de unos aventureros maravillosos. Me parece bien poder empoderar a las mujeres en su valor real. Son luchadoras, tan luchadoras como los otros, y en este caso resistieron de una manera muy peculiar.

Esa lucha incluso lo abarcás a través de una situación sumamente sensible como es la violación.
La película habla sobre las violaciones y las denuncia, pero no las rueda. Jean-Luc Godard habló del travelling, la vía con la que puedes hacer un acercamiento a un rostro o un objeto, y decía que el travelling es un problema moral. Se ponía un ejemplo de una película sobre los campos de concentración alemanes, donde se mostraba el cuerpo de un preso. Retratar esas cosas es un sensacionalismo que no viene a cuento y que linda con inmoralidad. Al abordar el tema de las violaciones tuvimos eso en consideración: no vamos a poner en escena lo que nunca debió hacerse. Entonces, contamos de una manera elíptica, creo que contundente, lo que inician los verdugos, pero no les damos el poder de violar de nuevo ante la pantalla.

¿Cómo fue para filmar en un entorno tan complejo como Punta de Rieles?
Los exteriores de la cárcel fueron algo duro y también raro, porque rodamos con público, en el patio, a unos metros de las celdas de los presos, que miraban el rodaje y se comunicaban con nosotros. Se portaron muy generosos; es gente que está presa y nosotros, de alguna manera, venimos a invadir su pequeño espacio. Lo más bravo en realidad fue el decorado del cuartel, que era pura ficción, pero daba miedo. Esta película está basada en hechos reales, pero no en hechos que le pasaron a una persona real, y yo noto una responsabilidad muy grande de parte de las actrices. Ellas estuvieron hablando con mujeres que estuvieron en la cárcel, eso fue parte de su trabajo como actrices. Sé que están haciendo un trabajo a consciencia. Esa es una responsabilidad que también tiene todo el equipo, de no soltarse a la fantasía cuando la realidad la supera ampliamente.

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