Un momento del juicio que concluyó con perpetua para cinco de los acusados
Ariel Said

Ariel Said

Periodista

Opinión > Caso Rugbiers

Un fallo ejemplar en una Argentina que se niega a ver sus miserias

La dura pena a los cinco rugbiers, como todo en Argentina, dividió las aguas
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07 de febrero de 2023 a las 11:04

Tati Almeida, integrante de Madres de Plaza de Mayo, zanjó la discusión. Los cinco rugbiers, ahora condenados a perpetua por asesinar a Fernando Sosa, actuaron con alevosía y premeditadamente, por lo que les corresponde esa sanción.

La dura pena a los cinco rugbiers, como todo en Argentina, dividió las aguas. Exagerado, pena ejemplar, atraparon a la audiencia durante todo enero, los medios en cadena nacional y con inusitados promedios de rating solo hablaron de Fernando y los rugbiers. 

No bastaba con los videos, los testigos: los jueces tenían que demostrar la premeditación del hecho. Es decir que los ocho, a sabiendas, patearon y golpearon a Fernando hasta dejarlo muerto en el piso del boliche de Villa Gesell. 

¿Qué llevó a los rugbiers a querer matar a Fernando?, y acá, otra vez, la Argentina de las dos aguas. Sosa, un joven de origen humilde, frente a rugbiers de Zárate que se creían superiores, que hicieron culto de la violencia y durante estos tres años no mostraron arrepentimiento. 

Bastaron 50 fríos segundos para que lo que era una pelea en un boliche se transformara en asesinato. El fallo lo describe claramente: "Como consecuencia de tales golpes, Fernando Báez Sosa cayó de rodillas al piso y luego, cuando ya se encontraba reducido, en el suelo y sin posibilidad de defensa, parte del clan criminal –Máximo Pablo Thomsen, Ciro Pertossi, Luciano Pertossi, Matías Franco Benicelli y Enzo Tomás Comelli–, aprovechando el estado de indefensión en el que luego de los dos primeros golpes quedó la víctima, con claras intenciones de acabar con la vida de Fernando Báez Sosa, continuaron agrediéndolo brutalmente".

Las pasiones argentinas se viven así. Todo es un partido, las penas se festejaron como cuando se ganó el Mundial; hasta hubo gente que pidió la pena de muerte. Y otra vez, la sensibilidad de las familias que sufren, las verdaderas víctimas, además de Fernando, son los que ponen en su lugar lo que parece desajustado. Graciela Sosa, la madre de la víctima, tomó el micrófono y dijo: “Nosotros no queremos venganza, queremos que paguen lo que le hicieron a mi hijo”. 

La solidaridad popular con la familia es palpable. Fernando era un pibe de una familia tipo. Papá y mamá paraguayos, gente de laburo, con hijo único. Tal vez de un escalón social menor que los rugbiers de Zárate, que tampoco alcanzaban a sus colegas de zona norte de Buenos Aires o de los clubes aristrocráticos. 

Pero esa noche en Villa Gessel, donde acostumbraba a veranear la clase media y media baja, ellos se sentían superiores, los dueños del boliche. “... Arengaban diciendo ‘vamos, vamos, mátenlo al negro de mierda’…”. “Quedate tranquilo que a este negro de mierda me lo llevo de trofeo”.

Pero esa Argentina que encontró algo de justicia en la condena no logra salir de su hipocresía y mira para otro lado. Los discursos de odio no pueden ser parte del Código Penal pero sí deben serlo del debate público.

El país vecino se niega a mirarse al ombligo. Enmarca la discusión en la esfera punitiva, perpetua sí o perpetua no, sin querer ver las raíces socioculturales que llevan a ocho pibes a querer matar a Fernando. Es mejor cerrar los ojos y no ver.

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