Domingo, unos minutos después de las 12.30. El cielo plomizo y un aire húmedo anuncian que en un rato se larga el agua, justo cuando cientos de personas llegan desde todos lados al Mercado del Puerto con el único objetivo de festejar. Casi 700 nuevos médicos, de dos generaciones distintas, celebran junto a sus familias y amigos, como si el mundo se acabara hoy mismo.
Meterse en medio del tumulto cuesta y encontrar a alguien cuesta aún más. Los mensajes de whatsapp y las líneas telefónicas colapsaron, parece. El piso a esta hora ya es un gran pegote, mezcla de huevos, harina, salsa de tomate, kétchup, medio y medio y cerveza. El aire huele a alcohol, sudor y pólvora.
Hay abuelos, padres, niños (hasta algún bebé) pero sobre todo miles de jóvenes felices. De fondo suena una música electrónica machacona y hay un griterío infernal. Algunos bailan, saltan y hacen el trencito. Otro se sacan selfies, tiran harina, huevos y lo que venga. Hay muchas carcajadas pero también alguna cara de tensión, como la de mi madre, que repite preocupada que "no vamos a encontrar a Cheché", mientras vamos de un lado para el otro esquivando abrazos y huevazos.
Pero allá está mi prima Cheché, bañada en engrudo.
"Esto es una salvajada", me dice otra prima, divertida pero creo que también algo asustada. Alguien bromea por ahí que estos que ahora se la están dando con todo en poco tiempo atenderán en consultorios y seguramente salvarán vidas.
Pienso que tienen bien merecido este festejo, mientras me alejo del lugar sin haber tomado ni un buche de cerveza y con los zapatos, el pantalón y la campera algo sucios. Soy un tipo grande: ya no estoy para estos trotes.
A eso de las cuatro y pico de la tarde se larga una tormenta de aquellas. Llego a casa y miro la cámara de Vera TV ubicada estratégicamente en medio del patio central del Mercado. Todavía quedan cientos de personas bailando bajo la lluvia. En el suelo, un mar de botellas. Dos tipos se suben a un farol y se abrazan. Hay algunos paraguas abiertos pero la mayoría se moja sin problemas: a esta altura, supongo, el agua es una bendición.
*Este post está dedicado a mi prima Cecilia Rodríguez Arzuaga, integrante de este colectivo de 680 nuevos médicos.
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