Un tesoro escondido detrás del libro "La conjura de los necios"

Esa es la información que circula y se acepta, pero nadie sabe con certeza si el motivo  fue la frustración artística u otra cosa, ya que su madre destruyó la carta de despedida en cuanto la tuvo en las manos. Sin embargo, también gracias a ella (a la que muchas veces se miró con desconfianza), la novela vio la luz, lo mismo que La Biblia de neón, que ahora se reedita. 

De entrada hay que decir que parece un milagro que un muchacho de dieciséis años haya podido escribir una obra tan redonda y contundente. Destaca, por sobre todo, su mirada sobre el ser humano, un poco irónica y un poco dolida, como si no supiera bien si reír o llorar por todo lo que sucede a su alrededor. Y también la prosa, prístina, afiladísima, y bien anclada en la tradición estadounidense que tiende a la brevedad.

No hay metáfora en ese pueblo perdido en el sur profundo, al que solo la segunda guerra mundial sacude un poco, pero que luego recobra de inmediato su condición de infierno, con unos habitantes que de tan blancos parecen fantasmas, que cultivan el fanatismo religioso a un Dios que muta según el predicador de turno, que odian a los negros, los chinos y a cualquiera que venga de afuera pero, que más que nada, se ceban con aquellos ciudadanos que no se apegan al orden interno establecido.

Es el caso de David, el protagonista, hijo de un matrimonio donde no hay amor y sí mucho miedo gracias a un padre que ignora y golpea a su esposa. Y también de Mae, su tía, una antigua corista de costumbres liberales que espanta al pueblo con su forma de vestir, de hablar y de relacionarse con el sexo opuesto.

Hay que decir que parece un milagro que un muchacho de dieciséis años haya podido escribir una obra tan redonda y contundente.

La novela, claro está, también funciona como un notable fresco de época donde Toole, casi como al descuido, va dejando caer los golpes sin prisa pero sin pausa. Cuando relata el pasado de la tía Mae, por ejemplo, no se priva de decir que su carrera terminó una noche fatal cuando los músicos de su banda, muy drogados todos ya en ese entonces, tocaron tan mal que un parroquiano le tiró una botella de cerveza a la cabeza. 

O cuando narra los castigos físicos en la escuela del pueblo, muestra a la mujeres con monos de trabajo yendo a suplir a los hombres que se van a la guerra, ejemplifica el rechazo a quienes volvieron casados de las trincheras de Europa o describe el cambio de la gente cuando la familia cae en desgracia y debe mudarse a una casa destartalada en las colinas, lugar que las amistades de otrora se niegan a pisar.

Como también es una novela de aprendizaje, de iniciación, hay un devenir de niño a hombre del protagonista, que pasará del aislamiento a tener que trabajar. Y más tarde, cuando llega el telegrama con la noticia de la muerte del padre, tendrá que hacerse cargo del hogar y de las secuelas de su madre, que enloquece ante la pérdida, lo que no deja de ser una paradoja que explica hasta qué punto llegaba la dependencia de la mujer hacia lo masculino en aquellos tiempos, aún en su peor versión. 

Es excepcional cuando relata cómo, de tanto en tanto, en la estación del tren aparecen los ataúdes de los soldados caídos que son repatriados. El padre de David, sin embargo, no llega. Solo después de meses de terminado el conflicto reciben  por correo una foto de su tumba en Italia, sin nombre.

La Biblia de neón es una verdadera hazaña literaria que atrapa al lector desde la primera línea, lo vapulea y no lo suelta hasta el punto final.