Opinión > ANÁLISIS

Una disonancia discursiva

Entre el discurso de los políticos y el decir de opinantes comprometidos
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24 de noviembre de 2018 a las 05:03

Dentro de exactamente un año, el 24 de noviembre de 2019, se definirá la Presidencia de la República (y su vice) entre dos fórmulas presidenciales, cada una de las cuales va a representar un proyecto de país. De un lado competirá el oficialismo, que como todo oficialismo presentará en mayor o menor grado una combinación de continuidad y cambio de valoración de los logros de tres periodos consecutivos de gobierno frenteamplista y seguramente de enmiendas a lo que no se ha realizado o se ha realizado mal o con deficiencias. Del otro lado, confrontará una fórmula que pretenderá representar al conjunto de la oposición no izquierdista, es decir, al espacio de los partidos tradicionales (Nacional, Colorado, de la Gente) y quizás también a todo o parte del Partido Independiente (cuanto será de abarcativa esa representación, es otro tema).

Ahora bien ¿qué es lo que representará esa fórmula alternativa? ¿Tendrá mucho, algo, poco o nada de continuidad? ¿Cuánto tendrá de cambio? ¿Habrá un giro radical en cuanto a orientación, a rumbo, o habrá un mantenimiento de la orientación de los tres gobiernos, y ese mantenimiento ocurrirá en gran grado o en pequeño grado?

Uno diría que más allá de oscilaciones en las preferencias electorales expresadas en sondeos demoscópicos, más allá de incertidumbres en cuanto a los actores finales de la competición electoral, los dos parágrafos anteriores marcan las certezas y las incertidumbres profundas que se dilucidarán dentro de 365 días.

¿Qué obtiene un observador pretende predecir el rumbo de la oposición tomando como fuente a columnistas y analistas comprometidos, especialmente con el principal partido de la oposición, así como también a lo que surge en conversaciones con importantes sectores de empresarios? ¿Qué cuadro se obtiene?

La pintura -quizás en su versión más fuerte- expondría un país sin regulación laboral, sin sindicatos, sin políticas sociales (o con pocas políticas sociales), sin un sistema nacional integrado de salud, con bajos impuestos y dando cumplimiento a la consigna “bajen el gasto del Estado ¡ya!”; la búsqueda de un Estado lo más prescindente posible, lo más cercano a la visión de juez y gendarme, que deje la economía al libre juego del mercado, como mucho a la regulación de la trasparencia del mercado. Esta descripción puede sin duda ser una caricatura, pero como toda caricatura revela un trasfondo de verdad.

¿Puede decirse que por aquí anda el rumbo de los principales competidores del Frente Amplio? Responder esta pregunta es compleja, porque por ahora hay pocos planes de gobierno difundidos, y los que hay no corresponden a ninguno de los tres partidos del área tradicional, sino a sectores o fracciones del mismo. Habría que hacer un laborioso análisis de los mensajes verbales y no verbales de las diferentes corrientes y candidatos. Entonces, como camino más sencillo, en tanto objeto de estudio, permítase tomar el programa o plan de la fracción que hoy se presenta como mayoritaria en el partido opositor mayoritario, vale decir, el sector “Entre todos” del Partido Nacional que postula la candidatura de Luis Lacalle Pou; programa o manifiesto aprobado en Trinidad el 13 y 14 de octubre pasados, titulado “Un gobierno para evolucionar”.

El título ya es sugerente, pero aun más explícito los dos primeros párrafos: “Ni refundación ni marcha atrás: evolucionar. Las sociedades democráticas evolucionan. Construyen sobre lo que se hizo bien, corrigen lo que se hizo mal, aprenden de sus errores, abren caminos en busca de nuevos horizontes”.

El título ya es sugerente, pero aun más explícito los dos primeros párrafos: “Ni refundación ni marcha atrás: evolucionar.

“Lo que no existe es la opción de volver atrás. Simplemente, la realidad no lo permite: cambia el mundo, cambia el país, cambiamos nosotros mismos. Porque también nosotros nos seguimos construyendo a partir de lo que hicimos bien y vamos aprendiendo de nuestros errores. No hay marcha atrás posible. La única opción que tenemos abierta es elegir por dónde vamos a seguir avanzando”.

Varias consignas complementan la visión: “sería equivocado e injusto pensar que el próximo gobierno deba dedicarse a achicar y a ajustar”; “No estamos dispuestos a convertirnos en simples administradores de la escasez”; “Queremos un Estado presente y activo, que impulse el desarrollo  humano, distribuya oportunidades y garantice la sostenibilidad de los avances. Reafirmamos la importancia de la función social del Estado”; “El país está necesitando un estilo de gobernar más responsable y más valiente. Más dialogante y más imaginativo. Un gobierno que nos ayude a evolucionar como sociedad”; “Diálogo democrático, construcción de acuerdos políticos y preocupación por los resultados serán las claves de la nueva etapa”.

En algo que resulta altamente significativo, afirma: “Nuestro país tiene una rica tradición de gestión de las relaciones laborales, en cuyo centro están los Consejos de Salarios. Nosotros nos identificamos con esa tradición y estamos comprometidos con su continuidad. Los Consejos de Salarios seguirán siendo el ámbito clave y contarán con todo nuestro respaldo”, para agrega que “La primera condición para poder avanzar en esta dirección es asegurar la legitimidad del sistema de negociación a ojos de todos los involucrados”.
El manifiesto formula muchas críticas a la gestión del gobierno, a sus resultados, a su implementación e inclusive a aspectos de principios referidos a la forma de concretar la asistencia social o interpretar el derecho de huelga.

Si la interpretación de este manifiesto es correcta, la propuesta implica que no hay una discusión sobre las bases de la orientación del gobierno, sobre el rumbo básico, no hay apuesta a un cambio radical, a un giro de 180 grados, sino a correcciones -sin duda importantes- a profundizaciones en ese rumbo. La mayor apuesta es a cambios fuertes en materia de gestión, no solo de formas o procedimientos, sino de criterios y principios de gestión.

Esto marca una disonancia discursiva entre los que tienen la responsabilidad política y el discurso plural, descoordinado, espontáneo o personal, de muchos columnistas y de muchos opinantes, que se leen o escuchan en público, y mucho más de los que se escuchan en privado. Entre el discurso de una evolución desde lo que hay a un discurso de borrar y cuenta nueva. 

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