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Una lluvia que no moja ni asusta

La segunda temporada de la serie dinamarquesa es el mayor fracaso artístico de Netflix
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03 de agosto de 2019 a las 05:03

Por falta de tiempo, mejor dicho, por haberle dado como correspondía prioridad a la lectura de un número alto de libros que tenía desde hace tiempo en lista de espera, fui postergando la visita a la segunda o tercera temporada de una serie de series de Netflix que en su estreno había seguido con mediano o mayor entusiasmo y que, por alguna razón no siempre precisa de determinar, generaron interés suficiente como para dedicarles una porción generosa del tiempo que cada vez me falta más. En la lista figuran en stand by: Stranger Things, La casa de papel, la canadiense Bad Blood, Designated Survivor, Suburra, Black Mirror, Dark y La lluvia

Todas ellas conforman el equipo titular de series más exitosas y bien reseñadas internacionalmente que Netflix estrenó en las últimas 36 semanas, las que se destacaron por determinadas características, asociadas tanto a la trama, a la manufactura del libreto, como al tema que sostiene los relatos. Decidí comenzar por la última de las mencionadas, pues en la primera temporada me había parecido una de las series más originales en el año de su estreno, y por haber sido producida y realizada en un país, como Dinamarca, que ha dado muy buen cine, aunque sus filmes no siempre hayan tenido una merecida circulación fuera de los círculos de cinéfilos. 

Por si usted anda corto de tiempo y quiere una síntesis de mi opinión, ya mismo, se la adelanto: la primera temporada de La lluvia, más allá de los extensos pasajes que parecían relleno más que otra cosa, presentaba momentos brillantes que aunaban la mejor estética del thriller con el imprevisible cine de terror, aquel que pasa más por la psicología perturbada de los personajes y de los desafíos que deben enfrentar, que por la acumulación de efectistas efectos especiales, tal cual ocurre en el 95 por ciento de la series y películas del género. La lluvia podía figurar entre las mejores producciones sobre el género considerado, no siempre con criterio unificado, posapocalíptico, y que a partir de elementos provenientes de la realidad plantea un escenario ficticio, pero posible. Algún día puede llegar a ocurrir. 

Pero si la primera temporada de La lluvia pasó el examen con casi un sote, la segunda resulta deficiente de principio a fin. Es el gran fiasco del año. Debe considerarse un fracaso gigante, si se quiere explicable, por lo siguiente. En la primera temporada, sobre todo en los primeros capítulos donde la contención del suspenso lograba sortear lo obvio una y otra vez, otorgándole a la serie una prístina efectividad a los efectos del relato, nada sobraba ni estaba de más. Y eso, algo que los conocedores del género reconocen inmediatamente, es mérito grande considerando que el entretenimiento de orientación post apocalíptica suele caer en el regodeo de lo explícito y, por ende, termina hartando al espectador, quien media hora antes de que la trama entre en su cumbre dramática ya sabe lo que va a pasar. No es que el espectador lo adivine, o haya una complicidad en el intercambio de adivinanzas y conjeturas respecto al probable culpable, tal como pasa en las historias de Agatha Christie, sino que el guión cae en una imperdonable simpleza, dando demasiadas pistas evidentes por anticipado y destruyendo las pocas posibilidades de que el suspenso se intensifique. En este aspecto –y no es el único- la primera temporada de La lluvia era en casi todos sus capítulos una lección de sutileza y planeado control de las expectativas. Sin embargo, el capítulo final de la misma presentaba una encrucijada convertida en desafío mayor para Jannik Tai Mosholt, creador y principal libretista de la serie, y para todos sus colaboradores: ¿cómo continuar una historia, como hacer a partir de ella una segunda y hasta tercera y última temporada, ya anunciada para el año próximo, cuando el final de la primera temporada, aunque no del todo glorioso, parecía definitivo? La pregunta resulta fácil de responder, tal cual lo evidencia la segunda temporada: los libretistas se han hundido en su propia premisa, llevando al Titanic directamente al iceberg. 

En La lluvia 2 todo es rutinario y traído de los pelos, hasta tal punto, que el primer capítulo de la temporada, Avoid Contact, dura solo 37 minutos pero se hace insoportablemente largo, por tener una sobredosis de obviedades sin pies ni cabeza, llevando al espectador a preguntarse desconcertado, ¿pero qué es esto? ¿Es un error de imprenta mayor? No, pues el segundo capítulo, The Truth Hurt, cuya duración es casi el doble que el primero, es tan o más desastroso que el anterior. Cuando una serie con afán post apocalíptico tiene efecto narcotizante en el espectador, el cual debe hacer un gran esfuerzo para no dormirse a las primeras de cambio, es porque el desastre ha sido completo. Y de ahí hasta el capítulo final, lo mismo siempre. 

Estamos pues, y sintiéndonos traicionados, ante un entretenimiento muy fallido, confirmado además por la chatura insalvable de los diálogos, por la carencia de progresión en el relato (no hay ni una pizca de suspenso en toda la temporada, ni siquiera un mínimo amague), por efectos especiales utilizados con tanta reiteración que generan lo contrario a lo que buscaban conseguir, y por una trama que no agrega nada a lo ya demasiado conocido, salvo que el virus ha mutado y sus efectos son ahora incontrolables, incluso para quienes eran portadores del mismo. El colmo supera los límites de lo aconsejable. La acción sucede casi toda en interiores (¿debido tal vez a una reducción del presupuesto a disposición?), en espacios secos, algo difícil de explicar considerando que la serie debería tener a la lluvia como principal protagonista natural, la cual en la primera temporada era el envase de lujo de los enigmas dadores del suspenso.

Netflix anunció que en mayo de 2020 se estrenará la tercera temporada de La lluvia. Solo hay un misterio que podría resucitar a la premisa central y hacer que esa temporada final no sea tan exánime como lo fue la previa. ¿Encontrarán el gen que pueda contrarrestar la mutación cada vez más letal del virus? ¿Tiene Apollon –cuya incidencia en el problema creado por el propio ser humano ha sido mal desarrollada por los libretistas– la capacidad como para encontrar un antídoto? Tal cual lo delgado de la trama lo evidencia, todo es excesivamente poco como para lograr revivir una historia que al principio destacó por su capacidad de innovación, donde no es fácil innovar, y sin embargo, derivó luego a un mamarracho de difícil salvación. Además, se perdieron oportunidades buenas para redimensionar la cuota dramática del asunto, como cuando uno de los personajes afirma: “Todos se decepcionan entre sí”. La conducta humana, moraleja implícita en todos los filmes y series post apocalípticos, puede ser más letal que el peor de los virus letales.

La rápida dinámica de los créditos al comienzo de la serie condice con el veloz uso de la fragmentación que caracteriza a la estética de la serie e impone un relato con escaso desarrollo emocional. La psicología de los personajes apenas da para configurar meros bocetos, por lo tanto, el subtexto de su comportamiento viene acompañado de acción carente de complejidad. Una opción de entretenimiento con esas características solo podría redimirse en caso de que la aventura estuviera acompañada de espectacularidad paisajística y de acciones que superen la verosimilitud, al estilo Misión Imposible. Ambas cosas aquí faltan.

En su primera temporada, La lluvia vino complementada por abundante cuota de destellos líricos, con pasajes de intensidad poética. La buena poesía tiene su propia lógica, pero lo ilógico no siempre es poético. Y menos, cuando es sinónimo de lo inexplicable al servicio de la nada y de la dispersión narrativa sin ton ni son, desventajas que los intrascendentes diálogos no consiguen disimular. Los personajes discuten, se pelean, y a los cinco minutos vuelven a estar perfectamente bien entre ellos, como si se tratara de una conversación en Disneylandia sobre la próxima atracción que quieren visitar y no una referida al final de sus vidas. Todo a la postre queda confinado a meras historias de amor juveniles, ridículas, inconvincentes. Es tanta la liviandad, que ni siquiera los comentarios con supuesto fondo ominoso, dichos por algunos de los personajes, como el reiterado “todos moriremos aquí”, logran generar un escalofrío.

En una escala de 1 a 10, a La lluvia 2 le doy cero. Así de insalvable es esta debacle de la inteligencia, el fracaso artístico más grande que ha producido Netflix hasta la fecha. 

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