Sebastián Cabrera

Sebastián Cabrera

Biromes y servilletas > ciudad

Una pequeña sala, gente con cara de velorio y muchos teléfonos rotos

Y un día el aparato deja de funcionar: esta es una crónica desde la sala de espera en el service del celular
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17 de febrero de 2016 a las 00:00

La señora se levanta bien despacio y camina uno, dos, tres pasos. Llega hasta la ventanilla, saca el celular de su cartera y lo apoya con cierto desgano sobre el mostrador.

-Se me tranca –dice, y no da más explicaciones.

Cincuentona, corpulenta y de pelo bien negro, la señora quiere una solución. Espera desde hace más o menos 25 minutos acá en una pequeña sala de paredes blancas y techo algo descascarado. Lo único que le importa es que esta pesadilla termine cuanto antes: que le puedan salvar el maldito celular.

Cerca de 20 personas están en silencio y con cara de velorio, igual que ella. Ese es el clima que se vive una tarde calurosa de febrero en una de las empresas de service de celular que hay en Montevideo.

No es fácil: los aparatos llegan cascoteados y con heridas de guerra. Pantallas rotas, baterías que no cargan, mensajes que no llegan. Son los problemas de esta época que nos tocó vivir. Y los smartphones están hechos para romperse: más tarde o más temprano dejarán de funcionar. ¿Hay algo peor que quedarse sin Whatsapp, Easy Taxi o Pedidos ya? Parece que no. Ya no se trata solo de hablar o no hablar por teléfono, se trata de estar o no estar conectados.

En la pared de la salita un cartel advierte que está prohibido sacar fotos o filmar. El lugar tiene un aire general algo decadente y las dos empleadas que atienden al público hablan con un tono casi militar, lejos de la amabilidad que debería tener quien está vendiendo un servicio. En el fondo esto es como el médico que atiende en la emergencia: sabe que no hay otra opción, que el paciente no se irá, porque solo él puede curarlo.

A la señora le dicen lo mismo que a los demás: en tres días hábiles le pasarán el presupuesto. En la ventanilla de al lado un muchacho treintón que lleva una remera de los Diablos Verdes habla enojado y dice que no puede ser, que le dijeron que el teléfono estaba arreglado en tres días y ya van 30.

-Esto es insoportable, el viernes viajo, me llevo el celular esté como esté –protesta.

La chica que lo atiende hace un silencio y le dice que ya vuelve. A los minutos regresa con una respuesta: este viernes el celular estará arreglado.

Cinco o seis minutos después una mujer intenta convencer a la empleada que tiene que haber una forma de recuperar varias fotos con pruebas para un juicio. Su hija se las borró “sin querer”.

-¿No se pueden recuperar? ¿No hay forma? –pregunta, sorprendida.

Le dicen que no, ella refunfuña algo que suena a insulto y se va. Después le toca el turno a una señora bastante mayor y algo encorvada que explica que el celular manda mensajes vacíos y hay que arreglarlo. Pero precisa que le presten un móvil mientras le revisan el suyo.

-Yo trabajo con él –dice, casi como una súplica.

Le responden que no, que ellos no prestan celulares.

-Bueno, veo cómo me arreglo –dice ella, y se va con el celular que manda mensajes vacíos. Todavía puede hacer y recibir llamadas telefónicas. Al fin y al cabo, para eso eran los teléfonos.

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