Estilo de vida > CASA SUSTENTABLE

Una vida sustentable a mitad de camino

Magnus Popp y Virginia Mirré dejaron atrás su vida en Noruega y se instalaron cerca de Carmelo para construir la casa de sus sueños: una con su propio sistema de energía y más amigable con el ambiente
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12 de junio de 2016 a las 05:00
Los últimos once meses han sido los más duros en la vida de Magnus Popp, su esposa Virginia Mirré y sus hijos mellizos de cinco años, Tristán y Timea. Pero, a pesar del cansancio físico, el esfuerzo y los constantes desafíos, ninguno se arrepiente.

"Dejar de ser un investigador de tiempo completo para vivir en el campo en Uruguay, tratando de construir mi propia casa y producir mi propia comida, fue un gran desafío", explica Magnus. Es que en julio de 2015, esta familia dejó de lado su vida en Oslo, Noruega, y desembarcó en un predio a nueve kilómetros de Carmelo con el sueño de construir una casa autosustentable.

"La mitad de las personas a las que les contábamos nuestro proyecto de vida decían: 'qué bárbaro, yo no me animaría'", narra Virginia. "Y yo pensaba: '¿Animarse? ¿Por qué? Si no pasa nada'. Ahora, entiendo a la gente que me decía eso y me siento una idiota". Mira por la ventana y continúa: "Pero me despierto todas las mañanas y veo espinillos –que todos odian pero a mí me encantan–, y por lo general no se escucha ni un ruido. Estoy muy contenta con la decisión que tomamos".

"Tirada a la pileta"

Casa sustentable
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Virginia es argentina, emigró a Noruega a los 23 años para continuar con sus estudios de biología. Conoció a Magnus en el Museo de Historia Natural de la Universidad de Oslo, donde ambos trabajaban. "Viajamos a Argentina para conocer a su familia", explica su esposo. "Ella quiso mostrarme Uruguay, un sitio donde pasaba sus vacaciones de niña". Visitaron Carmelo y, en el barco de vuelta, él le dijo:
"Quiero vivir acá". Un par de años después, en 2007, compraron un terreno.

Aunque la idea de instalarse en este pequeño país, a 12.000 kilómetros de su hogar, siempre estuvo rondando en sus cabezas, no fue hasta que pensaron en tener hijos que tomaron la decisión de hacer un cambio de vida. Ahorraron todo lo que pudieron y definieron una fecha. Mediados de 2015 sonaba razonable, era poco tiempo antes de que los mellizos comenzaran la escuela.

"Fue muy tirada a la pileta la cosa", recuerda Virginia. No tenían ningún plan, solo una convicción y algo de dinero en el banco. Una amiga les dio el impulso final cuando les dijo: "Ahora tienen tiempo, energías y posibilidad. Si esperan más, capaz se pasa el momento. Después ven de qué vivir'".

En lugar de alquilar una casa, Magnus y Virginia decidieron comprar un contenedor para instalarse en el mismo terreno y simplificar los traslados durante el proceso de construcción de una casa definitiva hecha de madera reciclada, barro y paja. Se basarán en el concepto de Earthship –"nave de la tierra"– de Michael Reynolds, el arquitecto que diseñó la escuela autosustentable en Jaureguiberry. En 2009, la pareja viajó a Nuevo México para hacer una pasantía y conocer el sistema de construcción de Reynolds.

Paso a paso

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Una casa autosustentable es aquella que "se las arregla sola", explica Virginia. Eso quiere decir que no está "enchufada" ni a la red de gas, ni de luz, ni de cloacas. Hay muchas maneras de llevarla a cabo, aunque en la amplia mayoría de los casos viene con una gran carga ecológica. En muchos aspectos, es cierto que es un estilo de vida más verde y amigable con el medio ambiente, "pero me queda la duda, por ejemplo, en el tema de las baterías para reservar energía eléctrica que utilizan plomo", plantea.

Aunque el contenedor es provisorio, la familia se preocupó por mantener un estilo de vida lo más sustentable posible desde el vamos. Hoy se encuentran a mitad de camino, van paso a paso solucionando cada uno de los servicios básicos de un hogar.

El total de la energía eléctrica que consumen es generada por 12 paneles fotovoltaicos que tienen instalados en el techo. En verano llegan a producir 3.000 watts por hora, en invierno un poco menos. Para ellos, eso es más que suficiente. En el fondo de la casa tienen una pequeña habitación con baterías que almacenan la energía.

Actualmente consumen agua de pozo, y a futuro pretenden también juntar el agua de lluvia. Para eso precisan construir un sobre techo inclinado, proyecto que tienen planificado para el corto plazo.

En cuanto al tratamiento de aguas residuales, diseñaron cañerías para separar las aguas negras de las aguas grises. Las primeras, que vienen del inodoro, van a una cámara séptica que procesa los sólidos. Luego, los líquidos son trasladados a un campo de lixiviación que los filtra para terminar en la tierra. Las aguas grises, de la ducha y la cocina, serán reutilizadas para regar árboles.

Siguiendo los diseños de Reynolds, la casa definitiva no requerirá de calefacción. Las temperaturas serán mantenidas entre 18 y 25 grados centígrados durante todo el año debido a un invernadero en la parte de adelante de la construcción. Mientras tanto, tienen una estufa a leña para calentar el contenedor.

"Compramos el gas, en eso no somos sustentables", explica Virginia. Lo utilizan para cocinar y para calentar el agua. A futuro, tendrán calentadores solares, pero seguirán usando gas en la cocina.

En sus más de 20 años de biólogo, Magnus nunca trabajó con plantas vivas. "He viajado a lugares exóticos en África o el Ártico para recolectar plantas, pero básicamente lo que hacía era matarlas: las secábamos para luego extraer el ADN y estudiarlo", recuerda. "Ahora estamos intentando hacer lo contrario: mantenerlas vivas. Y el desafío es mucho mayor".

Ambos coinciden en que esperan mejorar en el tema del cultivo de alimentos. Tienen una gran huerta, pero Virginia afirma que todo lo que han cosechado hasta ahora "ha sido a los ponchazos". En el mediano plazo esperan poder abastecerse de los vegetales que consumen más a menudo y, si les diera, también tienen idea de vender.

Es un sueño que implica muchísimo trabajo: "hay que estar fuertes y saludables", indica Virginia. Tristán y Timea van a una escuela semi-rural a la salida de la ciudad entre las diez de la mañana y las cinco de la tarde. Aprovechan ese rato para avanzar en la casa. Dividieron las tareas: Magnus se encarga de la construcción y Virginia de la huerta. Ambos están contentos con poder administrar sus propios tiempos.

A la hora de ir a buscar a los niños, aprovechan el viaje para ir a Carmelo si tienen que comprar algo en el supermercado o dar alguna otra vuelta. Intentan usar el auto lo menos posible, pero los días de semana tienen un mínimo de 35 kilómetros diarios. Cuando cae el sol, Virginia prepara la cena –el menú es casero y vegano–, mientras Magnus prende la estufa y se encarga de bañar a los mellizos.

Mil razones


La familia se adaptó rápido a la vida en Carmelo. En menos de un año, los Tristán y Timea dominan el español casi a la perfección. Virginia y Magnus afirman que hacer amigos fue más sencillo de lo que esperaban: "la gente es increíblemente buena", comenta él con sorpresa.

Pero no dejan de ser unos bichos raros en el interior del país. La pregunta que todos hacen, cuando escuchan su historia es: ¿por qué?. "Hay mil razones por las que quise dejar Noruega y otras miles por las que elegimos Uruguay", responde Magnus cada vez. Aunque admite que Oslo es uno de los mejores lugares para vivir en el mundo, con sueldos altos y acceso a casi todo lo que alguien puede desear tener; ellos querían escapar de esa cultura del consumo excesivo.

"Es ir al extremo de la supervivencia". Virginia explica que, como tienen una visión muy pesimista del futuro, quieren tener tierra, agua, luz y todos los servicios cubiertos para ellos y sus hijos cuando "se pudra todo".

Magnus, por su parte, cree que aunque todos parecen estar preocupados por el cambio climático, nadie pone el foco en lo más importante. "Esperan que los investigadores y los ingenieros resuelvan el problema. Pero la solución no está en crear energía más barata, más pura o más limpia; la solución está en consumir menos, en necesitar menos. Y el mundo no está yendo en esa dirección".

"Lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer, no cambia en nada al resto del mundo", dice Virginia. Pero al menos, ambos buscan escapar de un estilo de vida que no comparten. "No queremos formar parte de una sociedad consumista", afirma su esposo en apoyo. Pero, a pesar de ello, ambos tienen claro que lograr su objetivo no es algo sencillo, y que el cambio tampoco puede ser tan radical como les gustaría.

Magnus enumera los grandes gastos que han tenido los últimos meses. "Los paneles solares son caros; para poder construir la casa tuvimos que comprar muchas herramientas y además ahora necesitamos tener auto, y eso implica pagar muchas cuentas de combustible, seguro y patente".

Además, la pareja no quiere privar a sus hijos de estudiar en Europa si ellos así lo quisieran, por eso es importante generar ahorros. "No vamos a coartarlos, van a poder elegir el estilo de vida que prefieran cuando llegue el momento", afirma su madre, "pero queríamos educarlos y darles estas herramientas".
Aunque Magnus sueña con "pasar el día tirado en el deck, leyendo libros y haciendo cerveza casera" (hobby que adquirió mientras preparaba la mudanza a Uruguay), entiende que es indispensable seguir teniendo algunos ingresos.

"Le encontramos la vuelta"


Hasta agosto, él sigue trabajando a distancia en un proyecto de investigación. Luego, está la posibilidad de seguir colaborando como investigador externo, pero también tienen otras ideas: vender vegetales orgánicos de la huerta o productos como granola casera hecha por Virginia. También, a futuro, podrían vender el sobrante de la energía eléctrica que producen o Magnus podría dedicarse a instalar este tipo de sistemas para otros vecinos que los quieran implementar.

Según los cálculos iniciales de Magnus, dejar el contenedor funcionando iba a llevar tres semanas y terminar la casa un año. Tardaron diez meses en cumplir con el primer objetivo. "A este ritmo, en cinco años recién vamos a estar instalados, con suerte", bromea tratando de imaginar el futuro.

"Sé que tenemos unos años duros por delante, porque vamos contra la corriente y todo lo que emprendemos es complicado", dice Virginia. "Pero hay una frase uruguaya que me encanta: 'Le encontramos la vuelta'. Y la vuelta siempre se encuentra. Las cosas cuestan, pero al final salen".

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