Valle de Colchagua, Chile
Martín Viggiano

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Vacaciones embotelladas

Salvo excepciones, Uruguay todavía explota poco los hoteles dentro de las bodegas
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07 de agosto de 2012 a las 00:00

Por Valentín Trujillo

Para los fanáticos del vino, no hay mejor plan que visitar bodegas en vacaciones. Al viaje en sí hasta el sitio en cuestión (sea dentro o fuera del país) se le agrega el otro viaje, a determinado contexto vinero, a determinado clima, en fin, a determinado terroir con sus características especiales.

Tuve la suerte de viajar a Chile y a Perú en este plan. Un valle, un determinado tipo de vino, una explicación geográfica. Y una noche en cada bodega. A la sensación de degustar un vino se le une la información del guía, los datos de los enólogos, más la propia experiencia de dormir cerca de las vides, cerca de las barricas, cerca de las botellas.

Un amanecer en un viñedo y su contraparte, el atardecer en el mismo sitio, son elementos –en principio- extra sensoriales con respecto al vino, pero ayudan a darle una conclusión a una jornada de degustación.

Estuve en el valle de Casablanca, donde descollan los vinos blancos chilenos. Descendí hasta el valle de Colchagua, donde los cabernet sauvignon y los malbec se refinan en un ambiente de precordillera. Llegué hasta el valle del Limarí, en el norte árido de Coquimbo, donde el fenómeno de la “camanchaca” (una neblina matinal que viene desde el Pacífico y se posa en los cerros hasta el mediodía, otorgando una humedad particular a las uvas en la planta), donde el sauvignon blanc es exquisito. Regresé tras mis pasos en valle de Alto Maipú, cuna del redescubrimiento de la cepa carmenere en Chile.

Unos días después anduve por bodegas pisqueras en Perú, en Tacna, contra la frontera peruana, en medio de un oasis en el desierto, y en Chincha Alta, unos kilómetros al sur de Lima. Y también la experiencia de quedarse en las bodegas le aportó un toque diferente a la experiencia de aprender a abrir el paladar.

Por supuesto que hay destinos más cercanos para el entusiasta turista compatriota, como los valles de Mendoza o el sur de Brasil. También hay destinos clásicos en Europa o los Estados Unidos, así como existen los más exóticos, como Australia, Sudáfrica o incluso la India.

La mayor parte de las bodegas nacionales ofrece recorridos a turistas y visitas guiadas, pero sorprende que en Uruguay haya poco destinos de bodegas que incluyan la opción de residencia. Salvo algunas excepciones en Carmelo (Finca Narbona) y en la campiña de Paysandú (establecimiento de Leonardo Falcone), la constante de las bodegas uruguayas es que no ofrezcan la opción de dormir.

En algunos casos, la cercanía a Montevideo hace que esto sea inconveniente desde el punto de vista económico. Pero en otros casos, la belleza de los ambientes naturales donde se encuentran los viñedos exige para el bebedor un refugio para la noche.

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